Y a veces dos más dos
no es cuatro, sino tres, aunque las matemáticas se contraríen. Todo está para
ganar y sin embargo, se pierde. Una buena historia, que anda por tres carriles.
La que la memoria se resiste a recordar, la del chico que se inicia en el mundo
de la madurez y la del japonés que consigue la planta que no devuelve la
memoria, pero que al menos da excusas para que las cosas se repiensen. Se basa
en una novela, (A slight trick of the
mind de Mitch Cullin) lo que bueno ya que genera solidez. El casting es
perfecto de tan impecable. El inmenso y ya legendario Ian McKellen es ideal
como el Sherlock Holmes viejo que no puede recordar la resolución de su último
caso, que sabrá Dios por qué lo condenó a este exilio campestre en el que vive.
La siempre maravillosa Laura Linney es el ama de llaves que lo cuida a
regañadientes. (Dentro del drama o de la comedia dramática, ¿hay algo que Linney
no pueda hacer?) Y el chico Milo Parker es el hijo del ama de llaves, un chico
deslumbrado, como medio mundo, salvo su madre, por el pasado de este detective
achacoso, y a veces insólitamente lúcido. Milo es de esos chicos que solo el
cine puede crear, es fotogénico, expresivo, encantador, conmovedor, el hijo
ideal de toda madre, el sobrino ideal de toda tía. Y a pesar de tantos
elementos ganadores, y de contar con un director, Bill Condon (Dioses y Monstruos, 1998, Kinsey, 2004, Dreamgirls, 2006) que al menos en los papeles parece soñado para el
proyecto, la película no levanta vuelo jamás. No se cohesiona, es pura suma de
las partes. Y la culpa, claro, es del director, que sin inspiración, pone
oficio, y el oficio no siempre alcanza.
Me hizo acordar de
otra película a la que le pasaba lo mismo. La lejana Confesiones verdaderas de ¡1981, cómo pasa el tiempo!, con los dos
Robert de lujo. Duvall y DeNiro. Se basaba en una excelente novela de John
Gregory Dunne, lo que garantizaba una base armónica. Era sobre dos hermanos en
pugna ética. Duvall era un policía que sabía deletrear la corrupción policial,
pero que no estaba dispuesto a ocultar bajo la alfombra la mugre de la iglesia
y más si su hermano, DeNiro en óptima forma, está por ser nombrado obispo. Pero
el director Ulu Grosbard tampoco hizo que la película levantara vuelo, y hoy se
la recuerda como una oportunidad
perdida. Una buena historia con dos buenas actuaciones en un film que se quedó
en promesas.
Pero aunque la suma
de tres, Mr Holmes merece tener su
oportunidad, como en el caso de Confesiones verdaderas, por los actores. Los tres protagonistas mencionados, más un
elenco que no desentona, hacen un siempre bienvenido desparramo de talento. Y eso
no es algo como para dejar pasar. Después de todo, no toda película tiene que
ser la gloria en bicicleta. Ah, la historia también es muy seductora.
Mr. Holmes puede verse desde hace un tiempito en Netflix
Gustavo Monteros
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