Kiyoko es
una de esas heroínas que ya no abundan…menos mal.
Estamos en
el Japón de los cincuenta. Y aunque las costumbres están cambiando, Kiyoko
observó la tradición del casamiento arreglado por casamentera para unirse a
Shinji.
Mejor no lo
hubiera hecho, más que quererse, valorarse o respetarse, se toleran
amablemente.
Viven en la
casa de la suegra, Yumiko, una anciana matriarca viuda, que tiene un
almacencito que está más cerca del cierre que de la prosperidad. A Kiyoko, para
mejorar la situación económica, se le ha ocurrido iniciar un café en la
dependencia que se usa como depósito. Idea que la suegra resiste, vive la
innovación como una amenaza a su autoridad. Entre las razones que enuncia la
vieja para negarse está el gran gasto afrontado recientemente de la dote para
la hermana menor de Shinji, que también va a casarse por concertación.
Otro
matrimonio que se augura infeliz. El novio se le duerme en las citas y ya al
mes de casados, la chica regresa a pasar unos días en su antigua casa porque
necesita unas vacaciones de su marido.
El que
también regresa supuestamente por unos días es el hermano mayor de Shinji,
Zenichi, que tiempo atrás, harto de la vida provinciana se fue a Tokio, donde se
casó y tuvo una hija. Ahí trabajaba en una empresa que cerró y ahora, con la
cola entre las patas, se aparece con mujer e hija a que la casa familiar lo cobije.
Kiyoko no
abandona la idea del café y por medio del hermano de una amiga, Kenkichi, que
trabaja en un banco, consigue un préstamo de 300.000 yenes.
Como a la
fuerza la visita de Zenichi, esposa e hija de unos siete años se prolonga, el
hermano mayor de Shinji termina por reconocer que está sin trabajo y que
necesita que le faciliten 300.000 yenes para abrir un restaurante.
Yumiko, que
se oponía a la idea del café de Kiyoko, está más que de acuerdo con que le den
el dinero a Zenichi. Shinji se niega echándole en cara que por qué se fue, él
tuvo que quedarse a hacerse cargo del almacén, algo que no le interesaba y que
ahora Zenichi no puede venir a exigir nada.
Yumiko,
Zenichi y esposa, menos la nena que juega y vive en su mundo como todo chico,
presionan a que Shinji habilite el dinero. Shinji y Kiyoko resisten como
pueden.
Un día
Yumiko le pide a Kiyoko que interceda ante Shinji para que deponga el
resentimiento que tiene contra su hermano. Kiyoko no promete nada, pero Yumiko
hace de cuenta de que aceptó y cuando Shinji regresa de una ida a las carreras,
Yumiko le dice que Kiyoko está de acuerdo con la entrega del dinero.
Entre estas
idas y vueltas Kiyoko y Kenkiche fortalecieron una relación de amistad que ya
bordea el amor.
Shinji
termina por adelantarle 200.000 yenes a Zenichi, que desaparece por unos días,
en los que todos suponen acertadamente que se está dando la gran vida sin
importarle más nada.
Shinji le
dice a Kiyoko que, si se quiere divorciar, él no se lo impedirá y que haría
bien en vivir su amor por Kenkiche. Kiyoko niega estar enamorada de Kenkiche y
querer divorciarse.
Zeniche le
escribe una carta a su mujer en la que le pide que deje a la hija a cargo de la
familia y que ella sola regrese a Tokio. La familia acepta y la esposa de
Zeniche se va.
Shinji y
Kiyoko hacen planes para seguir con el café, se dicen que lo comenzarán de a
poco y con modestia, pero que lo abrirán.
Contado así,
parece un relato coral, pero no lo es, todo gira o se supedita alrededor del
personaje de Kiyoko. Es la protagonista absoluta.
El
diccionario de la Real Academia dice que “abnegado/a” significa “que se
sacrifica o renuncia a sus deseos o intereses, generalmente por motivos
religiosos o por altruismo”
Y es el
adjetivo que mejor define a Kiyoko, ella es abnegada. Y en estos tiempos de
individualismos, su postura sobresale como la mosca en la sopa. Su punto de
vista asombra y nos interpela. ¿Por qué insiste en quedarse en una familia que
no la valora, en proseguir con un matrimonio que nunca la hará feliz, por qué
acepta ayudar a cuidar y crear una hija que no es propia y cuyos padres no
merecen ningún respeto, por qué insiste con la idea del café cuando sabe que es
una ambición que tarde o temprano los demás boicotearán, porque sus anhelos no
le importan a nadie salvo a ella?
La respuesta
abarcadora quizá sea porque ella es fiel a sus elecciones primeras. Ella eligió
casarse sin amor, pertenecer a esta familia con sus más y sus menos, y no
desviándose cree que está construyendo algo que a la larga le hará bien a ella
y a los demás, a la familia y a la sociedad. En esas cosas pensaban antes.
Secreto
de esposa o A
Wife´s Heart (Corazón de esposa) en inglés es una película
idiosincrática del maestro Mikio Naruse. Se dice que de haberse inventado o
usado el término en la época en que creaba, su cine se habría considerado “feminista”,
porque miraba el universo femenino muy en detalle. Sabrá Dios si Naruse hubiera
estado de acuerdo con el mote.
Como su cine
no me es muy familiar (conozco solo unos pocos títulos) no sé si critica o
ayuda a sostener la sujeción opresiva de la mujer a las costumbres antiguas.
Dicho de otro modo, la postura de Kiyoko ¿refleja la opinión del autor o este
solo la patentiza con la intención de que cambie pronto?
Hideko
Takamine es Kiyoko, Toshiro Mifune es Kenkichi, Keiju Kobayashi es Shinji, Yoko
Sugi es Yumiko, y Minoru Chiaki es Zenichi.
Hideko
Takamine y Toshiro Mifune, dos gigantescas estrellas del cine japonés volverían
a reunirse en 1958 para otra obra maestra, esta vez del director Hiroshi
Inagaki: El hombre del carrito o The Rickshaw Man, en inglés.
Matsugoro
(Mifune) es un portador cargasilla fuerte, expansivo, lábil, bienhumorado
generalmente, noble, bromista, agradable, violento si lo provocan, sincero. Un
tipo bárbaro, dirían en el bar.
Estamos a
fines del siglo XIX. Un buen día Matsugoro le devuelve a una madre, la señora Yoshiko
Yoshioka (Hideko Takamine) su hijo herido, Toshio, al que le había dado un mal
consejo. Le dijo que no fuera llorón, que se subiera al árbol como le pedían
sus amigos, que no iba a pasarle nada. Error, cuando el cargasilla volvió a
pasar por donde jugaban los chicos, halló al niño en piso con el tobillo
esquinzado y llorando, obviamente se cayó y mal.
La madre
quiere que a Toshio lo vea un médico de inmediato. Matsugoro acepta llevarlos,
pero no quiere recompensa ni por el viaje ni por el favor.
Cuando el padre
de Toshio, el capitán Kotaro Yoshioka (Hiroshi Akutawa) conoce a Matsugoro,
queda encantado. Se da cuenta de que es bruto como un arado, tanto en modales
como en analfabetismo, pero bueno y generoso como ninguno. Y a pesar de la
diferencia de clases y de educación, lo adopta como amigo.
El capitán
no tarda en morir y Yoshiko le pide a Matsugoro que la ayude a hacer de Toshio
un chico fuerte y sano. Y así el cargador se convierte en el tío Matsugoro para
Toshio.
El tiempo
pasa y cuando Toshio parte a la universidad en la gran ciudad, Yoshiko sufre el
nido vacío y Matsugoro ya no puede evitar revelarle el amor y la pasión que
siente por ella. Yoshiko queda consternada y Matsugoro, rechazado, se propone
beber hasta morir.
El relato
general se construye sobre pequeñas anécdotas o historias. Según dicen, esta no
es una película típica de Hiroshi Inagaki, al que se le daban mejor las épicas
samuráis de largo aliento, “un gran sentido estético basado en las pinturas del
concepto de belleza denominado ukiyo-e”. Aquí si bien hay escenas
multitudinarias y majestuosas, predomina lo pequeño, íntimo, delicado casi.
Y si en Secreto
de esposa todo giraba alrededor de la protagonista Kiyoko, aquí todo gira
alrededor de Matsugoro (o Matsu para sus amigos). Personaje conmovedor si los
hay, que construye su vida para un chico que siempre lo considerará un
sirviente y para una mujer que nunca superará las convenciones sociales que los
separan. Yoshiko y Toshio quieren a Matsu, pero ni sueñan con elevarlo a la
categoría a la que ellos pertenecen.
O sea, no lo
querían lo suficiente. Quizá el capitán lo quiso y apreció más. A la hora de la
verdad, la diferencia social no le importó, solo que Matsu era un buen hombre,
íntegro y a cultivar. Sin embargo, de haber vivido el capitán, Matsu no hubiera
tenido preeminencia en la vida de Yoshiko y Toshio. Paradoja tan triste como el
amor de Matsu, que fue correspondido, pero hasta ahí.
Gustavo
Monteros
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