Dado que la casualidad de la distribución así lo
quiere y las estrenan juntas, hoy me referiré a estas dos películas a la vez,
porque tienen más en común de lo que las diferencia. Algo que podría
comprobarse fácilmente si hacen con ellas un programa doble y las ven una
después de la otra.
Comencemos por sus puntos de partida, que es lo único
que podemos contar.
En La chica sin
nombre (La fille inconnue, 2016,
de Jean Pierre Dardenne y Luc Dardenne), una joven médica, Jenny (Adèle
Haenel) junto a su más joven practicante, Julien (Olivier Bonnaud) trabajan
después de hora en la salita de un pequeña ciudad belga, Lieja. Él termina el
papeleo, ella lo reprende por un comportamiento que tuvo ante un paciente.
Suena el timbre, Jenny le ordena a Julien que no vaya al portero
eléctrico con cámara a ver quién es, que ya es tarde, que si es importante
tocará de nuevo. No hay un segundo timbre. Al día siguiente Jenny sabrá por los
policías que la visitan que quien llamaba era una chica negra que apareció
muerta cerca de allí y que no saben su nombre. Jenny hará lo que esté a su
alcance para averiguar el nombre.
En El viajante (Forushande,
2016) de Asghar Farhadi (director de la gloriosa La separación, 2011 y del megabodrio El pasado, 2013) Emad (Shahab Hosseini) un profesor de literatura y
también actor, está casado con Rana (Taraneh Alidoosti) ambos ensayan una
versión de La muerte de un viajante
de Arthur Miller. Deben abandonar el edificio donde vivían, porque una
excavación vecina, lo ha puesto en peligro de derrumbe. Un compañero de elenco,
Babak (Babak Karimi) les ofrece un departamento de su propiedad que acaba de
ser desocupado por la inquilina anterior, que ha dejado sus cosas detrás. Se
mudan. Una noche, Rana regresa sola al departamento y es atacada. Emad procurará
saber quién la atacó y por qué.
Ambas películas son obras de
autor.
Ambas ponen puntos
suspensivos después del momento que motoriza el relato. Sólo oímos el timbre en
La chica sin nombre. Y no vemos el
ataque a Rana en El viajante. Dichos
puntos suspensivos irán llenándose de a poco, a medida que avanza el relato.
En ambas los personajes femenino
principales se lamentan, una y otra vez, no haber recurrido al portero
eléctrico. Jenny podría quizá haber evitado el trágico destino de la chica sin
nombre. Rana, sin duda, habría evitado ser golpeada físicamente y lastimada
psicológicamente. Cuando oyó el timbre, por la hora, supuso que era Emad, no
preguntó por el intercomunicador y dejó abierta la puerta, porque iba a
bañarse.
En ambas, los personajes
deciden no recurrir a la Policía y juegan a ser detectives aprovechándose de
los beneficios que otorgan sus profesiones. Jenny es médica y sabe que alguno
de sus otros pacientes puede darle información alguna sobre la chica
desconocida. Emad, como dijimos aparte de actor, es profesor de literatura y
como lo saben todos los que han ejercido la docencia, con un mínimo de
curiosidad uno se entera de las actividades que ejercen sus alumnos, si son
adultos, y si son niños, los padres de sus alumnos, y a lo largo del tiempo si
hay una mínima relación con ellos, uno puede armar una base de datos que puede
resultar útil. De todos modos, es llamativo que tanto la película belga como la
iraní prescindan de la fuerza policial.
En ambas se logra la
confesión del culpable y se busca sino un castigo, al menos un resarcimiento de
los hechos brutales.
Ambas, más allá de su
cercanía con el policial o el mismísimo thriller, son dramas morales de culpa y
castigo.
Ambas echan luz sobre las
costumbres de las sociedades que las crearon. Gracias a La chicas sin nombre sabremos que en Bélgica y en Francia, los
hospitales no están obligados a denunciar a los inmigrantes indocumentados, si
no tienen documentos se los atiende igual bajo el nombre que dicen tener (al
menos en el momento de la filmación, después no se sabe, la derecha avanza por
todas partes y hace moco los derechos de los ciudadanos, ¡si lo sabremos
nosotros, desde que Macri está en el poder, no pasa día en que no perdamos
algún beneficio social). Gracias a El
viajante, sabremos que, en Teherán, los taxis son comunitarios, o sea hay
que compartirlos con hasta tres personas más, o cuatro, según el tamaño del
auto. Sabremos también que incluso en los edificios las puertas de entrada de
los departamentos, aparte de la usual de madera, tienen una anterior de rejas o
rejilla como protección extra. Y cuando vemos la obra que presentan (La muerte de un viajante) si bien no
modifican el lugar de la acción original, o sea los Estados Unidos, todos los
personajes femeninos llevan cubierta la cabeza, algo imprescindible en esa
sociedad, pero sin uso en la norteamericana.
Por último, intentaremos por
separado, una valoración crítica.
La
chica sin nombre es un traspié en la carrera de los hermanos
Dardenne. Luce muy menor ante la anterior, la soberbia Dos días, una noche y lo que es peor se nota demasiado su estilo de
cámara en mano, documentalista, con sus planos cortos y nerviosos que parecen
querer invadir la intimidad de sus personajes. Se percibe, esta vez, que más
que un estilo, es una intervención (para no ser insultantes con personas tan
creativas y llamarlo receta) que puede aplicarse a cualquier historia, por
mínima e insulsa que sea. No es un desastre, es solo que las implicancias
sociales que se desprenden de sus historias no son aquí muy elocuentes y no van
más allá de los problemas de comunicación entre las personas. Aunque como
siempre con las películas de los Dardenne, está actuada con gran verdad y,
aparte de los mencionados, en su bastante extenso elenco, se destaca como el
padre de un paciente, Jérémy Renier, veterano de sus filmes, y que por aquí
participara en Elefante blanco (Pablo
Trapero, 2012).
Asghar Farhadi con El viajante (que acaba de ganar el Óscar
a la Mejor Película Extranjera) no llega a las alturas de La separación, pero al menos se redime del insoportable bodrio de El pasado, película tonta y pagada de sí
misma como pocas (lo peor que le puede pasar a un director es asumirse como
genio, sin ir más lejos remítanse a lo que pasó con la carrera de Almodóvar).
Comparaciones al margen, El viajante
es una muy buena película, que establece un paralelo con la obra de Miller de
la que toma parte de su título. Si en La
muerte de un viajante, Miller expresa su desencanto ante el engaño o muerte
(si alguna vez existió) del sueño americano, Farhadi pareciera decir que la
sociedad a la que pertenece ofrece flancos igual de decepcionantes. Eso sí,
Miller es más tajante, Farhadi es más esperanzado en su lectura parabólica.
Gustavo Monteros
Mercí !!!!!!
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