jueves, 7 de noviembre de 2019

Las reglas no aplican



Uno de los cambios que trajeron en nuestra forma de mirar películas, primero los videocassettes, después los DVDs, los BluRays, las bajadas y el streaming, es que podemos verlas en capítulos.


Antes en el cine y en la tele no quedaba más que verlas de un tirón.


Se fortalecieron así hábitos y manías de algunos espectadores.


En lo que a mí respecta, soy muy quisquilloso con los directores, les doy 45 minutos para “engancharme”, si no lo logran en ese tiempo, doy por concluido el intento. Con los actores (solo con los que considero mis “favoritos”, claro) soy más paciente.


Los directores, incluso los del cine industrial siempre tienen (acotado en algunos casos, es verdad) un margen de maniobra, pueden optar en seguir este o aquel proyecto. Los de cine de autor, por otra parte, se suponen que solo hacen lo que les interesa o les excita su morbo creativo.


Los actores, no siempre tienen tantas posibilidades de opción. Como bien dijo Paul Newman: “Cuando se siente que se ha descansado mucho y las cuentas comienzan a pesar, es hora de elegir un proyecto, si se tiene suerte, sale una película decente o buena, pero no siempre se tiene suerte…”


A lo que voy es que soy fiel sin claudicaciones a mis actores “favoritos”, los veré en no importa el bodrio en el que se hayan visto obligados a participar, ya sea porque eligieron mal o porque no les quedó otra.


Si el bodrio de tan mayúsculo bordea lo insoportable, lo de ver un film en capítulos viene de lo más bien.


Sin duda le debemos esto de la militancia de verlos en lo que sea a Robert De Niro, el hombre a veces (con más frecuencia de la que quisiéramos) acepta participar en cada cosa, que ni les cuento, bah, no hay necesidad, ustedes las han visto.


Otro que acepta lo que sea es Bruce Willis, tiene como una devoción con un director, un tal Brian A. Miller, que debe ser un gran compañero de juergas o tener una conversación apasionante, porque Bruce le protagoniza tremendos bodrios sin inmutarse.


A veces a las actrices parece que el apego a algunos agentes las lleva por el mal camino. Sandra Bullock tiene más de un par de bodrios impresentables, por suerte, se reivindica con facilidad.


Jennifer Anniston tiene una suerte superlativa, ha encabezado más bodrios que cualquier otra persona, muchos en cadena, sin redención total o parcial, que habrían acabado con la carrera de gente incluso mejor plantada en el mundo del espectáculo.


En los viejos tiempos de ir al cine, en los programas dobles o continuados de hasta tres películas, uno veía sin chistar, por ejemplo, como Goldie Hawn se topaba en Italia con Giancarlo Giannini para un Viaggio con Anita (Mario Monicelli, 1979). Ese mismo año, sin ir más lejos, otra reina de la botería de aquellos entonces, Monica Vitti se juntaba con el bueno de Keith Carradine y perpetraban bajo dirección de Michael Ritchie: An almost perfect affair/Un lío casi perfecto (lo de casi perfecto se volvía irónico porque era un auténtico bodrio inmaculado). Y también nos la aguantábamos de un tirón.


Hoy tal hazaña con ¿Y dónde están los Morgan? (Did you hear about the Morgans?, Marc Lawrence, 2009), con el siempre estupendo de Hugh Grant y la siempre divina de Sarah Jessica Parker, pinta imposible si no es en capítulos. Grant tiene suerte y le aparecen buenas historias, a la pobre Sarah Jessica, no. La suerte, pobre chica, no le sonríe.


Otra actriz, en empate con De Niro, por la prepotencia numérica en bodrios, es la híper magnífica de Diane Keaton. La señora acepta encima unos melodramas indigestos en los que terminan por matarla con enfermedades terminales, (estimados guionistas, alguna vez, mátenla de un ataque cardíaco para variar).


Todo esto sirve como una buena introducción a Rules don’t apply (Warren Beatty, 2016) estrenada en cine con el buen título de La excepción a la regla y exhibida ahora en Netflix con el literal de Las reglas no aplican.


Si me hubiera apegado a mi regla de pocas pulgas, al director Beatty, le habría bajado el pulgar mucho antes de llegar a los 45 minutos de paciencia estipulada. Pero como en el elenco figuraba una de mis “favoritas” imprescindibles, la genial Annette Benning (esposa en la vida real de don Warren), la vi hasta el final. En capítulos, claro.


La trama se centra a principio de los años cincuenta en la pelea que tiene Howard Hughes con la TWA, el problema es que Hughes pasa por un período maníaco en que no quiere mostrarse ante casi nadie, y se maneja por teléfono o intercomunicadores, lo que es inadmisible para los ejecutivos que quieren negociar cara a cara y que como no pueden, buscan declararlo insano, algo para lo que Hughes ofrece muchos argumentos. Mientras tanto mantiene un harén de bellezas jóvenes, provenientes de todo el país, con la esperanza de convertirlas en estrellas, eso sí, no solo las hace esperar sino que también las forma en canto, baile y actuación. Para controlarlas cuenta con una tropa de choferes que las llevan de la casa a las clases y viceversa. Los choferes tienen prohibido relacionarse sentimental o sexualmente con las aspirantes. Conoceremos este lado de la historia a través de una de ellas, Marla Mabrey (Lily Collins) virgen, religiosa, y con inquietudes y su chofer, Frank Forbes (Alden Ehrenreich) un muchacho con buenas ideas para progresar, pero que necesita inversionistas, y que llegará a pertenecer al círculo estrecho de Hughes, pero…


El “misterio” es por qué Hughes (Warren Beatty, of course) se niega a ser visto. La resolución a esta pregunta llegará demasiado tarde, cuando ya no nos interesa en lo más mínimo.


Y ese es el quid de la cuestión, los personajes, sus circunstancias, sus conflictos principales no despiertan empatía alguna…jamás. Entonces solo queda “disfrutar” de lo que hagan los actores.


Para que el tedio no sea absoluto, cuenta con un elenco de notables, a la mencionada Bennig, hay que sumar a Matthew Broderick, Paul Sorvino, Candice Bergen, Martin Sheen, Oliver Platt, Alec Baldwin, Dabney Coleman o Steve Coogan, más cameos de Ed Harris y Amy Madigan (esposos también en la vida real). Alden Ehrenreich, el nuevo Han Solo y el divertidísimo galán con problemas de dicción en Hail, Caesar (¡Salve, César!, Ethan y Joel Coen, 2016) y Lily Collins, la Cenicienta torturada por la bruja de Julia Roberts en Espejito, espejito (Tarsem Singh, 2012) evidencian encanto a granel y se agradece que estén en los protagónicos. Warren Beatty es un zorro viejo y no ha perdido las buenas mañas actorales.


Cuánto más recurro a Netflix es a la hora de ir a dormir. Pero al ver algo que me apasiona y que va a quitarme el sueño, lo alterno con capítulos en los que divido a películas como Rules don’t appy…proyectos fallidos, que por sus actores termino por ver sí o sí.

Gustavo Monteros



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