jueves, 31 de octubre de 2019

Amor, deseo y tulipanes




El cine industrial contemporáneo ha desarrollado tanto su departamento de mercadeo y se siente tan capaz de vender cualquier cosa que produzca, que ha dejado de lado aspectos inherentes al producto que vende, tal como desarrollar bien una historia.


Me gustan los novelones como al que más. Esas historias como las de Lo que el viento se llevó, tan llenas de incidentes sorprendentes, inesperadas vueltas de tuerca, personajes extraordinarios, historias en las que brotan todo el tiempo peripecias coloridas que hacen que nuestras vidas sean pálidas y aburridas, y que sintamos que como no se parecen en nada a lo que vemos, nos estemos perdiendo la diversión y la aventura. El cine, entre muchas otras cosas, es un sueño colectivo. Tan maravilloso y absurdo como toda fantasía compensatoria o vicaria.


Tulip fever fue primero una novela de Deborah Moggach, que la transformó en guión nada más ni nada menos que con Tom Stoppard, el célebre dramaturgo inglés, autor de Rosencrantz and Guildenstern are dead, entre otras maravillas. El hombre ha firmado guiones notables como el La inglesa romántica (Joseph Losey, 1975), Brazil (Terry Gillian, 1985), La casa Rusia (Fred Schepisi, 1990), Billy Bathgate (Robert Benton, 1991), Vatel (Roland Joffe, 2000), Enigma (Michael Apted, 2001) y Anna Karenina (Joe Wright, 2012) y, claro, ha ganado un Óscar por su guión original de Shakespeare in love (John Madden, 1998). O sea que en los papeles, Tulip fever viene de lauros y oropeles.


El problema es la dirección y la elección de algunos actores. De movida para que una historia nos atrape, debemos interesarnos por los personajes.  Aquí la cosa transcurre en la Ámsterdam del siglo XVII en plena burbuja económica, no inmobiliaria, sino del ¡tulipán!, bueno, cosas más raras han sucedido, como votar ¡La revolución de la alegría! Y al igual que en el ejemplo citado de Lo que el viento se llevó, hay dos protagonistas femeninas. Sophia (Alicia Vikander) y su triángulo de esposo, Cornelius (Christoph Waltz) y amante, Jan (Dane DeHaan) por un lado, y su mucama, María (Holliday Grainger) y su amante pescador, Willem (el bueno de Jack O’Connell) por el otro. Las historias habrán de mezclarse y habrá intrigas amorosas, enredos de vodevil y especulaciones financieras. Otros tantos personajes serán interpretados por talentos tales como los de Judi Dench (que poco y nada tiene para hacer), Tom Hollander (que se divierte un poquito con su médico chanta), y Matthew Morrison, Douglas Hodge, Kevin McKidd y Zach Galifianakis, que se ponen los pelucones de época y pasan a cobrar el cheque.


El director Justin Chadwick nunca logra interesarnos en nada de lo que sucede, pese a la profusión de vueltas de argumento, y Alicia Vikander no es la elección más empática para crear suspenso por lo que le suceda a su personaje. La chica tiene su talento, pero necesita ayuda, no es de las que entra en escena y nos enciende la simpatía por lo que le pase. Hollyday Grainger es fotogénica y bella hasta el suspiro y se merece un protagónico más lucido o un director más lúcido. Y Jack O’Connell al que la directora Angelina Jolie llevó a los primeros planos con su insoslayable Unbroken / Inquebrantable (2014) justifica que la monja de Judi Dench le tenga simpatía, aunque deba ponerlo donde el viento no le traiga su olor, o que Grainger quiera meterle mano aunque huela a mares podridos y haya que frotarlo con albahaca antes.


Tulip fever, rebautizada para la ocasión como Amor, deseo y tulipanes, puede verse en Netflix. Una película mala que sin embargo no aburre por la cantidad de cosas que pasan en el argumento.


Gustavo Monteros

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.