Mathieu (Pierre Deladonchamps) tiene su vida
encarrilada. A los 33 años su carrera laboral luce estable y promisoria, y en
su vida personal hay una meseta apacible, tuvo un divorcio amable que su hijo
de 10 años parece no resentir. Pero, siempre hay un pero fundador, una buena
mañana recibe una llamada telefónica desde Canadá, que le dice que su padre
(del que no tenía noticias, su difunta madre le decía que fue fruto de una
relación casual) ha muerto y que le ha dejado como herencia un paquete. Mathieu
decide entonces abandonar París y ver en persona que hay detrás de esta noticia
desestabilizadora. Del otro lado del océano, lo espera Pierre (Gabriel Arcand),
amigo del padre y que será su cicerone por estos parajes de un nuevo pasado.
Como se ve, estamos ante una dramática peripecia
humana. Para que un cuento de esta naturaleza se desarrolle con solvencia se
necesita: un buen estudio de personalidades (lo tachamos de la lista, ya que
aquí se encuentra), situaciones enriquecedoras que despierten identificación (la
empatía famosa) y hagan crecer la historia (tachado también, porque se hallan
presentes), alguna que otra sorpresa que condimente bien la narración y la
eleve de la amabilidad a un estado que la haga perdurable o al menos más
recordable que el promedio de cuentos humanos que consumimos (tachado también,
se halla en deliciosas y saludables cantidades), un director sensible y seguro
(Philippe Lioret, el de la recordada Welcome,
2009, aporta además una sobriedad y una elegancia que lo alejan de las estridencias
y los subrayados, así que tachamos también este ítem de nuestra lista) y por
supuesto, actores capaces de hacer asequible y conmovedora esta aventura de
descubrimientos no menos trascendentales por lo pequeños, (ítem tachadísimo,
porque los dos conductores primordiales de la acción, Pierre Deladonchamps (que
pasó a la fama por El desconocido del
lago (Alain Guiraudie, 2013) como el veterano canadiense Gabriel Arcand, se
muestran pródigos y prodigiosos a la hora de transmitir emoción y de iluminar
conductas.
En resumen, una hermosa historia bien contada. Otra
épica de lo pequeño, y no hay contradicción en los términos opuestos.
Gustavo Monteros
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