Seamos conscientes o no, toda película comienza
presentándonos sus personajes, según el estilo del género en cuestión, claro.
No es lo mismo un policial, una de superhéroes o un musical. El afiche de Manchester junto al mar nos informa, si
no leímos nada en ninguna parte, que se trata de un drama. Sus primeros cinco
minutos nos llevan a dudar si no estamos
frente a una comedia absurda. Lee (Casey Affleck) es un portero, un
arreglatutti, un plomero o albañil ilegal capaz de destapar, romper o componer
lo que se le ponga a tiro. Sus clientes son medio raritos, para usar un
eufemismo y ser amables, y él tiene una violencia contenida, que bordea la
desesperación. Hay un desquicio evidente que incluye ¿solo al protagonista?, ¿a
los demás?, ¿al orden de las cosas? Va a los bares, no a confraternizar con
chicas, sino a pelearse con el primero que lo mire dos veces. Y ya allí nuestra
extrañeza se inclina a que la película va más para el lado del drama. Sí, pero
la extrañeza no nos abandonará ya más. Ni incluso en los títulos finales. El
film es tanto una tragedia, una comedia, como el estudio de un mundo
desquiciado, que nunca regresará a sus cauces.
La prematura muerte de su hermano Joe (Kyle Chandler)
obligará a Lee a regresar a su pueblo natal, el lugar del título, donde le
espera agazapada la sombra de una tragedia que lo obligó a irse. George (C J
Wilson) un amigo de los dos hermanos, lo ayudará con lo urgente. Lee toma sobre
sus hombros darle la noticia a su sobrino, Patrick (Lucas Hedges). Y cuando se
abra el testamento, grande será la sorpresa de tío y sobrino, Joe hizo a Lee
tutor de Patrick. Nos surge la pregunta del millón: si Lee apenas puede con su
vida, por algo terrible que no sabemos todavía que es, ¿podrá ocuparse de
Patrick? No develaré cómo se contesta esa pregunta, solo diré que sabremos qué
fue lo que le pasó a Lee, y cuando lo sepamos, querremos no haberlo sabido, tan
tremendo es.
Como sea, nos hacemos a la idea de que estarnos frente
a la típica película de redención a través de una segunda oportunidad, que Lee
hará las paces con su pasado y que la luz de la esperanza brillará otra vez en
el horizonte. Ni ahí. El guionista y director Kenneth Lonergan (You can count on me / Puedes contar conmigo, 2000, ¿se
acuerdan de esa hermosa película en la que Laura Linney, en relación amorosa
con Matthew Broderick, recibía la visita de su hermano, Mark Ruffalo, al que no
veía hace tiempo?)(Margaret, 2005,
2011, dos fechas, una la de su realización y la otra la de su distribución, sí,
venía medio problemática, no en sus logros, sino en la relación con sus
productores) nos corre de los lugares comunes todo el tiempo.
Patrick es un adolescente manipulador, simpático,
conquistador, demandante, que querrá estrechar los lazos con una madre
alcohólica y fugitiva, que huyó cuando supo de la endeble salud del ahora
difunto Joe, Elise (la gran Gretchen Mol) ahora una cristiana renacida en
pareja con Jeffrey (el viejo y querido Matthew Broderick). Lee, más tarde que
temprano, tendrá que oír lo que su ex, Randi (Michelle Williams en un
conmovedor monólogo interrumpido que le ganó varias nominaciones, Óscar
incluido)
Muchos saludaron esta nueva película de Lonergan como
una obra maestra. Bueno, tiene momentos magistrales, pero otros que de tan
torpes son vergonzantes, como por ejemplo el ataque de Patrick ante la carne
congelada, algo tan rebuscado que bordea la estupidez, o el sueño de Lee sobre
el final, un abaratamiento inmerecido de la tragedia que se desbarranca en la
imprudencia innecesaria, ¿evitar el trazo grueso toda la película para caer en
el mismo al final?, ¿con qué necesidad? De todos modos, esto no invalida ni
demerita los logros anteriores. Lonergan más que un director de obras
redondeadas parece apostar por la búsqueda y, como es de esperarse en estos
casos, a veces se pierde.
Casey Affleck entrega una actuación contenida,
minimalista, que nunca termina por eclosionar, aunque grite, llore y se
desespere. Es una buena elección, su personaje sobrevive a algo que no se
supera jamás.
En resumen, una obra valiosa, dura por momentos, en
otros, soliviantada con buen humor, que se vuelve entrañable y quizá
inolvidable.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.