El cine industrial contemporáneo ha desarrollado tanto su departamento de mercadeo y se siente tan capaz de vender cualquier cosa que produzca, que ha dejado de lado aspectos inherentes al producto que vende, tal como desarrollar bien una historia.
Me gustan los novelones como al que más. Esas
historias como las de Lo que el viento se
llevó, tan llenas de incidentes sorprendentes, inesperadas vueltas de
tuerca, personajes extraordinarios, historias en las que brotan todo el tiempo peripecias
coloridas que hacen que nuestras vidas sean pálidas y aburridas, y que sintamos
que como no se parecen en nada a lo que vemos, nos estemos perdiendo la
diversión y la aventura. El cine, entre muchas otras cosas, es un sueño
colectivo. Tan maravilloso y absurdo como toda fantasía compensatoria o
vicaria.
Tulip
fever fue primero una novela de Deborah Moggach,
que la transformó en guión nada más ni nada menos que con Tom Stoppard, el
célebre dramaturgo inglés, autor de Rosencrantz
and Guildenstern are dead, entre otras maravillas. El hombre ha firmado
guiones notables como el La inglesa
romántica (Joseph Losey, 1975), Brazil
(Terry Gillian, 1985), La casa Rusia
(Fred Schepisi, 1990), Billy Bathgate
(Robert Benton, 1991), Vatel (Roland
Joffe, 2000), Enigma (Michael Apted,
2001) y Anna Karenina (Joe Wright,
2012) y, claro, ha ganado un Óscar por su guión original de Shakespeare in love (John Madden, 1998).
O sea que en los papeles, Tulip fever
viene de lauros y oropeles.
El problema es la dirección y la elección de
algunos actores. De movida para que una historia nos atrape, debemos
interesarnos por los personajes. Aquí la
cosa transcurre en la Ámsterdam del siglo XVII en plena burbuja económica, no
inmobiliaria, sino del ¡tulipán!, bueno, cosas más raras han sucedido, como
votar ¡La revolución de la alegría! Y al igual que en el ejemplo citado de Lo que el viento se llevó, hay dos
protagonistas femeninas. Sophia (Alicia Vikander) y su triángulo de esposo,
Cornelius (Christoph Waltz) y amante, Jan (Dane DeHaan) por un lado, y su
mucama, María (Holliday Grainger) y su amante pescador, Willem (el bueno de
Jack O’Connell) por el otro. Las historias habrán de mezclarse y habrá intrigas
amorosas, enredos de vodevil y especulaciones financieras. Otros tantos
personajes serán interpretados por talentos tales como los de Judi Dench (que
poco y nada tiene para hacer), Tom Hollander (que se divierte un poquito con su
médico chanta), y Matthew Morrison, Douglas Hodge, Kevin McKidd y Zach
Galifianakis, que se ponen los pelucones de época y pasan a cobrar el cheque.
El director Justin Chadwick nunca logra
interesarnos en nada de lo que sucede, pese a la profusión de vueltas de
argumento, y Alicia Vikander no es la elección más empática para crear suspenso
por lo que le suceda a su personaje. La chica tiene su talento, pero necesita
ayuda, no es de las que entra en escena y nos enciende la simpatía por lo que
le pase. Hollyday Grainger es fotogénica y bella hasta el suspiro y se merece
un protagónico más lucido o un director más lúcido. Y Jack O’Connell al que la
directora Angelina Jolie llevó a los primeros planos con su insoslayable Unbroken / Inquebrantable (2014) justifica que la monja de Judi Dench le tenga
simpatía, aunque deba ponerlo donde el viento no le traiga su olor, o que Grainger
quiera meterle mano aunque huela a mares podridos y haya que frotarlo con
albahaca antes.
Tulip
fever, rebautizada para la ocasión como Amor, deseo y tulipanes, puede verse en
Netflix. Una película mala que sin embargo no aburre por la cantidad de cosas
que pasan en el argumento.
Gustavo Monteros
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