viernes, 22 de noviembre de 2024

Querido diario - Hoy: El primer día del resto de nuestras vidas


 

Así como no hay hijos malos, no hay géneros malos (aunque ejemplares de unos y otros a veces salgan mal)

 

Confieso que hay géneros que frecuento con interés renovado: el policial, la comedia, el musical, el drama. Otros que visito tan poco que ya soy un ignorante supino de ellos: el terror, el documental. Algunos fueron pujantes y hoy son casi una rareza: el western y el de guerra. Otros muy de moda en estos tiempos que me dan pereza visitar (para decirlo amablemente), porque caen las más de las veces en la fórmula, la poca imaginación, lo probado hasta el hartazgo: la biopic y el navideño.

 

El cine comercial de Hollywood, pasada la fiesta de Halloween ataca con el bodrio navideño (hay excepciones, pocas, pero las hay). Y como en todo país colonizado culturalmente, tengo la acotada elección de qué ver, en respuesta al mandato sin escapatoria de ver algo navideño, porque es el momento del año de hacerlo. (El que pueda huir del “supuesto” espíritu navideño en algún especto de la vida cotidiana ¡que pase la receta!)

 

Llego a esta película de casualidad, busco antecedentes de Melvil Poupard, hallo que estaba aquí, incluida en mi lista larga e inabarcable de pendientes a ver.   

 

Un conte de Noël (2008) (El primer día del resto de nuestras vidas para su distribución local) de Arnaud Desplechin cubre dos casilleros: es de Navidad y de familias disfuncionales, tema tan recurrente en los últimos 15 años, o alrededor de (desde mediados de los sesenta a mediados de los setenta, el tema excluyente era la pareja, hoy es la familia peculiar).

 

Junon (Catherine Deneuve) y Abel (Jean-Paul Roissillon) tienen una familia atravesada por la muerte. De jóvenes perdieron un hijo a los seis años de un cáncer. Y ahora a Junon se le declaró uno parecido que necesita de la médula de un donante compatible. Sin hacer mucho suspenso porque la gracia no va por ahí, en su familia tiene dos que podrían donarle médula, su hijo Henri (Mathieu Amalric) y su nieto Paul (Emile Berling).

 

Pero arranquemos con más orden, aparte del finadito, Junon y Abel tuvieron a Henri, que es financista, a Elizabeth (Anne Consigny) que es una dramaturga de éxito y a Ivan (Melvin Poupaud) que no queda claro a qué se dedica o se me pasó por alto.

 

Henri, un irresponsable, amoral, mujeriego, bebedor, tiene una novia, Faunia (Emmanuelle Devos), mujer de ascendencia judía con mucho humor y paciencia. (El judaísmo no es tema de conflicto en esta familia, pero no se soslaya, como si sintieran el mandato social de hacerse cargo de los prejuicios sociales)

 

Elizabeth, que como ya dijimos es una dramaturga de éxito, casada con un matemático genial, Claude (Hippolyte Girardot) y son padres de Paul, un adolescente que padece de un desequilibrio mental, que puede o no desembocar en la locura.

 

Ivan está casado con Sylvia (Chiara Mastroianni) y son padres de mellizos de unos ocho años, Basile (Thomas Obled) y Baptiste (Clément Obled).

 

El núcleo familiar inmediato incluye a Simon (Laurent Capelluto), sobrino de Junon y primo, claro, de Henri, Elizabeth e Ivan.

 

Y esta Navidad, debido a la enfermedad de Junon, es la primera reunión de todos en 5 años. Cuando la familia celebraba algo, siempre faltaba Henri, exiliado por Elizabeth como resultado de un juicio por deudas. Elizabeth, desde que decidió ser dramaturga, contó con el apoyo de Henri, tanto así que hasta le compró un teatro para que lo dirigiera y probara su creatividad con plena libertad, pero Herni cayó en una pequeña omisión, se olvidó de pagarlo. Al momento del juicio, pretendía saldar las deudas vendiendo lo que a los efectos reales no era suyo, dado que jamás lo había pagado. Abel estaba dispuesto a hipotecar la casona familiar y su empresa, una tintorería (más que limpiar ropa, se dedica a teñir telas para la industria), aunque había un problemita, lo que pudiera obtener no cubría la deuda. La solución vino de un as bajo la manga que sacó Elizabeth: cubrirá la deuda en su plenitud con la condición de no ver nunca jamás a Henri en ningún evento familiar. No podía evitar que todos vieran o visitaran a Henri, pero exigió que bajo ninguna circunstancia se lo pusieran por delante. La jueza que intervenía le dijo que la ley no podía avalarla, que era una cuestión privada, que solo podía pedir el compromiso de la familia. Y la familia optó con complacerla y exiliar a Henri de las reuniones familiares, hasta ahora, en que la enfermedad de Junon obliga a todos a deponer las diferencias.

 

Lo que Henri es, está a la vista desde el principio, pero ¿qué determinó específicamente que Elizabeth dijera basta? El motivo es objeto de especulación para el resto, nunca llegan a una conclusión satisfactoria. Incluso el propio Henri le reclama que defina qué fue lo que le hizo. Elizabeth nunca lo dice, solo equipara a Henri con el Mal Absoluto, con lo horrible, lo abyecto, con todo de lo que hay que huir para mantener a su hijo, sobre todo, alejado y protegido. Por supuesto, Henri y Paul simpatizan, y si pudieran desarrollar una relación, verían que no solo son compatibles en medula para Junon.

 

Junon enfrenta la enfermedad sin remilgos ni delicadezas. Desde la pérdida del primogénito, vida y muerte son contingencias cercanas para ella. Confiesa que Henri nunca le cayó bien y que nunca lo quiso. Henri dice que él siente lo mismo. Puede que sea verdad, pero no se convive inútilmente y terminan manifestándose una sinceridad conmovedora, que bien puede ser amor. Nada es blanco y negro en la vida.

 

Junon expresa que Sylvia le cae poco y mal, porque se ha llevado de premio a su hijo preferido, el más querido, Ivan. Y le dice a Faunia, que ella sí le cae bien, porque le saca de encima a su hijo menos querido, o sea Henri. Junon puede hablar con Faunia sin tapujos, porque es la extraña, la desconocida, a la que se le puede decir y contar lo que sea. Y si bien Junon no es de andar cargando lastre, le hace bien hablar con Faunia, la clarifica.

 

De adolescentes, Henri, Simon e Ivan estuvieron enamorados (o deseaban) a Sylvia. Henri en apariencia solo quería acostarse con ella y como no lo logró, no la cortejó más. Simon se la “cedió” a Ivan. Secreto contado por Rosaimée (Françoise Bertin) la abuela postiza de todos, que fue a su vez amante de la madre de Abel (la amplitud de las relaciones no es cosa que se inventó ayer, puede que ahora se tienda a poner los puntos sobre las íes, pero las alternativas vitales vienen desde el principio de los tiempos). Retomo, cuando Rosaimée le relata a Sylvia que Simon la “cedió”, aunque nunca dejó de amarla y perdió en la entrega su sentido del humor y su alegría de vivir, Sylvia se pregunta lo que en algún momento nos preguntamos todos: ¿qué hubiera sido de mi vida si en vez de lo que viví, hubiera vivido esto otro? Enterarse de la verdad le cae a Sylvia en un mal momento. No porque sienta que concluyó su ciclo con Ivan, sino por todo lo contrario, porque no hace mucho aceptó estar enamorada de él. Pero también siempre quiso a Simon, sin atreverse a desearlo. Ahora ¿tiene el permiso?

 

Elizabeth también tiene un pretendiente desfavorecido, Spatafora (Samir Guesmi) amigo de sus hermanos, hoy un delincuente de poca monta, con el que pudo haberse casado, y que esta Navidad le deja de regalo una cadenita de oro con una medalla, no el colmo de la belleza, pero no carente de encanto. ¿Sería Elizabeth una dramaturga de haberse casado con Spatasfora? Y este, ¿habría en tal caso zafado de una vida delincuencial? Sabrá Dios o el universo paralelo.

 

Como bien puede deducirse, es un film navideño, pero alejado de las ñoñerías habituales. Habla de reencuentros, sí, pero sin las boberas entusiastas de una superación amortizada a plazos. Como en la vida, no hay cambios drásticos ni definitivos. En los días que atestiguamos, todos son sacudidos emocionalmente. No sabremos a ciencia cierta en qué medida el sacudón los modificará. Junon obtiene su transfusión de médula. ¿La aceptará su cuerpo, le dará una larga y buena sobrevida? Como Elizabeth elegimos creer que sí. Después de todo, si hay que completar el cuento, que sea con la mejor de las probabilidades. ¿A quién no le gusta un final feliz?

Gustavo Monteros


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