Last
Train From Bombay me
trajo a la memoria The Last Train From Madrid, película con la que me
crucé cuando investigaba para mi libro de trenes en el cine, y que me costó
encontrar, aunque llegué a verla. Sin embargo, fue descartada del libro, porque
la verdad sea dicha, muchas otras ofrecían más puntos de interés.
La primera
vez que la vi un detalle monopolizó mi atención y su singularidad queda
ratificada en esta nueva visión. Transcurre en la Guerra Civil Española, pero
igual podría transcurrir en la Guerra de los Boers, en la de Canudos, en la de
las Rosas o en la Púnica. Y si bien un cartel inicial explica que no toman
partido por ningún bando y que el enfrentamiento solo les importa como
disparador de las tramas, el desprecio por las circunstancias históricas es
olímpico. Nada nuevo bajo el sol. Hollywood siempre tomó el resto del mundo
como escenografía exótica para ambientar intentos de entretención. Aquí al
menos se toman la molestia de aclararlo.
Este Madrid
disociado de cualquier apego a la realidad, si tuviera algo que remotamente
podría ser considerado cierto, más que por la pura coincidencia del cliché
sería un auténtico milagro. Para poder disfrutar y no pelearme con el material,
me abstraigo de todo lo que puedo saber de la Guerra Civil Española y considero
a este Madrid como un espacio metafísico, al que le damos ese nombre, como
podríamos llamarlo Shangri-La, Macondo o Estatua Renga.
Como en Grand
Hotel (Edmund Goulding, 1932), varias historias, todas muy melodramáticas,
van narrándose intercaladamente. (Nada de episodios como en la cumpleañera de
este año (¡felices 10 añitos!) Relatos salvajes, Damián Szifrón, 2014)
El marco común es narrado por un buenmozote locutor de radio, Henry Brandon,
tan febril que está perlado por gotas de sudor, que se suponen intensifican su
sex-appeal. El hombre dice que esa noche partirá el último tren de Madrid,
antes de que vuelen las vías, rumbo a Valencia, y que solo podrá ser abordado
por los que tengan un pase autorizado y que se privilegiarán algunos militares
designados y unos pocos hombres de negocios. Los demás abstenerse y a soportar
el sitio y el bombardeo que se viene. Fundido a negro.
El coronel
Vigo (Lionel Atwill) le informa al capitán Ricardo Álvarez (Anthony Quinn) que
se lucha desesperadamente por retener la ciudad de Cardozo (¡?), y que los
presos comunes y los políticos serán mandados a ese frente como carne de cañón.
Álvarez ve que en la lista de presos políticos figura Eduardo de Soto (Gilbert
Roland) que luchó con él tiempo atrás, en otra causa, por entonces en el mismo
bando, en Marruecos. Álvarez rescata a de Soto con el cuento de que debe ser
interrogado en el ministerio de seguridad. Cuando están a solas en el auto en
el que supuestamente los traslada al ministerio, Álvarez le pasa subrepticiamente
un papel con una dirección y le dice que se higienice, se afeite y desaparezca.
Fundido a negro.
De Soto lo
obedece, al menos en lo primero, y afeitado y bien trajeado se va a visitar a
su novia que lleva dos años sin ver, los que tuvo encerrado. La chica en
cuestión es Carmelita Castillo (Dorothy Lamour) que, de tanta angustia por
buscarlo en vano, cayó en los brazos de ¡Ricardo Álvarez! De Soto recibe el
golpe y mientras se repone, aparece Álvarez. De Soto felicita a su antiguo
amigo y su ahora exnovia y les desea una feliz vida en común. Fundido a negro.
De Soto
recala en un colmao, dispuesto a beberse todo para caer en el pronto olvido, y
allí, se reencuentra con un viejo amor, la Baronesa Helene Rafitte (Karen
Morley), pero esa es otra historia que retomaremos más adelante. Fundido a
negro.
María Ronda
(Olympe Bradna), una jovencita va con una brigada femenina al frente (¡a
Cardozo!). Le confiesa a una compañera que quiere volver a Madrid porque
ejecutarán a su padre. Pasa un avión y tira bombas, la compañera la hace
aprovechar el desbande para que huya. En un camino cercano, María hace detener
un autito de lo más pintoresco que maneja el reportero norteamericano, Bill
Dexter (Lew Ayres). En el autito apenas si caben dos, pero la lleva. Le dice
que está apurada y la razón del apuro, él le confía que con un poco de suerte
puede hacer que visite a su padre. En la cárcel, Bill usa su profesión para que
les permitan ver al padre de María, Carlos Ronda (Carlos De Valdez). A Bill se
le ocurre mentirle a María y decirle que la ejecución se suspendió a la espera
de un nuevo juicio e involucra a Carlos en el engaño. Carlos la despide con un
hasta pronto y le pide a Bill que la cuide. No alcanzan a salir de la cárcel,
que se oyen las detonaciones del fusilamiento, pero María parte esperanzada con
la idea que quizá su padre zafe de la muerte con el nuevo juicio. Bill le
compra un nuevo vestido y un sombrerito ridículo. Van en el auto cuando se
desata otro bombardeo. Se refugian en una cava y Bill se pone a probar los
vinos y se emborracha. Fundido a negro.
Bill despierta
en su propia cama. María le dice que se casaron. Él no recuerda nada y da a
entender que la nueva situación no le hace ninguna gracia. Ella le dice que no
tiene ninguna importancia, que él se irá esa noche en el tren y todo quedará
olvidado. Él ve una carta sobre la mesa. Ella le pide que no la lea, que es
para su padre. Ella va a buscar agua para darle y él lee la carta, en la que
María le pide disculpas a su padre por haberse casado sin su consentimiento,
pero que no podía hacer otra cosa, porque le había surgido un gran amor por
Bill y que creía que él le correspondía. Suena el timbre, son unos carabineros
que vienen a entregarle a Bill el famoso pase. Bill dice que no puede irse sin
su secretaria (o sea María) y el carabinero con tal de que se vaya, agrega el
nombre de María en el pase. Bill entra y busca a María que ha partido dejándole
una nota en la que se despide y le desea suerte. Bill comprende que ama a María
y que no se marchará sin ella. Fundido a negro.
En un
pelotón de fusilamiento, un soldado, Juan Ramos (Robert Cummings) no puede
disparar. El coronel Vigo, como castigo, lo transfiere al frente. Como sabe que
es casi una muerte segura, le da un permiso de dos horas y algo de dinero para
que se entretenga, beba y tome coraje, que viva un poco. En una calle cercana
al cuartel, ve como Lola (Helen Mack) despide a un hombre (¿un cliente?, ¿un
amante?) que partirá esa noche en el tren. El hombre se aleja unos pasos y lo
mata una bala de un francotirador. Juan ayuda a Lola a meterlo en la casa. Lola
le dice que tan solo en unas horas se habría librado de todo en Valencia. Juan
se da cuenta de que tiene un pase y le suplica a Lola que se lo conceda. Lola
se niega, estaría ayudando a un desertor, le aclara. Juan le confiesa que él
solo es un labriego que quiere volver a su pago y desentenderse de una guerra
que no es para él. El pago en cuestión es donde Lola veraneaba. Acepta darle el
pase, siempre que se lleve con él un muñequito que ella valora mucho, un
símbolo de su inocencia perdida. (¿Es una prostituta?, ¿una mujer sexuada que
vive su sensualidad como una maldición?, ¿una mantenida?, sea lo que sea, es
una precursora de lo que serán pronto las mujeres de Tennessee Williams) Juan
le dice que venga con él, que solo basta agregar su nombre al pase, hacerla
figurar como su esposa. Se besan. Fundido a negro.
Habíamos
dejado a De Soto reencontrándose con un viejo amor, la baronesa Helene Rafitte.
Ella se da cuenta de que él huye y de que está sin papeles. Son interrumpidos
por la llegada de Michael Balk (Lee Bowman) que se presenta como un guía, un
mentor, un consejero de Helene. De Soto lo invita a sentarse con ellos, pero
Michael se niega, aduce otros compromisos. Cuando se va, Helene le confía a De
Soto que Michael es un hombre muy caro. De Soto comprende al vuelo que Michael
es un gigoló. Helene que tiene pase propio, le dice a De Soto, que huya con
ella, que le conseguirá un pase. En eso llegan unos soldados pidiendo papeles.
Helene capta la atención de estos y De Soto huye. Fundido a negro.
Michael, en
un apartamento de lo más bonito, envuelto en bata de seda, prepara las valijas.
Llega Helene y le pide que le venda el pase. Michael pide una fortuna. En un
principio Helene se niega, pero termina por pagarle. Michael, en vez de darle
el paso, toma el teléfono y pide con el cuartel. Quiere comunicar a las
autoridades que no hará uso del pase. Mientras esperan a que alguien les
conteste, Helene comprende que Michael, por celos, perfidia o pura maldad, no
le entregará el pase, así que saca un arma y mata a Michael. Fundido a negro.
El coronel
Vigo se entera de que Álvarez dejó huir a de Soto, insta a Álvarez a su
presencia, lo degrada, y lo pone prisionero, sin duda será ejecutado, porque el
cargo es alta traición. Álvarez huye y se refugia en la casa donde le dijo a de
Soto que se escondiere. Encuentra a De Soto, que se da cuenta de que Álvarez ya
no tiene poder. Álvarez le dice que eso no tiene ninguna importancia y le da un
pase, firmado por él. De Soto lo rompe diciendo que es peligroso llevar un pase
con la firma de quien ha caído en desgracia. De Soto dice también que ya no lo
necesita, que Helene le conseguirá uno. Se despiden. Fundido a negro.
Se viene el
final. En el cuartel, el coronel Vigo le dice a su segundo, apostado en la
estación de trenes, que vigile bien, que sin duda Ricardo Álvarez y Eduardo de
Soto intentarán huir, así que deben atraparlos, que llegada la hora, el tren
salga, pero que en la primera parada, esperen a que él dé la orden de continuar
viaje, que si no los pescan en la estación, los atraparán cuando el tren llegue
a la primera parada. Esto llega a oídos de Álvarez, porque al dueño de la casa
donde se esconde se lo han contado. Álvarez sale hecho una tromba.
En la
estación, Helene le entrega el pase a De Soto y se separan para pasar
desapercibidos. Llega Carmelita con su pase. Ve de lejos a De Soto y este con
señas le pide que haga como si no lo conociera.
Bill busca
con insistencia a María, se cruzan sin verse y parecen condenados a no
hallarse. Pero no es así, su destino es ser felices juntos. Se reencuentran
finalmente y suben al tren.
Juan y Lola
vienen a la estación en un carro que carga ataúdes. Unos hombres intentan
quedarse con el carro, hablan de meterse en los ataúdes y huir, de este modo
nadie les pedirá papeles. Desatan un tiroteo contra el dueño del carro y Bill.
Lola es baleada en el tiroteo. Antes de morir, insta a que Juan huya y le
entrega el muñequito simbólico para que lo lleve con él. Juan quiere quedarse,
el dueño del carro le recuerda que le prometió huir a una moribunda y que esas
promesas se cumplen. Juan llega, aborda el tren, terminando su participación en
esta película. Fundido a negro.
Carmelita,
De Soto, Helene están en el tren que se apresta a partir. A último momento,
unos soldados suben y piden documentos. Buscan a Helene, dan con ella y la
detienen por el asesinato de Michael. Por suerte no alcanzan a pedirle el pase
a De Soto, porque así se enterarían de que viaja con el pase de Michael.
Fundido a negro.
Álvarez
entra subrepticiamente al cuartel y hace su prisionero al coronel Vigo. Le dice
que pasarán juntos la noche, que lo dejará libre cuando el tren haya llegado a
Valencia. El coronel Vigo le pregunta si De Soto está en el tren, Álvarez
asiente. El coronel Vigo, obligado por Álvarez, le dice a su segundo por
teléfono, que el tren puede partir, que la búsqueda de Álvarez y De Soto ya no
es necesaria, que ya los atraparon. Álvarez, siempre a punta de pistola,
traslada al coronel Vigo a otra dependencia, donde pasarán mejor la noche. Un
soldado sospecha que quien escolta al coronel Vigo es Álvarez y le dispara.
Álvarez cae herido de muerte. El coronel Vigo le quita el arma y ve que está
vacía.
El tren ha
llegado a la primera estación y como fuera convenido, piden la autorización del
coronel Vigo para seguir. Desde el piso, Álvarez le implora con la mirada al coronel
Vigo, que deje huir a De Soto. Vigo permite que el tren siga su marcha. Álvarez
muere en paz. En el tren, De Soto y Carmelita, sentados en el mismo
compartimento, pero no juntos, con una anciana de por medio (la misma que al
principio de la película le había pedido un pase a Álvarez y este se lo había
negado), miran hacia el futuro (¿lo compartirán?, ¿quién sabe?) Fin.
Caigo en
cuenta de que estoy haciendo lo que mamá hacía ya de mayor: volcar en un papel
los resúmenes de las tramas de las telenovelas que veía para no olvidarse de
las vueltas del argumento. De paso se aseguraba de que los hilos argumentales
de cada novela no se le mezclaran, por más similares que fueran. En mi caso
consigno tramas de películas. Más que para no mezclar hilos argumentales, para
no olvidar las vueltas de la trama y verme en la obligación de ver algunas
películas otra vez para saber a ciencia cierta de qué venían. Es que he visto
muchas películas. De las que me gustaron mucho, me acuerdo casi todo. De las
que no tanto, tiendo a no recordarlas del todo. También me hago trampas, de los
policiales que disfruté me olvido de detalles, para tener que volver a verlos y
reconstruirlos.
De esta
película hay un detalle que creo voy a recordar. Ver a Anthony Quinn tan joven
¡tenía apenas 22 años! Se percibe asimismo que era un hombre muy alto, 1 metro,
87 centímetros. Y se lo ve casi apuesto. Casi, porque lo que se dice apuesto no
fue nunca. Atractivo, sí, quizá. Aunque más de un bonito anodino lo envidió a
morir. La cámara amaba sus peculiaridades. Por lo que se podría decir que la
suerte de la fea a veces alcanza también a los feos.
(The Last
Train from Madrid es de 1937 y fue escrita por Louis Stevens, Robert Wyler
y Paul Hervey Fox y la dirigió James P. Hogan)
Gustavo
Monteros
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