Ningún adolescente solitario que hubiera
leído un libro de Raymond Chandler o Dashiell Hammett volvía a ser el mismo.
Quedaba marcado de por vida con el amor al noir más puro y excelso. Y si con
los años, el tal adolescente se inmiscuía en los caminos del arte, en algún
momento sentía que tenía que exorcizar ese temprano amor en la recreación, la
copia, la parodia o la burla.
Desde mediados de los sesenta hasta bien entrados los ochenta, hubo una ola de reformulaciones del noir clásico de los cuarenta. Y se erigieron dos cumbres irremontables, en cine: Chinatown (1974, Roman Polanski, con guión de Robert Towne) y en la novela (gracias a Dios nos tocó a nosotros) Triste, solitario y final (1973) de Osvaldo Soriano.
Y en medio de esa ola, en 1975 los estudios
hollywoodenses concretaron dos proyectos similares en estilo e intención (para
no quedarse atrás, se copian y así todo viene de a dos o tres): unas comedias
de detectives privados a la manera de los de Chandler / Hammett. Una un poco
más lograda que la otra, aunque ambas fallidas.
Peeper
(Un
detective curioso, 1975) gira alrededor de Leslie C. Tucker (Michael Caine)
un inglés que a fines de los cuarenta se gana la vida en Los Ángeles como
investigador. Una noche le aparece en su oficina/dormitorio un perseguido
(literal) cliente, Anglich (Michael Constantine) que le pide ubique a una hija
que años atrás dejó en un orfanato, porque quiere entregarle un dinero que se
ganó. Tucker terminará desovillando enredos que incluye a dos hermanas, Ellen
(Natalie Wood) y Mianne (Kitty Winn) y otras ramificaciones familiares.
Caine, desentendido de hacer un acento
americano, fluye encantador y devuelve la entrada a puro talento. Por lo que
fuera, no era un buen momento para Wood, a pesar de un profesionalismo irreprochable,
se la adivina tristona, opaca, sin el brillo que le supo dar a comedias como Penélope (Arthur Hiller, 1966) o La carrera del siglo (Blake Edwards,
1965)
The black bird (El halcón negro, David Giler, 1975) es
contemporánea a los tiempos en que fue producida o sea transcurre en los
setenta. A Sam Spade Jr (George Segal), hijo del Sam Spade de El halcón maltés (John Huston, 1941,
según novela de Hammett, of course) le ofrecen pagarle una gran suma si
encuentra y entrega el famoso pajarraco negro sobre el que giraba la acción de
la novela clásica y de la posterior película (también clásica). A Sam Junior la
oferta le parece sospechosa y se pone a investigar qué puede haber detrás. En
la trama terminará por aparecerle una femme fatale de ascendencia rusa, Anna
Kemidov (una deliciosa Stéphane Audran). En un elenco variopinto sobresalen
Lionel Stander y Signe Hasso, gloriosa en su falsamente remilgada experta en
lenguas antiguas.
Ambas películas están atravesadas
por el fantasma de Humphrey Bogart. No olvidemos que corporizó a los dos
detectives emblemáticos de Hammett y Chandler. Hizo a Sam Spade en El halcón maltés y a Philipe Marlowe (la
creación de Chandler) en Al borde del
abismo (The Big Sleep, Howard
Hawks, 1941).
En Peeper / El detective curioso no hay créditos iniciales sino que un
actor personificado de Bogart le dice a la platea el título y los nombres que
cubren los rubros principales. En The
Black Bird / El halcón negro, George Segal es tan esmirriado como Humphrey y
la actriz (Lee Patrick) que hace de secretaria es la misma que hizo igual rol
(Effie Perine) en El halcón maltés
del 41.
Ambas comedias no llegan a buen
puerto. Peeper es un poco más
coherente, más cohesionada que The Black
Bird que es irremediablemente deshilachada, ilógica, incongruente.
Al margen de la importancia de los
actores, ¿qué hace que estas comedias no sean desestimadas y a otra cosa? Los
diálogos, que son chispeantes, ocurrentes, ingeniosos, verdaderamente
brillantes. David Giler, Gordon Cotler y Don Mankiewicz firman los de The Black Bird y W.D. Richter, según novela
de Keith Lautner los de Peeper. El
“bantering” la devolución de réplicas es irresistiblemente irónico en casi
todos los casos.
Cuando repasamos la carrera de
George Segal durante los setenta nos sorprende que no haya defendido después su
status de primera figura. Era normal que con el paso del tiempo, los
protagonistas jóvenes resignaran su preeminencia y pasaran al reparto, pero al
extenderse el promedio de vida y la entereza que lo acompaña, Jack Lemmon, Paul
Newman, Walter Matthau, Robert Redford, Michael Caine, Alan Arkin, Donald
Sutherland o Christopher Plummer mantuvieron en su otoño su cargo de estelaridad
y si bien participaron en ciertos proyectos como secundarios, no dejaron de ser
protagonistas. Otros, como Elliott Gould o George Segal, en cambio, un buen día
pasaron a los repartos y no volvieron a estar antes del título. Elecciones que
se hacen. A veces por necesidad, otras por convicción.
Cuando uno se reencuentra con Segal
en un reparto, cuesta reconocer al rey del cartel y de la boletería de antaño.
Sin embargo, se lo ve cómodo y feliz, que a la larga es lo único que importa.
Gustavo Monteros
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