Un escritor de policiales arranca siempre por
el final. Establece en su mente con claridad el crimen o el delito a descubrir,
y comienza a ver cómo distribuirá las pistas, y las espaciará, las dosificará
para mantener el interés por develar el enigma de quién fue o por qué lo hizo.
El rompecabezas debe quedar armado al final y debe estar a la altura del
suspenso generado.
Arenas
movedizas de la sueca Camilla Ahlgren nos muestra el
crimen en la ultimísima escena, casi en los créditos finales y no nos enoja
porque no traiciona la esencia de su relato con un truco barato que dé vuelta
la trama o que pretenda resignificarlo todo, no sé, cómo decir que el asesino
es el portero al que vimos solo una vez en el tercer capítulo. No, no saca de
la manga un as sorprendente y tramposo, pero la verdad sea dicha, la intriga
propuesta no le da para seis (¡6!) capítulos, o no supo sacarle partido. No es
que aburra, pero el desarrollo de los personajes o situaciones no contribuye
mucho al cuadro final. Bah, hay más relleno del aconsejable.
Arenas
movedizas se permite una pirueta que no le funciona
del todo. Quiere que sintamos empatía con su protagonista a la que sabemos
culpable de algún horror a determinar desde el inicio. Un protagonista culpable
es todo un escollo, para superarlo debe ser un personaje fascinante o
hipnótico. Norman Bates o Hannibal Lecter se presentan como ejemplos
ineludibles. La adolescente Maja (Hanna Ardéhn) no llega ni a los talones de
semejante compañía. El problema es que no es un victimario orgulloso de su
maldad sino una víctima de sus circunstancias. Y como el por qué llega a ser
víctima debe ocultarse hasta el final, se vuelve difícil volverla empática o
interesante.
El arranque es así. Hubo un tiroteo en una
escuela secundaria, Maja estuvo involucrada, hasta dónde y por qué debe
establecerse. En el inicio tampoco sabemos quiénes y cuántas son las víctimas.
Nuestro acceso a la historia es Maja que por la legislación sueca (tal el país
de origen, como ya mencionamos) debe permanecer aislada sin acceso a internet o
medios de difusión masiva como diarios, televisión o radio. Solo somos testigos
de sus conversaciones con el abogado defensor, Peder Sander (David Dencik) y la
información que obtenemos es escueta. No es que la chica no recuerde lo qué
pasó, sino que esa información debe reservarse hasta que llegue el juicio,
instancia que llega en el ¡capítulo 5!
En el mientras tanto nos queda ver cómo se
relacionan los personales y cuáles son sus entornos y antecedentes. Todo
policial es un cuento moral y en este la sociedad sueca aprovecha para
reafirmarse y celebrarse. A través de los vericuetos de la historia se nos dice
que la riqueza es obscena y de mal gusto, que termina por degenerar en
conductas no solo reprobables sino letales, que el sistema judicial funciona y
que ignora el amarillismo de medios inmundos (ah, quién pudiera ver eso en la
Argentina de hoy), que el uso de las armas está mal y que debe evitarse toda
forma de discriminación. O sea la sociedad sueca tiene logros para exhibir y
los cultiva. Ni un policial es descartado a la hora de formar un ciudadano.
Debo confesar que el modo en que la riqueza es mostrada como algo detestable me
voló le moño, va a contracorriente de casi todo lo que se ve por todas partes.
En resumen, Arenas movedizas es buena…a secas. Hubiera sido mejor como
largometraje. El material, como está presentado y desarrollado, no da para una
miniserie. Aunque si bien no apasiona, tampoco aburre.
Gustavo Monteros
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