jueves, 14 de febrero de 2019

The lady in the van



¿La realidad supera a la ficción? Todo el tiempo. Cómo sea, cuando sea, por dónde sea. La realidad hace lo que se le da la gana. La ficción responde a normas, leyes, códigos, constituciones, porque la ficción debe ser “creíble”. La realidad no se ata a nada y se desata para dónde quiere. Y si contraría la credibilidad, mejor.


Y ya que hablamos de respeto a las normas, convengamos que los ingleses aman la regularidad, la habitualidad, lo esperable, lo comprobable. Aman las convenciones para tener la libertad de ser excéntricos. Fascinados por la paradoja, cuanto más se apegan a las reglas, más excéntricos se permiten ser. Repasen con la mente durante unos segundos los personajes más conspicuos de la literatura inglesa y verán que la premisa se cumple.


The lady in the van une estas dos características, una situación real que escapa a la credibilidad llevada a cabo por unos personajes muy amigos de las excentricidades.


Cuando el prolífico comediógrafo Alan Bennett por fin echa buenas, se compra una casa en Camden, un peculiar barrio de Londres. (En Inglaterra, todo es “peculiar”). El hombre es muy tímido y su inclinación sexual no contribuye a que sea más comunicativo. Vive su homosexualidad furtivamente. Detalles que lo hacen proclive a ser invadido por personalidades más fuertes, como la de Mary Shepherd, por ejemplo. Mary Sheperd es una mujer mayor que vive en una furgoneta estacionada en la calla donde se muda Alan Bennett. No pasará mucho antes de que la señora le instale la furgoneta en la entrada a la propiedad de Alex, lo que los llevará a “convivir” durante 15 años.


Mary (Maggie Smith) es muy “peculiar”, aunque Alan (Alex Jennings) no le va a la zaga, si de rarezas se trata. Mary cuenta muchas cosas, ¿son ciertas?, ¿algunas?, ¿todas?, ¿ninguna?


Esta historia “mayormente” cierta tuvo varias formas, primero fue un ensayo, después una novela corta, luego una obra de teatro, a continuación una obra para la radio y por último, esta película. Las tres últimas transformaciones tuvieron a Maggie Smith en el protagónico.


Un talento como el de Maggie Smith necesita personajes ricos para exponerse en todo su potencial. Por suerte, hay autores preocupados por proveérselos. Alan Bennett es uno de ellos. Actrices tan inmensas representan un desafío para cualquier dramaturgo que se precie. Los que tuvimos la suerte de crecer con  Maggie Smith atestiguamos que a medida que ella y nosotros nos “añejábamos”, los autores y los directores hallaban modos de solazarnos con su talento. (Pasó lo mismo ¡por suerte! con las otras tres grandes intérpretes de la escena inglesa (Vanessa Redgrave, Judi Dench y Helen Mirren) (Sin contar a Joan Plowright y Glenda Jackson, por voluntad propia, jubilada la primera y retirada la segunda para dedicarse a la política, aunque ahora vuelve por sus fueros).


El personaje de Mary Sheperd parece estar siempre igual, apenas modificada por un lentísimo deterioro. Y es en esta dificultad en la que Maggie Smith pule toda su brillantez y sabiduría y nos entrega un personaje con más matices y sutilezas que un cuadro de Turner. Y más allá de las virtudes del diálogo, de las actuaciones del reparto, de los encuadres, de los detalles de puesta y realización, la película (como antes lo fueron Primavera de una solterona (Ronald Neame, 1969), Viajes con mi tía (George Cukor, 1972), La solitaria pasión de Judith Hearne (Jack Clayton, 1987) o el telelfilm Mi casa en Umbría (Richard Loncraine, 2003)) es un apabullante y altamente placentero one-woman-show de Maggie Smith en plena forma.


Nicholas Hytner es el director, que no casualmente llevó al cine las obras más célebres y populares de Alan Bennett: La locura del rey George (1994) y The history boys (2006). Y conforma ahora con esta The lady in the van (2025) una trilogía. Ojalá pronto sea una tetralogía.


The lady in the van puede verse en Netflix. Y es, por si no quedó claro, una imperdible por lo magistral actuación de la siempre luminosa Maggie Smith.

Gustavo Monteros









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