viernes, 15 de mayo de 2020

Programa doble: Un detective curioso - El halcón negro



Ningún adolescente solitario que hubiera leído un libro de Raymond Chandler o Dashiell Hammett volvía a ser el mismo. Quedaba marcado de por vida con el amor al noir más puro y excelso. Y si con los años, el tal adolescente se inmiscuía en los caminos del arte, en algún momento sentía que tenía que exorcizar ese temprano amor en la recreación, la copia, la parodia o la burla.


Desde mediados de los sesenta hasta bien entrados los ochenta, hubo una ola de reformulaciones del noir clásico de los cuarenta. Y se erigieron dos cumbres irremontables, en cine: Chinatown (1974, Roman Polanski, con guión de Robert Towne) y en la novela (gracias a Dios nos tocó a nosotros) Triste, solitario y final (1973) de Osvaldo Soriano.


Y en medio de esa ola, en 1975 los estudios hollywoodenses concretaron dos proyectos similares en estilo e intención (para no quedarse atrás, se copian y así todo viene de a dos o tres): unas comedias de detectives privados a la manera de los de Chandler / Hammett. Una un poco más lograda que la otra, aunque ambas fallidas.


Peeper (Un detective curioso, 1975) gira alrededor de Leslie C. Tucker (Michael Caine) un inglés que a fines de los cuarenta se gana la vida en Los Ángeles como investigador. Una noche le aparece en su oficina/dormitorio un perseguido (literal) cliente, Anglich (Michael Constantine) que le pide ubique a una hija que años atrás dejó en un orfanato, porque quiere entregarle un dinero que se ganó. Tucker terminará desovillando enredos que incluye a dos hermanas, Ellen (Natalie Wood) y Mianne (Kitty Winn) y otras ramificaciones familiares.


Caine, desentendido de hacer un acento americano, fluye encantador y devuelve la entrada a puro talento. Por lo que fuera, no era un buen momento para Wood, a pesar de un profesionalismo irreprochable, se la adivina tristona, opaca, sin el brillo que le supo dar a comedias como Penélope (Arthur Hiller, 1966) o La carrera del siglo (Blake Edwards, 1965)




The black bird (El halcón negro, David Giler, 1975) es contemporánea a los tiempos en que fue producida o sea transcurre en los setenta. A Sam Spade Jr (George Segal), hijo del Sam Spade de El halcón maltés (John Huston, 1941, según novela de Hammett, of course) le ofrecen pagarle una gran suma si encuentra y entrega el famoso pajarraco negro sobre el que giraba la acción de la novela clásica y de la posterior película (también clásica). A Sam Junior la oferta le parece sospechosa y se pone a investigar qué puede haber detrás. En la trama terminará por aparecerle una femme fatale de ascendencia rusa, Anna Kemidov (una deliciosa Stéphane Audran). En un elenco variopinto sobresalen Lionel Stander y Signe Hasso, gloriosa en su falsamente remilgada experta en lenguas antiguas.


Ambas películas están atravesadas por el fantasma de Humphrey Bogart. No olvidemos que corporizó a los dos detectives emblemáticos de Hammett y Chandler. Hizo a Sam Spade en El halcón maltés y a Philipe Marlowe (la creación de Chandler) en Al borde del abismo (The Big Sleep, Howard Hawks, 1941).


En Peeper / El detective curioso no hay créditos iniciales sino que un actor personificado de Bogart le dice a la platea el título y los nombres que cubren los rubros principales. En The Black Bird / El halcón negro, George Segal es tan esmirriado como Humphrey y la actriz (Lee Patrick) que hace de secretaria es la misma que hizo igual rol (Effie Perine) en El halcón maltés del 41.


Ambas comedias no llegan a buen puerto. Peeper es un poco más coherente, más cohesionada que The Black Bird que es irremediablemente deshilachada, ilógica, incongruente.
Al margen de la importancia de los actores, ¿qué hace que estas comedias no sean desestimadas y a otra cosa? Los diálogos, que son chispeantes, ocurrentes, ingeniosos, verdaderamente brillantes. David Giler, Gordon Cotler y Don Mankiewicz firman los de The Black Bird y W.D. Richter, según novela de Keith Lautner los de Peeper. El “bantering” la devolución de réplicas es irresistiblemente irónico en casi todos los casos.


Cuando repasamos la carrera de George Segal durante los setenta nos sorprende que no haya defendido después su status de primera figura. Era normal que con el paso del tiempo, los protagonistas jóvenes resignaran su preeminencia y pasaran al reparto, pero al extenderse el promedio de vida y la entereza que lo acompaña, Jack Lemmon, Paul Newman, Walter Matthau, Robert Redford, Michael Caine, Alan Arkin, Donald Sutherland o Christopher Plummer mantuvieron en su otoño su cargo de estelaridad y si bien participaron en ciertos proyectos como secundarios, no dejaron de ser protagonistas. Otros, como Elliott Gould o George Segal, en cambio, un buen día pasaron a los repartos y no volvieron a estar antes del título. Elecciones que se hacen. A veces por necesidad, otras por convicción.


Cuando uno se reencuentra con Segal en un reparto, cuesta reconocer al rey del cartel y de la boletería de antaño. Sin embargo, se lo ve cómodo y feliz, que a la larga es lo único que importa.

Gustavo Monteros

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