Ben (Viggo Mortensen) ha cumplido el sueño de muchos
adolescentes: vivir con su familia apartado de la civilización y según sus
propias reglas. Entrena físicamente a sus hijos con rigores de marine, saben
cazar, escalar y robar, tienen acceso libre a una biblioteca con libros de todo
calibre y así pueden debatir y analizar literatura, política, ciencia o
filosofía. Su peculiar pedagogía da resultados sorprendentes, las principales
universidades de Estados Unidos mueren por tener entre sus alumnos al hijo mayor,
Bodevan (George MacKay). Que su nombre sea tan raro no debe llamarnos la
atención, todos sus hijos tienen nombres inventados que celebran el ser único e
irrepetible. Como se observa ideas inspiradas conviven con tonterías medio
hipponas o de la peor autoayuda. Claro, por el aislamiento, los seis hijos
carecen de los más elementales protocolos sociales que tenemos todos los que
vivimos en un ambiente más “integrado”. Este mundo personalísimo está por
entrar en eclosión con la realidad tal como la conocemos. Se verán obligados a
abandonar su hábitat y confrontar con la civilización.
El viaje de este Capitán
Fantástico abarca mucho terreno. Es tanto la épica de un individualista y
los límites que encuentra para llevarla a cabo, un ensayo de educación
alternativa con sus logros y fallas, la aceptación de fracasos luminosos y la
asunción de ausencias dolorosas.
Ben es un personaje apasionante, porque es falible y
se lo ve en más de un dilema. Podría dar más detalles de su personalidad o de
las peripecias que atraviesa, pero eso aniquilaría algunas sorpresas y los
predispondría según tal o cuál visión y arruinaría el placer de descubrir las
aristas de un personaje y de una película que (para usar una palabra de moda)
nos interpela.
El también actor Matt Ross entrega una película, en
más de un sentido, única. Viggo Montersen ratifica ser un animal
cinematográfico, la cámara lo ama y se ocupa de amplificar sus sabidurías actorales
que se acrecientan con cada trabajo, y para felicidad del personaje de Roger
Bart en Las mujeres perfectas (Frank
Oz, 2004) se lo ve con toda su masculinidad al aire.
Y aunque Ben me vetaría el uso de una palabra tan
anodina, lo desobedeceré y diré que es una de los filmes más “interesantes” del
año.
Gustavo Monteros
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