Y en la letra chica de los datos inútiles, el 2024 pasará a la historia como el año cinematográfico con preeminencia de películas con títulos de una sola palabra. Ejemplos al paso, hay más, muchos más: Joy, Blitz, Here, Maria, Absolution, Ghostlight, Kill, Heretic, Queer, Cónclave, Thelma, Twisters, Megalopolis, Anora, Challengers, Vermiglio, Babygirl, Lee, Nightbitch.
Concentrémonos
en los dos primeros. Se llama Blitz al bombardeo continuo que los
alemanes ejecutaron sobre el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, entre
el 7 de septiembre de 1940 y el 21 de mayo de 1941. Si bien varias ciudades lo
padecieron, Londres se llevó la peor parte. La entereza que demostraron los
londinenses enorgullece a la nación entera y fortifica la noción de un temple
histórico, infatigable e indómito, que los británicos dicen tener. Grandes
partes de la ciudad eran reducidas a escombros cada noche. Al amanecer, los
ciudadanos emergían de los refugios subterráneos y continuaban con su vida como
si nada, a pesar de las ruinas de sus casas y las muertes de familiares, amigos
y vecinos. Durante guerras diversas, muchas ciudades fueron bombardeadas, pero
ninguna ostentó resiliencia semejante a la mostrada por Londres. Muchas
películas tienen al Blitz como tema central o como telón de fondo. No es para
menos, pocos padecimientos dejan tan bien parados a sus protagonistas.
Se dice del
director Steve McQueen (homónimo del inolvidable astro hollywoodense) sobre todo
por sus películas Hunger (2008), Shame: Sin reservas (así se la
conoció por estos pagos, 2011) y 12 Years a Slave (12 años de
esclavitud, 2013) que trata temas difíciles con un estilo brutal e
implacable. De ahí que sus estrenos se esperen con ansía y con expectativa de
escándalo. Blitz demolió tales ansias y expectativas.
Las primeras
críticas describieron al film como sorprendentemente convencional y anticuado, contracara
negativa de lo que se llama “clásico” cuando a lo mismo se lo quiere ensalzar.
La trama es
sencilla. Rita (Saoirse Ronan) una madre soltera, bonita y joven que vive con
su padre anciano y músico (Paul Weller) envía a George (Elliott Hefferman) el
hijo que tuvo con un hombre negro, al interior del país al cuidado
(circunstancial o duradero, nunca se sabe) de otra familia (generalmente
voluntaria, aunque muchas fueron obligadas) como lo aconsejan las autoridades,
para evitar que los chicos mueran en los bombardeos. George se escapa del tren
en el que viaja, mucho antes de llegar a destino y en el camino de regreso a
casa, vive aventuras y desventuras. (Si a alguien esto le recuerda a Dickens,
no anda muy errado)
McQueen,
esta vez secundado por el director de fotografía, Yorick Le Saux, sigue
deslumbrando con sus elocuentes planos secuencias y las tomas de cámara en mano
casi sin contraplano.
Se suma a la
tradición de resaltar el encomiable espíritu heroico de los londinenses, pero
lo contrapone con una actitud revisionista que provocó más de un prurito. Algunos
londinenses a pesar de ser conscientes de que debían enfrentar unidos la
desgracia que se les venía encima, no depusieron un enojoso e inveterado
racismo. McQueen es negro y debe haber oído de primera mano relatos de
incidentes discriminadores durante la guerra. Tampoco obvió, como lo señalan
documentos de época, que hubo saqueos a joyerías, bancos y casas de
antigüedades, y rapiña a los cadáveres. Circunstancias que retratos ficcionales
anteriores eligieron ignorar.
El relato
atrapa y emociona. Y depara escenas inolvidables, como la que abre la película,
con el edificio en llamas imparables y la manguera que serpentea literalmente. Y
al igual que toda película de guerra usa el tropo de que, en el fragor de la
lucha, vivir o morir, más que nunca es una lotería. Muestra también que hay
ricos que, por no haber padecido nunca restricciones, se creen a salvo de lo
que sea, y que los ninguneados de siempre, como el enano que comanda un
refugio, saben en los huesos por haber padecido las más variadas restricciones que,
en la adversidad, la solidaridad no es una contingencia, sino un imperativo insoslayable.
Joy (Alegría en inglés, como dice
un subtítulo clave) es una película dirigida por Ben Taylor y estrenada en la
plataforma Netflix el 22 de noviembre de 2024. Transcurre desde mediados de la
década del sesenta hasta el final de la década del setenta y atestigua los esfuerzos
de Jean Purdy (Thomasin McKenzie), enfermera y embrióloga, del Dr. Edwards (James
Norton), científico y del Dr. Steptoe (Bill Nighy), cirujano, por concluir con
éxito la primera fertilización in vitro, lo que los medios de entonces llamaron
bebé de probeta.
Las
innovaciones científicas muy incorporadas a la vida cotidiana parecen existir
desde siempre y se olvida que alguna vez se probaron, que hubo dificultades,
errores, infructuosidades.
Con el
diario del lunes en la mano, se allanan los problemas, se olvidan las
polémicas, se niegan las resistencias, las negaciones, los rechazos. Todas las
innovaciones que cambiaron la vida de la gente tuvieron que sortear
impedimentos morales, religiosos, de usos y costumbres, de recelos y envidias
profesionales, de mezquindades ignorantes.
Dos
vicisitudes conmueven: los precios que tiene que pagar Jean Purdy por
participar en el proyecto y la solidaridad de las mujeres que se ofrecen de
voluntarias, ellas rezan, cruzan los dedos, acumulan ansias porque les toque a
ellas llevar a cabo el proceso con éxito, pero saben que, si no es así, su
participación no habrá sido en vano, que le habrán facilitado el camino a las
que vendrán. En estos tiempos de individualismo muy acendrado, el altruismo
inesperado se valora más que un tesoro perdido. Como escribió el viejo y
querido John Donne, tan citado en un momento y tan olvidado ahora: Ningún
hombre es una isla.
Gustavo Monteros
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