Toda obra de arte es un
círculo perfecto, un país de fronteras cerradas que se erige y se gobierna por
sí solo, un acusado que elige ser juzgado según sus propias reglas, bah, una
concatenación de signos que se cohesionan con coherencia. Nunca queda más claro
el armado de esta cohesión que en los ejemplos de género puro, como el musical,
el policial, el romance, etc. Allí todo debe contribuir a configurar una
realidad ficcionalizada depurada, sin contaminación alguna de signos que
correspondan a otro género, o a otra obra de arte con sus signos determinantes.
La
La Land es un musical. ¿Un paradigma, un ejemplo perfecto de
musicales? Veamos. Como corresponde, la topografía visual es estilizada, la
mayor parte del film transcurrirá en una Los Ángeles de fantasía, de colores
puros, de suburbios despojados. La historia es romántica. Boy meets girl (chico
encuentra chica). Él es un músico que quiere que el jazz no muera. Ella es
aspirante a actriz, que trabaja de mesera. Estereotipos personalizados en un
principio más por el magnetismo de los actores que por rasgos identificatorios.
Él no quiere saber nada con ella, y ella sale esquilmada en la primera
escaramuza, que establece un pliegue, al que se volverá al final. El beso tarda
en llegar y nuestra empatía está ya con ellos, celebraremos cuando finalmente
llegue. Establecida la pareja, la historia se bifurca en dos caminos, ¿se
consolidará la relación?, por un lado, ¿lograrán triunfar en sus ambiciones
artísticas?, por el otro. En este punto, con más de media película en nuestras
espaldas, parece que tomará un recurso revolucionario, no pasar por el segundo
paso obligado o esa el Boy loses girl (chico pierde chica). Pero no, la
revolución no llega, Hollywood, el del mainstream o el independiente, no puede
salir del esquema y se produce el alejamiento. ¿Volverán a estar juntos? Nos
detenemos para no spoilear.
El todo es coherente, pero
no perfecto. El primer número, el de la autopista, muy Les demoiselles de Rochefort de Jacques Demmy, da un poquito de
vergüenza ajena. Y la canción de la audición (“Audition, the fools who dream”)
curiosamente nominada para el Óscar como mejor canción (junto con la
inobjetable “City of stars”, también de esta película) tiene una de las peores
letras jamás escritas para un musical. Y el repliegue al que hacíamos
referencia cuando ella le habla por primera vez y al que se vuelve al final, es
altamente discutible: las fantasías dentro de las fantasías, el artefacto
dentro del artefacto, son recursos que pueden volverse en contra. Si ya la
“realidad” que vemos es una estilización, ¿qué corno es la estilización de la
estilización? El espectador promedio no se hace tantas preguntas, pero llegado
el final siente que algo le hace ruido y es esto.
Entre las mejores
contribuciones al género está la coreografía de Mandy Moore, llena de stops que
se reactivan, como si reflejara la seducción, el histeriqueo al que se entregan
los protagonistas. Muy refrescante.
Y, perdón, pero me parecen
exageradas las nominaciones que recaen sobre Emma Stone y Ryan Gosling, dos de
mis favoritos, por eso puedo hablar libremente, sus actuaciones son luminosas,
llenas del magnetismo y del encanto que poseen, pero poco o nada más. Está
bien, ella tiene las distintas audiciones para lucir su talento, y él los
momentos de desamor, pero ¿mejores actuaciones del año? Seamos serios.
La
La Land es movieland pura. Una hermosa hora y media. No
perfecta, pero muy agradable y disfrutable. Fue escrita y dirigida por Damien
Chazelle (Whiplash, 2014)
Gustavo Monteros
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