Y cundió la estupidez nomás. La resolución
siguió diciendo que los docentes deben concurrir a sus lugares de trabajo,
aunque después los gremios consiguieron la atenuación: Se facultaba a los
directivos armar guardias mínimas, establecer turnos y otorgar dispensas a no
concurrir. Unos pocos, con encomiable sentido común, por no tener su escuela
comedor a cargo (como la mayoría de las que se encuentran en la ciudad)
establecieron que los no docentes limpiaran y cerraran, y que todos los
docentes se quedaran en sus casas y que desde ahí trabajaran en la continuidad
pedagógica que se enviaría online, se trabajaría online y se convalidaría
online. Los más, por desgracia, interpretaron que los gremios no habían salido
de la reunión con un NO sino con un “ni”. Según esta versión, las autoridades insistían
con que había que ir, mientras que los gremios instaban a que no, pero como no existía
una declaración perentoria al respecto, estos directivos tradujeron el
intríngulis a su lenguaje: no cumplir horario, pero venir a firmar. Atravesar
la pandemia, desparramar el virus, para ¡estampar la firma en un papel! Un
amigo sabio despotricaba que había ciudadanos que no estaban a la altura de la
excepcionalidad de la hora. Y no, y a mí, más que decepción, me da tristeza.
Papá Estado pide tres cosas. Si tienen comedor, den viandas. Garanticen la
continuidad pedagógica no presencial. Y tres, tengan hasta las paredes y los techos
limpios y desinfectados. Por supuesto, no se necesita a los docentes para las
tareas uno y tres, que requieren obviamente de ir y cumplir. La tarea dos, que es
la que les compete, puede hacerse desde sus casas. Y como Papá Estado está muy
ocupado con una pandemia que puede diezmar las filas, dijo, mirá, si me
equivoqué en alguna orden, corregila vos y decidí en consecuencia. Sin embargo,
estos ciudadanos que no están a la altura de la excepcionalidad de la hora, en
vez de corregir, se entregan a sus miserias y dicen: Ah, si yo tengo que venir
a abrir la escuela, que vengan todos los otros también, aunque más no sea… ¡a
firmar! Como se ve, es hora de quijotadas.
Todo autor de policiales con intenciones de redondear una saga sabe que debe crear su Sherlock Holmes, su Philip Marlowe, su Sam Spade, su Hercule Poirot, su Jules Maigret, su Kurt Wallander. Uno de los de Robert B. Parker fue Spencer (digo uno, porque el señor concibió también a Jesse Stone y B. L. Stryker, y por ahí, si profundizamos a algún otro). Spencer, su nombre nunca es revelado, tuvo entre 1985 y 1988 la cara de Robert Urich para una serie, primero, y entre 1993 y 1995 para unos cuatro telefilms independientes después. En 1999 solo por una vez lo corporizó Joe Mantegna. (Y por las dudas les interese, a Stryker lo hizo brevemente Burt Reynolds y a Jesse Stone, Tom Selleck en una sucesión de atendibles películas para la TV.
Y ahora Spencer renace en el cuerpo de Mark
Wahlberg.
Mark
Wahlberg ha conseguido lo que todos ambicionan y pocos consiguen: una “signature”
(firma), o sea características reproducibles que lo vuelven único. Una manera
singular de caminar, un peculiar modo de hablar, un identificable histrionismo,
una gesticulación especial. Todo circunscripto a una estampa aun hoy envidiable
(no olvidar que comenzó su carrera como modelo de ropa interior). Bah, en
definitiva poder ser imitado con claridad o caracterizado de inmediato como a un
Cary Grant, un James Stewart, un Burt Lancaster, un Humphrey Bogart o un Robert
De Niro.
Spencer es un exboxeador, un expolicía, un
actual investigador privado, pero por sobre todas las cosas es un quijote. Basta con que alguien al que haya conocido en algún momento y al que recuerda con afecto sea
maltratado, involucrado en un delito o su nombre ensuciado, para que Spencer
encienda los motores de su moralidad indignada y se lance como un bólido
imparable a deshacer estos entuertos.
Componen su mundo un viejo exentrenador de
box, Henry (Alan Arkin) dueño de un gimnasio, un monolítico luchador negro,
Hawk (Winston Duke) y una novia/exnovia/en vías de ser novia o exnovia, Cissy
(Iliza Schlesinger) una badass (guarra) a la que mejor tener de amiga y que se
ocupa de entrenar, pasear, atender perros, y uno adivina que es por los perros
por los que se conocieron: Spencer tiene una perra ya viejita y adorable como
pocas, de nombre Pearl.
El caso que le toca en esta película pinta
complejo, aunque termina por tener una resolución directa y sencilla, demasiado
quizá. No importa en realidad porque el interés pasa por otro lado, por los personajes.
Atractivos como pocos.
Este film no es ninguna obra de arte, la
narración es despareja y la intriga se vuelve obvia más de una vez, pero
entretiene y mucho porque los personajes enganchan y seducen. Ideal para una
tarde de lluvia. El final invita a una nueva aventura, ojalá el convite se
efectivice pronto, así de mucho nos han divertido.
Spencer
Confidential (Peter
Berg, 2020) puede verse en Netflix.
Hasta mañana
Gustavo Monteros
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