jueves, 11 de mayo de 2017

El hijo de Jean

Mathieu (Pierre Deladonchamps) tiene su vida encarrilada. A los 33 años su carrera laboral luce estable y promisoria, y en su vida personal hay una meseta apacible, tuvo un divorcio amable que su hijo de 10 años parece no resentir. Pero, siempre hay un pero fundador, una buena mañana recibe una llamada telefónica desde Canadá, que le dice que su padre (del que no tenía noticias, su difunta madre le decía que fue fruto de una relación casual) ha muerto y que le ha dejado como herencia un paquete. Mathieu decide entonces abandonar París y ver en persona que hay detrás de esta noticia desestabilizadora. Del otro lado del océano, lo espera Pierre (Gabriel Arcand), amigo del padre y que será su cicerone por estos parajes de un nuevo pasado.


Como se ve, estamos ante una dramática peripecia humana. Para que un cuento de esta naturaleza se desarrolle con solvencia se necesita: un buen estudio de personalidades (lo tachamos de la lista, ya que aquí se encuentra), situaciones enriquecedoras que despierten identificación (la empatía famosa) y hagan crecer la historia (tachado también, porque se hallan presentes), alguna que otra sorpresa que condimente bien la narración y la eleve de la amabilidad a un estado que la haga perdurable o al menos más recordable que el promedio de cuentos humanos que consumimos (tachado también, se halla en deliciosas y saludables cantidades), un director sensible y seguro (Philippe Lioret, el de la recordada Welcome, 2009, aporta además una sobriedad y una elegancia que lo alejan de las estridencias y los subrayados, así que tachamos también este ítem de nuestra lista) y por supuesto, actores capaces de hacer asequible y conmovedora esta aventura de descubrimientos no menos trascendentales por lo pequeños, (ítem tachadísimo, porque los dos conductores primordiales de la acción, Pierre Deladonchamps (que pasó a la fama por El desconocido del lago (Alain Guiraudie, 2013) como el veterano canadiense Gabriel Arcand, se muestran pródigos y prodigiosos a la hora de transmitir emoción y de iluminar conductas.


En resumen, una hermosa historia bien contada. Otra épica de lo pequeño, y no hay contradicción en los términos opuestos.


Gustavo Monteros

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