En Mamacruz
(Patricia Ortega, 2023) la premisa principal y la secundaria están tan unidas
que casi son una. Es la historia de un empoderamiento a través del
descubrimiento de la sensualidad.
Mamacruz
(Kity Mánver) anda por la sesentena larga. Y su vida está inserta dentro de
todos los mandatos sociales que la circunscriben, como Dios manda, diría
alguien. Tiene un marido Eduardo (Pepe Quero), una hija, Carlota (Silvia
Acosta) y una nieta, Carmela (Úrsula Díaz Manzano). Es de misa diaria. Y ya que
cose, el cura le encarga renovar el vestido de las madonas y los santos. En su
casa tiene un altar con profusión de vírgenes y santos.
El marido
arrastra los pies, su cabello hace años que no conoce peine y más que vivir,
duerme.
La hija
procura abrirse camino en el mundo de la danza contemporánea y en este momento
está en Viena.
El soplo de
vida lo da la nieta de unos 12 o 13 años que no se resigna a la ausencia de la
madre, lo que hace que Mamacruz inste a Carlota a que se deje de cosas y vuelva
a acompañar el crecimiento de Carmela. A Mamacruz la idea de una carrera, de la
realización personal es tan foránea como la vida en Marte. Para ella, una madre
se debe a su familia, a su cría y listo.
Abuela y
nieta se comunican con la hija / madre en Viena a través de una Tablet, que la
nieta, claro, usa como una extensión de sus manos y la abuela con el respeto y
la torpeza de los recién iniciados en la tecnología.
La abuela es
una romántica solapada. Ve una vieja telenovela con Catherine Fulop y Fernando
Carrillo y tanto muere de amor que se le despierta una sensibilidad a flor de
piel. Una noche de insomnio, toma la Tablet para averiguar sobre Viena y le
aparece una página porno y por cerrarla, inicia sin querer una escena muy
gráfica, por supuesto.
Lo que ve la
perturba, la atrae, la incomoda. Y a una edad insospechada de revelaciones
sensuales, comienza a dar rienda suelta a curiosidades sexuales.
Unas devotas
de la parroquia se escandalizan porque han dejado en el atrio de la iglesia
unos panfletos que propagandizan cursos de armonización con flores y ¡terapias
sexuales!, con la anuencia del cura. El panfleto será el inicio de la
continuidad de los maravillosos descubrimientos sensoriales de Mamacruz.
En el curso
se encontrará con otras mujeres de su edad y condición. Todas han tenido
relaciones sexuales, se casaron, tuvieron hijos, enviudaron, tomaron amantes,
pero ninguna ha experimentado un orgasmo.
A los más
jóvenes les resulta extraño que hasta no hace mucho, la información que ellos
manejan desde que tienen memoria y uso de razón era ocultada, escamoteada,
soterrada e incluso prohibida. Les cuesta creer que el catolicismo (la religión
más extendida en estas culturas) imponía sus preceptos en la vida social de
todos, creyentes, no creyentes y profesantes de otras religiones.
Y que así el
sexo se aceptaba y promovía solo para la procreación, que el sexo por el mero
placer además de mal visto, se lo prohibía. Lisa y llanamente.
Generaciones
y generaciones padecieron estas inhibiciones. La carnalidad debía sublimarse,
la lujuria era un pecado horrendo y las desviaciones de la norma imperante,
como la homosexualidad, una abominación.
Y como peino
canas, he conocido ese mundo, esa realidad tan antinatural. Uno vive lo que le
toca, es muy acotado lo que uno puede cambiar, así que hacíamos lo que
podíamos, en secreto la más de las veces, con la esperanza de que ese modo de
vivir tan feo y tan cruel se modificara para bien de los que vinieran después.
Y por suerte así fue.
Pero mucha
gente se quedó sin vivir relaciones plenas, sin saber que el sexo podía ser
puro y bello, que lo verdaderamente pecaminoso era encapsularlo, negarlo,
abominarlo.
Mamacruz
tiene suerte y buena disposición y se abre a todo lo que anduvo viviendo mal.
Ante cada experimento sensual, deja de prenderle velas a los santos para que la
disculpen y perdonen, comprende de a poco que la mujer tiene derecho a la
realización, como el hombre, y que, si para eso hay que desoír mandatos
patriarcales de toda la vida, se los desoye y listo, que la vida no es rígida,
sino que fluye, que el patriarcado no hizo feliz a nadie y ya es hora de
destronarlo.
Y así
mientras se abre a lo que tenía negado, no solo se empodera, sino que empodera
a los que la rodean. El marido deja de arrastrar los pies, abandona la
somnolencia y hasta se peina. La hija deja de padecer la culpa de estar lejos y
la nieta aprende que no hay vergüenza en la menstruación, que lo natural es
siempre celebración de vida.
Y se viene
el spoiler de todos los spoilers, lo que ve venir, lo que está en el afiche, lo
que uno desea que por fin le pase a Mamacruz, que nunca es tarde si hay vida,
que la felicidad de la plenitud no se mide por el tiempo que le tomó en
presentarse sino por la intensidad con que ocurre y entonces tiene su orgasmo.
Gustavo
Monteros
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