¿Los
opuestos se atraen? Sí, claro. Pero a veces esa atracción es tan amarga que
bordea la tragedia.
Elena (Greta
Grineviciute) es una bailarina de danza contemporánea que ha aceptado un
trabajo para el verano: introducir al mundo de la danza y el movimiento a un
grupo de sordos. Necesita un instructor de lengua de señas que traduzca las
indicaciones. La institución que la contrató le provee uno, Dovydas (Kestutis
Cinenas).
En la
primera clase, ella se apoya mucho en él. Al terminar se despiden, pero él la
espera en la puerta y le pide que deje acompañarla a su casa, o al menos
caminar juntos unas cuadras. Ella acepta y descubren que congenian, a pesar de
la diferencia de edad (ella es un poquito mayor), de gustos, y experiencias.
Cuando
comprenden que la cosa no viene de amistad, él le dice algo que quizás debió
decirle en el primer momento: es asexual. ¿Y eso qué corno es? La ausencia de
impulso sexual. Estas personas no tienen morbo para el sexo. No son impotentes,
los hombres tienen erecciones y pueden eyacular, pero mecánicamente, sin deseo
ni fantasía.
Ella vive
esta confesión como un rechazo y va a acostarse con un examante para ratificar
si todavía puede ser deseada. Es que ella es muy sexuada. Cuando baila con su
grupo de pertenencia es como si hiciera el amor, literalmente. A él le gusta el
contacto, abrazar, besar, aunque es indiferente al sexo.
Contra todo
pronóstico, Elena y Dovydas deciden seguir e intentar constituir una pareja
“normal”. Descartan la posibilidad de la participación de terceros, sobre todo
para cubrir las necesidades sexuales de ella. Los intentos de relaciones
sexuales son infructuosos. Una vez ella intenta con el sexo oral y logra que
tenga una erección, pero algo lo incomoda y procura penetrarla sin éxito. Otra
vez él intenta jugar con los dedos, pero ella está menstruando y a pesar de que
él insiste en que no le molesta el flujo, ella se inhibe.
En lo que sí
son muy normales es en que se celan. A él otros hombres del pasado o del
presente de ella y que pueden tener sexo con ella, le producen temor, rechazo,
violencia. Ella no puede entender que él pueda masturbarse en la ducha, no cree
que solo sea un acto mecánico, está convencida de que piensa en otras.
El problema
es que se quieren y mucho. Y esta vez no es el afuera el que los separa, como
en Romeo y Julieta sino su propia naturaleza. Ninguno de los dos tiene
la culpa de ser cómo es. Ella quizá con alguien que maneje pulsiones similares
sea feliz. Él con alguien menos sexuado, con mayores herramientas para sublimar
o que no esté tan pendiente del sexo quizá sea feliz. Pero justo fueron a
encontrarse uno con otro y quererse.
El sexo
siempre será un misterio. En estos tiempos en que no es tabú o interferido por
la religión puede que se sienta más desentrañado, pero su misterio no ha sido
develado del todo. Lo exponemos más libremente, procuramos desenredarlo de
traumas e inhibiciones, pero nadie ha alcanzado la receta de la plenitud
inequívoca para compartir.
Aprendimos a
dilucidar que el amor y el deseo son dos cosas distintas que a veces se juntan.
Sin embargo, el deseo pasa y el amor queda. Algunos no pueden vivir sin el
deseo y nunca terminan de madurar en el amor. Otros aceptan que el deseo se
pase y valoran la construcción de una relación de amor. Otros intentan de a
tres. O plantean una pareja abierta. O se abren a todos los impulsos que se les
presentan y lo llaman poliamor (aunque es más polideseo que otra cosa). Y están
los que no dilucidan ni distinguen nada, que cuando tienen ganas van y las
satisfacen, a veces plenamente, otras no tanto, sin desesperarse, con la
certeza de que la próxima va a ser mejor. Son como los que ponen la cabeza en
la almohada y se duermen. ¿Los afortunados? No sé, quizás. El insomnio es feo,
pero el ocasional tiene su sabiduría y encanto.
(Slow
es del 2023 y fue escrita y dirigida por Marija Kavtaradze)
Gustavo
Monteros
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