Si La llegada
fuera un capítulo de una novela de finales del siglo XIX podría tener un título
complementario que dijera: “O de cómo Amy Adams salva al mundo de caer en una
crisis interplanetaria o mejor dicho, interespecies”.
No me puteen. Si creen que he contado de más y les he
arruinado la diversión, no es el caso. Lo que resumí es apenas lo “macro”, pero
aquí importa más lo “micro”. A la Tierra, un buen día, llegan 12 naves
extraterrestres que se estacionan en 12 países diferentes. En los Estados
Unidos, un coronel (Forest Whitaker) irá a buscar una lingüista (Amy Adams, of
course) para que ayude a descifrar el idioma de los aliens. La secundará un
científico (Jeremy Renner). El concepto que se utiliza es que el lenguaje
refleja la visión del mundo de la cultura que lo produce. Los alienígenas, una
especie de pulpos gigantes, se comunican a través de unas manchas que se
parecen al viejo y querido test de Rorschach. Y tiene que ser una mujer la que
contribuya a la comunicación, porque entiende de ciclos. Y ahora sí, me
detengo, porque las sorpresas finales deben preservarse.
Obviamente estamos ante un relato de ciencia ficción,
en la variación de extraterrestres no agresivos, al menos de entrada.
Me gusta el cine de Denis Villenueve (Incendies, 2010, La sospecha, 2013, El hombre
duplicado, 2013, Sicario, 2015),
pero hallo que el canadiense tiene un problemita. Se toma muy en serio, él y
todo lo que hace. Su obra está permeada por una seriedad, una gravedad, una
grandiosidad, una trascendencia, una importancia, tanta que uno imagina que no
va al baño a hacer el número uno o el número dos sino a tener una revelación
epifánica. Aquí, el género justifica tanta trascendencia, más que en la
anterior, Sicario, al menos.
Amy Adams, impecable como siempre.
Espero haberles dado suficientes pistas para saber si
quieren o no ver La llegada.
Gustavo Monteros
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