viernes, 28 de octubre de 2022

Programa doble: Ophelia - Rosaline



 Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Ophelia – Rosaline

 

Avalanzarse sobre el  Hamlet de Shakespeare es muy tentador. Lo sé por experiencia. Es que es una de las mejores obras teatrales jamás escritas, pero no es perfecta, quizá allí radique que se la quiera y se la valore tanto. Tiene algunas de las líneas más bellamente escritas, personajes tan magistralmente delineados que parecen humanos arrancados a la realidad, pero tiene una de las tramas o argumentos o como quiera llamársele al cuento que desarrolla que haría enrojecer de vergüenza al más desenfadado de los folletineros, al más pirata de los autores de telenovelas, al más mercenario de los novelistas. Hay fantasmas que aparecen no una sino varias veces y que motorizan la acción, muertos detrás de tapices, ataques piratas en alta mar, cartas asesinas, naufragios oportunos, duelos con espadas envenenadas, regresos en medio de entierros determinantes, súbitos despertares a la locura, brindis con copas de vino emponzoñado, suicidios intempestivos, venenos vertidos en orejas y algo más que sin duda me olvido. Y con más muertos en un final que película gore en el colmo de la truculencia.

 

La amé desde que la conocí y no pude estar sin participar de su legado. Hace varios años atrás, concebí un disparate teatral al que titulé Hamlet II, la venganza final, en el que le daba continuidad como si se tratara de la secuela de un tanque hollywoodense. Fue muy regocijante para todos los que participamos de este descaro, pero al menos no hicimos trampa cambiando la caracterización de ningún personaje, como lo hizo Lisa Klein, la autora de la novela en la que se basa la película Ophelia (Claire McCarthy, 2018).

 

Ofelia, la original, la legítima es la del triste destino y ofrece pocas aristas para contar la historia de Hamlet desde su punto de vista. Es un perfil de mujer que ya no se estimula ni frecuenta, por más que el romanticismo literario la haya convertido en una de sus heroínas. Ofelia, la de Shakespeare, es sumisa, frágil, obediente, supeditada al mandato patriarcal sin protesta. Para colmo de males es inmadura e hipersensible. Su amor por Hamlet es literal, infantil. Por eso es que los hombres de la obra la convierten en un alfil en un juego de poder que ella jamás comprende y cuando sus referentes masculinos (su padre, su hermano, su novio) se alejan y la abandonan por diferentes motivos, ella se desbarranca en la locura primero y en el suicidio después. Ofelia, la de Shakespeare, si contara el devenir de Hamlet desde su punto de vista, al ser tan respetuosa del mandato masculino, no haría sino convalidar la historia que conocemos al pie de la letra, porque, seamos sinceros, el punto de vista predominante en la obra, es el del hombre, anterior a las consideraciones de masculinidades y femineidades o de juego de roles que vendrían después.

 

De allí que la novelista Lisa Klein conciba la trampa de querernos convencer de que todo lo que conocemos o sabemos de Ofelia es pura apariencia, infundada en realidad alguna. Ofelia, para sobrevivir en un mundo de hombres, se ve forzada a fingir que es frágil e hipersensible, y la locura y el suicidio no ocurrieron, fueron una comedia concebida para apoyar la trama de Hamlet para desenmascarar a Claudio. Es más, según Klein, Ofelia es una badass desafiante de los mandatos machirulos de la época y más que a bordar, aprende a leer y escribir y se pone a estudiar con los apuntes de su hermano Laertes. Anda por el bosque como si tal cosa y se mete al lago con la seguridad de una Esther Williams. Y puesta a cambiar cosas, Klein hace que Claudio aparte de ladino, sea poco menos que el diablo (no literalmente, pero casi). Polonio, el padre de Ofelia, aclaro para los que no están tan familiarizados con la obra, no es el habitual consejero influyente sino un pobretón asociado sabrá Dios cómo a la corte. Entonces Ofelia se ve obligada a servir más como mucama que como dama de compañía a la reina Gertrudis (la sensual mamá de Hamlet) que en versión de Klein, ¡tiene una hermana gemela! que es bruja y botánica, bueno más bien homeópata, que no solo anduvo en amores con Claudio sino que hasta engendró un hijo con él.

 

Esta trama agregada no se mixtura bien, al menos en la película, por ahí sí en la novela, con la del Hamlet original de Shakespeare. El guión es medio confuso, no en los hechos sino en la cronología, no dan muy bien los tiempos con los de la obra. Como en toda reformulación de obras, es necesario conocer el Hamlet original para disfrutar o reprobar los cambios. Además ciertas circunstancias se dan por sabidas y por lo tanto pueden confundir a quienes no conozcan el argumento de la célebre obra.

 

Pero como el hálito es pochoclero, lo que el público desconozca es suplido por acción a raudales, montaje Marvel, y violines bombásticos. Ofelia, la película, intenta ser tomada en serio, ser una alternativa válida al original, pero es un sinsentido que puede ser gozoso si se toma para la chacota.

 

La melena que le pusieron a Clive Owen, aquí el pérfido Claudio y el maquillaje gitano de la siempre bellísima Noemi Watts cuando hace de la gemela de la reina Gertrudis desnudan la maldad y el resentimiento que pueden albergar artistas del maquillaje y peinado. Daisy Ridley es Ofelia, Nathaniel Parker (que fuera el Laertes para el Hamlet de Zeffirelli con Mel Gibson) es el rey Hamlet, padre, Dominic Mafham es Polonio, Tom Felton es Laertes, George MacKay es Hamlet y Devon Terrell es Horacio, que es el que salta tanto (pero tanto) de la trama original de Shakespeare a la de Klein para que armonicen (es una manera de decir) que lisa y llanamente es...Dios.

 

En cambio determinar el destino de Rosaline (Rosalinda para nosotros que disfrutamos de Romeo y Julieta por primera vez traducida, ora por Astrada Marín ora por Pablo Neruda) no solo es fácil sino hasta lícito. La pobre en los papeles no existe, ni aparece en escena porque es solo una excusa argumental, un nombre, un perfume que se pierde apenas percibido.

 

Es el pretexto para que Romeo vaya al baile de máscaras de los Capuleto, es que la tal Rosalinda le ha dado calabazas y el chico va al baile a intentar reconquistarla, pero, claro, conoce a Julieta y ya no tiene ojos nada más que para ella. Y Rosalinda pasa a la historia en el cuento eterno del Romeo y la Julieta. Pero y ¿si no se conforma con ser dejada de lado? Y ¿si se pone a intentar recuperar a Romeo, no por amor, sino por orgullo? Y la pregunta del millón ¿por qué no fue la rosa linda al famoso baile?

 

La novelista Rebecca Serle contesta estas preguntas, gracias a Dios, en tono de comedia. Y en la danza de reveses de esta nueva historia, habrá un padre empeñado en casar a Rosalinda a como dé lugar (en esos tiempos las niñas ricas o se casaban o terminaban en el convento y Rosalinda con sus 20 años ya está más que pasada para casarse, eran tiempos en los que había que apurar el paso porque no se vivía mucho). Habrá también un proyecto de novio mucho más interesante que Romeo y un final en el que impera la impostura intrigada por Julieta y Romeo y no el final tan definitivo. Después de todo, se trata de dar una lección a la sociedad y no de armar una tragedia griega con cadenas y coturnos.

 

Kaitlyn Dever es una Rosaline, Rosalina, Rosalinda (o como quiera que se la traduzca) sencillamente deliciosa. Minnie Driver reaparece con las uñas afiladas y reverdece sus laureles para la comedia y es un placer aparte. Sean Teale es Dario, el apetecible novio que supera a Romeo (Kyle Allen) y la Julieta (Isabela Merced) de este cuento tiene su carácter no vayan a creer. Y Paris (Spencer Stevenson) confirma lo que siempre sospechamos, que es tan queer como el mejor. Bradley Whitford (que saltó a la fama como el Joseph Lawrence de la ineludible serie El cuento de la criada) es el padre de Rosaline, Rosalina, Rosalinda (o como quiera que se la traduzca). En tiempos de comedias flacas, Rosaline es una estimable excepción. Abundan las risas y sonrisas. Dirigió Karen Maine.

Ophelia se puede ver en Netflix y Rosaline en Star+

Gustavo Monteros

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