Programa doble, sección en la que
repasamos dos películas con aspectos en común.
Hoy: Z, la ciudad perdida – El abrazo de la serpiente
Cuando el mundo era ancho y ajeno, o más de lo que lo es
ahora y no había drones, celulares, computadoras, los hombres salían con una
mochila, un sombrero y una brújula a desentrañar regiones jamás visitadas antes
por un hombre civilizado. Hablo del siglo XIX, no de Marco Polo, Colón, Cortez
o Magallanes, la India, América, China, Japón, África y Australia ya habían
sido descubiertas, colonizadas, explotadas y en vías de distintos grados de
liberación, si es que eso es posible en un mundo que necesita dominadores y
dominados para poder seguir girando.
Por entonces dos grandes regiones se consideraban
inexploradas o casi. La Amazonia y los polos. El verde y el blanco profundo
como quien dice. Y geógrafos, cartógrafos, etnógrafos, botánicos, zoólogos,
entre los principales estudiosos científicos, aunque también aventureros,
buscavidas, mercenarios, fugitivos se destinaron a la proeza. Se necesitaba
buena salud, predisposición para la supervivencia, recursos para subsistir con
poco o nada y sobre todo hambre de gloria.
Ambicionaban ir, ver y sobrevivir para volver y contar.
Iban a hacerse de un nombre, a inscribirse en los diccionarios y enciclopedias.
Muchos no volvieron y los que volvían, no venían muy ilesos que digamos. Por
ahí enteros de cuerpo, pero con la cabeza comida por lo visto y obsesionada por
lo que les faltó ver.
Entonces marchaban otra vez y ya no volvían, la suerte
también se cansa y se desenamora. O el milagro no quiere repetirse o Dios se
distrae y se descuida. Muchos simplemente se perdían. No volvía a saberse de
ellos. Se suponía que la selva, la tundra, las infecciones tropicales, el frío,
los caníbales o los osos o los lobos los habían matado. O los había perdido la
locura, la lujuria, o quizá, por qué no, ya no quisieron volver. Dieron por
vanos los sueños de fama y dinero, consideraron su vida por vivida y se
quedaron en algún rincón a rumiar lo aprendido.
Muchos buscaron riquezas en oro y plata y las hallaron
solo arqueológicas, otros buscaron conocimiento y solo hallaron los límites de
su tontería. Muy pocos hallaron lo que buscaban y se conformaron con volver y
contarlo. Exitosos o fracasados, locos o iluminados, perdidos o regresados,
famosos o desconocidos, sus gestas dan material para películas que como sus
hallazgos o desengaños pueden ser abundantes o pobres, pero por malas que sean
(las dos que referiré no lo son) eluden la indiferencia.
La aventura humana engendra siempre admiración o
repugnancia, nunca abulia o desinterés. Después de todo, solo se trata de la
busca del camino de vuelta al Paraíso del que fuimos echados. Algunos lo buscan
en el amor, la religión, el arte o la esperanza, otros en la proeza de explorar
lo no abarcado en las selvas inextricables o los desiertos gélidos. La
esmeralda o el diamante, como quien dice. La ambición de no perderse en el
olvido. O de saber por fin de qué va la piedad o la ira de Dios.
Z,
la ciudad perdida (The
Lost City of Z, 2016) dirigida por James Gray con el protagónico de Charlie
Hunnam (Percy Fawcett), Robert Pattinson (Henry Costin) y Sienna Miller (Nina
Fawcett) se basa en los viajes de Percy Fawcett tras la búsqueda de una antigua
ciudad perdida en la cuenca del río Amazonas. Los viajes de este explorador
británico comenzaron en 1906 y terminaron en 1925.
El
abrazo de la serpiente (2015) dirigida por Ciro Guerra se
centra en los viajes del alemán Theodor Koch-Grünberg (Jan Bijvoet) primero en
1909 y del estadounidense Richard Evans Schultes (Brionne Davis) después en
1940 en busca de yakruna, una misteriosa planta sagrada de casi milagrosos
poderes curativos remontando el río Amazonas. Ambos exploradores se relacionan
con Karamakate (interpretado por Nibilo Torres cuando es joven y Antonio
Bolívar cuando es viejo), un chamán, último descendiente de su tribu.
Z,
la ciudad perdida ronda por el cable y El abrazo de la serpiente se puede ver en Amazon Prime Video.
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