Y llegó finalmente la ansiada comunicación
oficial de la suspensión de clases en todos los niveles de enseñanza para
impedir la propagación del coronavirus. Pero el anuncio presidencial no trajo
la ansiada paz entre los docentes de la provincia de Buenos Aires, quienes por
una confusa resolución de “la distrital” se verían obligados a concurrir a sus
escuelas respectivas a firmar, cumplir horario y elaborar un plan de
contingencia para compensar la pérdida de clases presenciales. Otro ejemplo más
de ser más papistas que el papa. Una mala interpretación de las palabras presidenciales
respecto a que las escuelas con comedores estarán abiertas llevó a esta resolución
poco feliz, que por puntos y comas y verbos grises es versionada por algunas
autoridades provinciales de cumplimiento fehaciente de tareas docentes, como si
no hubiera pandemia alguna. Los gremios no tardaron en reaccionar y ya hay quejas
y pedidos de derogación de la papeleta en cuestión, pero mientras se resuelve
la eliminación y la consecuente aclaración, los enajenados de siempre,
clasificación que abarca tanto a docentes, directivos como a inspectores,
enloquecen y vociferan en cómo implementar la obligatoriedad de la compulsa. El
sentido común no solo se perdió sino que
hallarlo es más difícil que ganar la lotería tres veces el mismo día. Buen momento
entonces para una comedia.
Si el drama necesita credibilidad, la necesaria creación de un verosímil para desatar la imprescindible empatía con lo que se cuenta, la comedia es un mundo cerrado regido por razones propias y una lógica ilógica. El verosímil no importa, puede reinar el disparate. Lo que importa es que el sinsentido tenga sentido en la subversión del orden establecido o en la aceptación del caos como normalidad. Dicho así parece muy complicado, pero es lo más fácil del mundo. Es un juego que todos sabemos jugar, hay una decodificación inmediata y sin esfuerzos. Todos queremos reír y aprendemos rápido a hacerlo.
En 1987, la guionista Leslie Dixon concibió
un efectivo vehículo de lucimiento para Goldie Hawn, Overboard / Hombre nuevo, vida nueva que el director Garry Marshall (Mujer bonita / Pretty woman, 1990, Un equipo muy especial / A league of their
own, 1992, Jamás besada / Never been
kissed, 1999) aceitó con singular empeño. En la misma, una rica soberbia e
insoportable (una Goldie muy inspirada) maltrataba a borde de su yate a un
carpintero contratado (un Kurt Russell de lo más oportuno). Ella terminaba por
tener un accidente, caía al agua, se despertaba con amnesia y él aprovechaba y
se vengaba de los maltratos recibidos convenciéndola de que era su esposa y de que
pertenecía a la clase trabajadora.
En 2018, la comedia reaparece, pero ahora
como vehículo de lucimiento de un actor, el mexicano Eugenio Derbez. Los roles,
claro, se han invertido. Él es el millonario insoportable y maltratador y ella,
la siempre simpática Anna Faris, ya no es carpintera sino una empleada de una
empresa de limpieza que está en el yate para sacarle la mugre a una alfombra.
Lo del accidente y posterior amnesia se mantienen, aunque, obviamente, será
ella la que lo hará pasar por su marido proletario.
Derbez es un comediante hábil y muy
histriónico y tiene lo que se necesita para sostener un protagónico y llenarlo
de matices. Faris no es tan competente como su compañero, pero suple con
encanto lo que le falta en hacer más variado su juego de comedia.
El director Rob Greenberg sabe que la comedia
necesita de secundarios tan atractivos y coloridos como los protagonistas, e
incluso más si la ocasión lo amerita. Y en un elenco de simpáticos, sobresale
el talento de tres mujeres. Una irreconocible Swoosie Kurtz (puede que la
cirugía estética le haya desdibujado el rostro que le conocimos, pero el
talento lo conserva incólume) es una madre de Faris que no será postergada por
nada. Mariana Treviño (la Cecilia Rosado de la última temporada conocida de Narcos: Mexico y la Jenny Quetzal de la
flojita segunda temporada de La casa de
las flores es la hermana música del tarambana millonario. Mientras que la
magnífica Cecilia Suárez, que gracias a su Paulina de la Mora para La casa de las flores alcanzó una
proyección mundial es la otra hermana, ambiciosa y decidida a todo. Ah, está
también una desaprovechada Eva Langoria, que esta vez no suma por el lado de la
actriz, pero que multiplica por su incandescente belleza.
Es una remake más decente que inspirada, pero
en tiempos en que la buena comedia no abunda se deja ver con agrado. ¿Qué más
se puede pedir en un encierro por virus?
Ah, Overboard / ¡Hombre al agua! puede verse en Netflix.
Hasta mañana
Gustavo Monteros
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