Uno de los cambios que trajeron en nuestra
forma de mirar películas, primero los videocassettes, después los DVDs, los
BluRays, las bajadas y el streaming, es que podemos verlas en capítulos.
Antes en el cine y en la tele no quedaba más
que verlas de un tirón.
Se fortalecieron así hábitos y manías de
algunos espectadores.
En lo que a mí respecta, soy muy quisquilloso
con los directores, les doy 45 minutos para “engancharme”, si no lo logran en
ese tiempo, doy por concluido el intento. Con los actores (solo con los que
considero mis “favoritos”, claro) soy más paciente.
Los directores, incluso los del cine
industrial siempre tienen (acotado en algunos casos, es verdad) un margen de
maniobra, pueden optar en seguir este o aquel proyecto. Los de cine de autor,
por otra parte, se suponen que solo hacen lo que les interesa o les excita su
morbo creativo.
Los actores, no siempre tienen tantas
posibilidades de opción. Como bien dijo Paul Newman: “Cuando se siente que se
ha descansado mucho y las cuentas comienzan a pesar, es hora de elegir un
proyecto, si se tiene suerte, sale una película decente o buena, pero no
siempre se tiene suerte…”
A lo
que voy es que soy fiel sin claudicaciones a mis actores “favoritos”, los veré
en no importa el bodrio en el que se hayan visto obligados a participar, ya sea
porque eligieron mal o porque no les quedó otra.
Si el bodrio de tan mayúsculo bordea lo
insoportable, lo de ver un film en capítulos viene de lo más bien.
Sin duda le debemos esto de la militancia de
verlos en lo que sea a Robert De Niro, el hombre a veces (con más frecuencia de
la que quisiéramos) acepta participar en cada cosa, que ni les cuento, bah, no
hay necesidad, ustedes las han visto.
Otro que acepta lo que sea es Bruce Willis,
tiene como una devoción con un director, un tal Brian A. Miller, que debe ser
un gran compañero de juergas o tener una conversación apasionante, porque Bruce
le protagoniza tremendos bodrios sin inmutarse.
A veces a las actrices parece que el apego a
algunos agentes las lleva por el mal camino. Sandra Bullock tiene más de un par
de bodrios impresentables, por suerte, se reivindica con facilidad.
Jennifer Anniston tiene una suerte
superlativa, ha encabezado más bodrios que cualquier otra persona, muchos en
cadena, sin redención total o parcial, que habrían acabado con la carrera de
gente incluso mejor plantada en el mundo del espectáculo.
En los viejos tiempos de ir al cine, en los
programas dobles o continuados de hasta tres películas, uno veía sin chistar,
por ejemplo, como Goldie Hawn se topaba en Italia con Giancarlo Giannini para
un Viaggio con Anita (Mario Monicelli,
1979). Ese mismo año, sin ir más lejos, otra reina de la botería de aquellos
entonces, Monica Vitti se juntaba con el bueno de Keith Carradine y perpetraban
bajo dirección de Michael Ritchie: An almost
perfect affair/Un lío casi perfecto (lo de casi perfecto se volvía irónico
porque era un auténtico bodrio inmaculado). Y también nos la aguantábamos de un
tirón.
Hoy tal hazaña con ¿Y dónde están los Morgan? (Did
you hear about the Morgans?, Marc Lawrence, 2009), con el siempre estupendo
de Hugh Grant y la siempre divina de Sarah Jessica Parker, pinta imposible si
no es en capítulos. Grant tiene suerte y le aparecen buenas historias, a la
pobre Sarah Jessica, no. La suerte, pobre chica, no le sonríe.
Otra actriz, en empate con De Niro, por la
prepotencia numérica en bodrios, es la híper magnífica de Diane Keaton. La
señora acepta encima unos melodramas indigestos en los que terminan por matarla
con enfermedades terminales, (estimados guionistas, alguna vez, mátenla de un
ataque cardíaco para variar).
Todo esto sirve como una buena introducción a
Rules don’t apply (Warren Beatty,
2016) estrenada en cine con el buen título de La excepción a la regla y exhibida ahora en Netflix con el literal
de Las reglas no aplican.
Si me hubiera apegado a mi regla de pocas
pulgas, al director Beatty, le habría bajado el pulgar mucho antes de llegar a
los 45 minutos de paciencia estipulada. Pero como en el elenco figuraba una de
mis “favoritas” imprescindibles, la genial Annette Benning (esposa en la vida
real de don Warren), la vi hasta el final. En capítulos, claro.
La trama se centra a principio de los años
cincuenta en la pelea que tiene Howard Hughes con la TWA, el problema es que
Hughes pasa por un período maníaco en que no quiere mostrarse ante casi nadie,
y se maneja por teléfono o intercomunicadores, lo que es inadmisible para los
ejecutivos que quieren negociar cara a cara y que como no pueden, buscan
declararlo insano, algo para lo que Hughes ofrece muchos argumentos. Mientras
tanto mantiene un harén de bellezas jóvenes, provenientes de todo el país, con
la esperanza de convertirlas en estrellas, eso sí, no solo las hace esperar
sino que también las forma en canto, baile y actuación. Para controlarlas
cuenta con una tropa de choferes que las llevan de la casa a las clases y
viceversa. Los choferes tienen prohibido relacionarse sentimental o sexualmente
con las aspirantes. Conoceremos este lado de la historia a través de una de
ellas, Marla Mabrey (Lily Collins) virgen, religiosa, y con inquietudes y su
chofer, Frank Forbes (Alden Ehrenreich) un muchacho con buenas ideas para
progresar, pero que necesita inversionistas, y que llegará a pertenecer al
círculo estrecho de Hughes, pero…
El “misterio” es por qué Hughes (Warren
Beatty, of course) se niega a ser visto. La resolución a esta pregunta llegará
demasiado tarde, cuando ya no nos interesa en lo más mínimo.
Y ese es el quid de la cuestión, los
personajes, sus circunstancias, sus conflictos principales no despiertan
empatía alguna…jamás. Entonces solo queda “disfrutar” de lo que hagan los actores.
Para que el tedio no sea absoluto, cuenta con
un elenco de notables, a la mencionada Bennig, hay que sumar a Matthew
Broderick, Paul Sorvino, Candice Bergen, Martin Sheen, Oliver Platt, Alec
Baldwin, Dabney Coleman o Steve Coogan, más cameos de Ed Harris y Amy Madigan
(esposos también en la vida real). Alden Ehrenreich, el nuevo Han Solo y el
divertidísimo galán con problemas de dicción en Hail, Caesar (¡Salve, César!,
Ethan y Joel Coen, 2016) y Lily Collins, la Cenicienta torturada por la
bruja de Julia Roberts en Espejito,
espejito (Tarsem Singh, 2012) evidencian encanto a granel y se agradece que
estén en los protagónicos. Warren Beatty es un zorro viejo y no ha perdido las
buenas mañas actorales.
Cuánto más recurro a Netflix es a la hora de
ir a dormir. Pero al ver algo que me apasiona y que va a quitarme el sueño, lo
alterno con capítulos en los que divido a películas como Rules don’t appy…proyectos fallidos, que por sus actores termino
por ver sí o sí.
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