viernes, 13 de octubre de 2023

Programa doble - Hoy: La historia de Irene y Vernon Castle - La magia de tus bailes



 


Ellos llaman “a match made in Heaven”, lo que nosotros decimos “nacidos el uno para el otro” Aunque sea algo decidido por el Cielo o por los designios de las fuerzas inmanentes del Universo, la idea es la misma, se tenían que encontrar sí o sí. Él venía de formar un dúo danzante de éxito en Broadway y en el West End con su hermana. Ella bailaba como un recurso más de su histrionismo innato. Y en la primera película que compartieron, los unieron de pura chiripa. Algo así como si él baila y ella baila, que hagan juntos un número en algún momento.  Porque en Volando a Río (Flying Down to Rio, Thorton Freeland, 1933) eran apenas partiquinos, el comic relief (alivio cómico) para las alternativas del romance entre la estrella Dolores del Río y el astro ascendente, Gene Raymond. Y alguien (así, en anónimo, dado que después cuando la magia ya se había producido, varios se apuntaron en vano el mérito de haberlos emparejado) dispuso que además de comic relief fueran el dancing relief. Y el resto es historia, porque se complementaron, vaya si se complementaron. Además de la gracia, de la sincronía, exhibían una tensión sexual apreciable que los volvía (si cabe) más atractivos. Aparearse, a decir verdad, como confesó años después Ginger, cuando esas cosas ya podían decirse, fue algo que pasó en su prehistoria. Tuvieron un encuentro sexual cuando los dos deambulaban por Broadway como figuras promisorias. Ginger dijo que la primera vez fue decepcionante porque él estaba medio borracho y con demasiadas ansías de cumplir, de deslumbrar hasta en la cama. Después, ya cuando eran la dupla del baile en el cine, en algún momento entre ensayo y ensayo para la sucesión de películas que protagonizaron, lo volvieron a intentar. Con gran éxito, según ella, él, muy en caballero inglés, que no era, claro, porque había nacido en Nebraska, selló sus labios y se guardó si no el secreto al menos su versión.

 

Diez fueron las películas que hicieron juntos y la segunda, La alegre divorciada (The Gay Divorcee, Mark Sandrich, 1934) fue la que sentó el paradigma de las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers. O sea, una trama frágil, pero trama al fin, con juego de comedia clásicos y eficientes, a puro disparate, asociables a algún sentido de realidad solo porque los supuestos personajes estaban encarnados por seres humanos, y por las dudas a alguien se le ocurriera confundirse y creer en la veracidad de semejante embuste, tramas y personajes deambulan por ambientes de artificio indiscutible. A decir verdad, esa es la palabra exacta, todo era artificio, y está bien que así sea, ya que nadie quería otra cosa, se iba al cine a olvidar que afuera había hambre, miseria y ningún futuro discernible.

 

En estas dos primeras películas, las canciones que bailaron fueron de varios autores, pero en La alegre divorciada figuran “The Continental” de Con Conrad y Herbert Magidson, que habrían de ganar el Óscar a la mejor canción por la misma y, nada más ni nada menos que “Night and Day” de Cole Porter.

 

Pese al éxito de la pareja recién creada, para su siguiente película, la primera de las dos que hicieron ese año, Roberta (William A. Seiter, 1935) los volvieron a los secundarios. Giraron alrededor de las peripecias románticas de la súperestrella de aquellos tiempos, Irene Dunne, enamorada en este caso de un incipiente Randoph Scott (que pasaría a la historia por haber convivido con Cary Grant, como pareja, a la vista de todos y por alcanzar una fugaz fama como cowboy, por esas cosas de la vida, los westerns le sentaban a las mil maravillas). Por suerte en la segunda película de aquel año, Sombrero de Copa (Top Hat, Mark Sandrich, 1935) volvieron al modelo establecido en La alegre divorciada, o sea como los dueños de una trama leve, llena de enredos tan ingeniosos como irreales, que se resolvían dos o tres minutos antes del final como por arte de magia, después, por supuesto, de haber enhebrado unos cuantos bailes sencillamente antológicos. Porque todos y cada uno de los bailes que hicieron fueron históricos y atendibles, aquel te gustará más que este, pero todos y cada uno son ineludibles.

 

En Top Hat fue la primera vez que trabajaron con partitura de Irving Berlin, el autor que más frecuentaron (esta, más Sigamos la flota y Al compás del amor). Si de autores se trata, establezcamos que fueron 3 películas con Berlin, dos con música de Jerome Kern (la ya mencionada Roberta y Ritmo loco) y una con George Gershwin, Al compás del amor, en las demás se usaron canciones de autores varios.

 

Volviendo a Top Hat, muchos dicen que es la mejor película de este dúo, otros eligen La alegre divorciada, y no faltan los que optan por Ritmo loco. Como sea, al año siguiente también hicieron dos películas, primero, Sigamos la flota (Follow the Fleet, Mark Sandrich, 1936) con música de Irving Berlin, como ya dijimos y segundo, Ritmo loco (Swing Time, George Stevens, 1936) con música de Jerome Kern, también como ya fue mencionado.

 

Al año siguiente, solo una, Al compás del amor (Shall we dance, Mark Sandrich, 1937, según música de George Gershwin, como fuera oportunamente consignado). Y en el próximo año, también solo una, Baila conmigo (Carefree, Mark Sandrich, 1938) con canciones de Irving Berlin.

 

Para esta sección, elijo sus dos últimas, La vida de Irene y Vernon Castle (The Story of Vernon and Irene Castle, H.C. Potter, 1939) la que cerró el ciclo de las hechas para la productora RKO y con 10 años de diferencia, La magia de tus bailes (The Barkleys of Broadway, Charles Walters, 1949), la única que hicieron juntos para la MGM. Las dos películas se centran en vida y milagros de sendas parejas triunfantes en escenarios (en las anteriores, él era el que generalmente bailaba como profesional (La alegre divorciada, Roberta, Sombrero de copa, Ritmo loco), ella era una millonaria a divorciarse en La alegre divorciada, una cazafortunas en Roberta, una modelo rica en Sombrero de copa y una instructora de baile en Ritmo loco; en Volando a Río, él era un músico y ella, cantante; en Sigamos la flota, ella era cantante y bailarina y él que había bailado con ella antes, era ahora marinero; en Al compás del amor él dirigía una compañía de ballet clásico y ella bailaba tap; y en Baila conmigo, él era ¡psiquiatra!, y ella era paciente)

 

La vida de Irene y Vernon Castle es la más tierna de todas las que hicieron, a pesar de estar presente la levedad de conflictos que caracterizó a sus películas, al estar basada en una historia real, los personajes viven situaciones disparatadas, pero tienen carnadura humana, no son muñecos elegantes que solo abren la boca para cantar o decir brillanteces. A principios del siglo XX, Irene y Vernon intentan triunfar como pareja de baile en el music-hall (él venía de ser el objeto de burla en sketches de capocómicos, o sea el equivalente al “que recibe las cachetadas” en el mundo circense y ella era una aficionada entusiasta, aunque no profesionalizada) pero el suceso les es esquivo. Una gira los lleva al viejo continente y una confusión los deja varados en París, sin un céntimo ni un contrato. La casualidad les regala un trabajo en un restaurant-concert de lujo y se convierten en los antecedentes de los modernos influencers o modelos a seguir de un reality show. Dictan la moda en bailes, ropas y gustos en comida, bebida, cigarros, y productos de aseo personal. Pero se declara la Primera Guerra Mundial y ya nada será como antes.

 

En La magia de tus bailes son los Barkley, una pareja de baile de gran éxito en Broadway. Pero ella tiene ambiciones de ser una actriz importante o sea de dramas para arriba, no solo de comedias musicales. Un dramaturgo pretencioso acaba de escribir una obra sobre al ascenso a la fama de Sarah Bernhard y por varios juegos de comedia clásica, ella obtiene el papel y abandona el musical que coprotagonizaba con él, que no se queda de brazos cruzados. Con la pretensión de recuperarla, terminará ayudándola a triunfar como actriz dramática. En el final el engaño caerá y la verdad (paradoja de las comedias, en los dramas la verdad siempre separa) los reunirá. Al revés de los Castle, el brillante guion de Betty Condem y Adolph Green no se basa en personajes reales, aunque hay quien dice que algunas vueltas del argumento, no el nudo central, evocan problemas atravesados por Alfred Lunt y Lynn Fontanne, pareja de divos teatrales que vivieron y triunfaron en la primera mitad del siglo XX, dato que no debe ser tomado muy en serio, ya que se afirma (por unanimidad y sin excepción ni fundamento) que toda comedia con dos divos del teatro refiere a Lunt-Fontanne.

 

La magia de tus bailes fue el exitoso canto del cisne para las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers. Él seguiría una larga carrera, llena de musicales con partenaires tan fabulosas como Rita Hayworth, Judy Garland, Cyd Charisse, Audrey Hepburn o Leslie Caron, para nombrar solo algunas de las más rutilantes, y ya maduro haría alguna que otra comedia sin baile y algún que otro papel dramático tan inolvidable como su pasado danzarín, La hora final (On the Beach, Stanley Kramer, 1959), por ejemplo. Ella, al igual que su personaje en La magia de tus bailes, triunfaría como actriz dramática y hasta ganaría un Óscar con Espejismo de Amor (Kitty Foyle, Sam Wood, 1940), pero es en la comedia donde mejor se perfilan sus talentos. Les hizo frente de igual a igual a reyes del género como David Niven, Cary Grant y no en vano, para mí y muchos otros, su mejor comedia es la única que hizo con Billy Wilder, El mayor y la menor (The Major and the Minor, 1942) Y al revés que Astaire, solo esporádicamente hizo musicales. Porque bailar para ella era solo un recurso más de su histrionismo innato.

 

Muchos se han esforzado en intentar describir con palabras o con pinturas el Paraíso. Ilusos, no saben lo que sabemos los que hemos visto una película de Ginger Rogers y Fred Astaire: el Paraíso es verlos bailar y por la magia vicaria e hipnótica del cine, ser Ginger y Fred. “A Fine Romance”, “Cheek to Cheek”, “Night and Day”.

Gustavo Monteros


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