Por una vez decidí seguir mi propio consejo. ¿Cuál de
todos? Cuando digo que, si la realidad es cruel y sucia, mejor meter la cabeza
dentro de una feel movie.
No como el avestruz para no ver, sino para recuperar con un
cuento que podemos ser sensibles, solidarios y bienintencionados.
Me cruzo con The Emperor’s New Clothes (Alan Taylor,
2001) y decido verla por fin completa y de corrido. Cuando reinaba el cable, la
veía empezada y por partes. Me gustaba lo que veía, pero o no terminaba de
verla o me sorprendía empezada. Y por los motivos que fueran, no utilizaba mis
recursos para verla al fin entera.
Como Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando
(Jaime Chávarri, 1997) o La luz prodigiosa (Miguel Hermoso, 2003), da un
final alternativo al destino de un hombre notable, en este caso, Napoleón
Bonaparte. El juego, claro, está en inventar circunstancias que hagan plausible
la peripecia. Convencernos sin caer en la gratuidad del disparate. Aquí, al
igual que en los dos buenos casos citados, lo logran.
Al principio estamos en 1821, en Santa Elena. El
exemperador evita la angustia o el tedio del exilio dictando sus memorias. Una
organización secreta, empeñada en su regreso al poder, ha dispuesto
reemplazarlo por un sosia, un viejo marinero. El doble lo cubrirá en la isla y
Napoleón ocupará el lugar del marinero en el barco y se bajará cuando lleguen a
París.
El engaño se revelará cuando haya recuperado el gobierno de
Francia. Pero, ya se sabe, no hay plan perfecto. Terminará en Bélgica, y casi a
la buena de Dios. Pasan algunas cosas y llega por fin a París, sus nuevas
instrucciones son contactar con el teniente Truchaut.
Llega a la casa del teniente y descubre que no podrá
albergarlo porque ha muerto. Su viuda (que no lo reconoce como Bonaparte) le da
trabajo y cobijo por unos días, al cabo de los cuales deberá irse, porque la
pobre está en una pésima situación económica. El negocio de venta de melones y
sandías en el que ha depositado todas sus esperanzas y el poco dinero que le
quedaba no funciona como ambicionaba.
Pero a Napoleón le basta con un mapa y un objetivo a
conquistar para dar con una estrategia vencedora y la ayudará a salir adelante
y ganarse unos buenos réditos. Mientras tanto en Santa Helena, su doble no
quiere revelarse como tal y persiste en ser Napoleón. Disfruta de los
beneficios de ser un prisionero de lujo y además se revela como un narrador
astuto que salpimienta las memorias del gran corso, sobre todo las amorosas con
un erotismo delicioso. Y así una cosa lleva a la otra.
Es una película muy disfrutable por la historia, por el
pudor y la elegancia con la que está narrada, sin subrayados ni salidas de
tono, por un elenco perfecto y porque la improbable pareja romántica de
Napoleón y la viuda tienen una química que vuelve lo implausible no solo
posible sino real y concreto.
El maravilloso Ian Holm, por una vez ascendido a
protagónico, demuestra tener una solvencia envidiable, no solo para atraer
nuestra atención sino para llevarnos literalmente de las narices.
Ella es Iben Hjejle, una estrella danesa, que no ha
fatigado el cine de Hollywood, aunque es bella y brilla como la mejor.
Me fui a dormir con una sonrisa que evitó los monstruos en
mi sueño. Al día siguiente la realidad no era piadosa y bella por la magia del
cuento, pero mi voluntad de cambiar la podredumbre se fortaleció. Después de
todo, ser consciente de que el mundo puede ser mejor es un primer paso y aleja
las inmensas ganas de resignarse, de rendirse. Y eso es algo que los buenos
cuentos siempre pueden hacer.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.