viernes, 29 de noviembre de 2024

Querido diario - Hoy: Dos con Laure Calamy


 

La serie francesa Dix pour cent / Call My Agent, de 24 episodios, creada por Fanny Herrero, 2015-2020, se centra en una agencia de representantes de actores/actrices, directores/directoras y exhibe los problemas de los agentes y de sus representados, es decir las desventuras que se derivan de sus personalidades y de su conflictivo entorno. Es de tontos perdérsela, puesto que solo acepta elogios exacerbados, que uno sospecha pobres y mezquinos. Si no me creen, vean como muestra el episodio 6 de la segunda temporada que se llama Juliette, por Binoche, claro. Delicia de delicias. Comprobarán de paso por qué las actrices aparecen a veces disfrazadas en los eventos de alfombra roja y aprenderán también cómo sacarse de encima un pesado que es casi un ejemplo perfecto de acosador inmanejable. La serie catapultó a la fama a Laure Calamy y Camille Cottin, que venían haciéndose notar en secundarios y llevó a otro nivel las carreras de todos los que intervienen como miembros del staff de la agencia, como Nicolas Maury que en 2020 se probó como autor, director y protagonista de su propia película, Garçon chiffon (chico de peluche) o My Best Part (Mi mejor papel) para los países de habla anglosajona.

 

En este film, Jérémie Meyer (el propio Nicolas Maury) es un ejemplo insuperable de drama queen. Joan Crawford hace costumbrismo realista al lado suyo. Los celos desmadrados lx dominan y arruinan su relación con Albert (Arnaud Valois), un veterinario de muy buen ver. Jérémie es actor, sin trabajo por el momento y su agente Jean-François (Laurent Capelluto) le ruega dos cosas, que se presente al casting de la obra teatral Despertar en primavera de Frank Wedekind y que bajo ninguna circunstancia acepte ser el coach actoral de la directora cinematográfica, Sylvie (Laure Calamy) que se apresta a protagonizar la película que dirigirá en breve.

 

Sylvie es la quintaesencia de la artista estrella en problemas, está vulnerable, insegura, emocionalmente lábil, hipersensible, manipuladora y demandante. Para estar a salvo del pedido de Sylvie y poder prepararse bien para la prueba teatral, Jérémie cumplirá con el compromiso de acompañar a su madre en el homenaje póstumo que le harán a su padre, que se suicidó no hace mucho.

 

Bernardette (Nathalie Baye), la madre, tiene una casa de huéspedes en un paraje turístico-vacacional y hacia allá va Jérémie. En el tributo fúnebre, Bernardette es solo la primera esposa, hay una segunda mujer, la viuda oficial de marras, que viene acompañada por su suegra, que está perdidamente senil.

 

Bernardette le reclama a Jérémie no haberla acompañado mejor en su proceso de ruptura y divorcio, aunque el reclamo no se convierte en culpa, porque Bernardette comprende que Jérémie era apenas un chico, que se encerraba en sus fantasías de divas para elaborar la separación de sus padres a su modo. Ve a su hijx tan solx y desvalidx que le regala un cachorro de perro.

 

Jérémie a su vez cela a su madre con Kévin (Théo Christine), un chico de su edad que ayuda con las tareas del hotelito. Kévin es hetero como el de más, pero respeta y le intriga la plumífera desfachatez con la que Jérémie vive su vida.

 

Jérémie vuelve a la ciudad y entre cosas que se arman y desarman encontrará algo de paz. El final lo hallará con Kévin que vino al estreno de la obra y si hay un romance en ciernes o el inicio de una gran amistad como en el desenlace de Casablanca es algo que no sabremos. De lo que no queda duda es que Jérémie vivirá lo que sobrevenga en sus propios términos, como una buena diva que se precie de tal.

 

Este film es un buen drama de relaciones con actuaciones impecables que vuelan alto en el caso de Calamy y Baye. Ambas están inspiradísimas, Calamy a pleno histrionismo y Baye en completo sosiego. Sylvie/Calamy desordena a pura locura. Bernardette/Baye reacomoda su presente a pura sabiduría. Baye en algunas tomas nos recuerda a Selva Alemán, que se fue de gira no hace mucho y eso vuelve a su personaje más profundo y entrañable.

 

En Une femme du monde / Una mujer de mundo, 2021, de Cecile Ducrocq, Laure Calamy es Marie, una trabajadora sexual, que cumple su tarea con convicción y sin ninguna vergüenza. Tanto así que su hijo adolescente, Adrien (Nissim Renard) y sus padres saben a qué se dedica. Su madre en algún momento le pedirá que cambie de profesión y Marie contestará que no, que por qué.

 

Adrien, como suele suceder con los adolescentes, anda desorientado y no sabe bien qué hacer con su vida. Cree que le gustaría ser chef, pero por una broma de mal gusto lo echaron del secundario público con orientación culinaria en el que cursaba. Ahora dice que le gustaría enrolarse en el ejército, como fantasean o tienen la intención, algunos de sus compinches.

 

Marie no quiere ni oír hablar del mundo castrense. Se enteran de la existencia de una encumbrada, cara y lujosa academia privada de cocina. Los aspirantes deben pasar primero una entrevista. Adrien, asesorado por una amiga travesti de Marie, que fue abogadx, pasa la entrevista con creces. Ahora solo quedar reunir el importe de la matrícula, que es bastante salado para ellos, y hacer frente a las mensualidades.

 

La calle enfrenta una de sus habituales crisis económicas y está más dura que de costumbre. Por eso es que Marie abandona el cuentapropismo que la enorgullece y comienza a trabajar en un prostíbulo disfrazado de discoteca. Algo que Adrien le echará en caro disgustado cuando se entere. Marie, a su vez, le pedirá a Adrien que colabore haciendo pequeños trabajos. Algo que en un principio Adrien de puro inmaduro incumplirá, para después entrar por la variante y responsabilizarse, lo que augura un buen final.

 

Calamy no pidió dobles de cuerpo y jugó todas las escenas descarnadas y muy arriesgadas de sexo y se puso vestuarios que desfavorecerían a la Venus de Milo. Porque, como declaró, no puede haber verdad en la interpretación de una prostituta si se anda con remilgos.

 

Dato que remite a su esencia como actriz, a su manera única de “leer” sus personajes, de corporizarlos con todas las emociones, fantasías y sensualidades sin red ni reaseguro alguno. El concepto actoral de “aquí y ahora” con el que hace parar a sus personajes es maravilloso. Conocerla es amarla. La inmediatez con la que mira, siente, camina desarma al descreído más acérrimo del arte de actuar. Su talento es coraje puro.

 

Muchas ponen el cuerpo. Calamy lo planta sin pedir nada a cambio, porque actuar es dar sin miedo, y eso hace el prodigio, y nuestra retribución natural de dar hasta lo que no tenemos.

 

Ante una entrega así, solo nos queda el placer de la admiración sin límites. Y si ese ida y vuelta entre actor/a y espectador/a, ese intercambio de verdades, no es amor, se le parece tanto que debería serlo.

Gustavo Monteros


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