Carol es
una historia de amor. Todas las historias de amor, antes del final feliz, del
final no del todo feliz o del final para nada feliz, deben hacer que primero su
pareja se conozca, claro, se enamore, se seduzca después, enfrente
inconvenientes, los supere o no y llegue a un acuerdo final con perdices o sin
ellas.
Carol es
la historia de amor entre Therese (Rooney Mara) y Carol (Cate Blanchett) y se
basa en una novela de 1952 de Patricia Highsmith (publicada originalmente bajo
un seudónimo de Claire Morgan por estúpidas limitaciones de la época). Como
transcurre en los años cincuenta y describe el asfixiante clima social para los
amores no convencionales según las rigideces del momento, que mejor director
que Todd Haynes que con su impar Lejos
del paraíso (2002) lograra conmovernos con otros amores triturados también
por los convencionalismos represores de la misma época.
Supuse que Carol me gustaría tanto como Lejos del paraíso, pero no. Me gustó
tanto como Velvet Goldmine (1998)
también de Haynes. O sea me impactó toda la reconstrucción de época, la
impecable maquinaria narrativa, la imaginería visual con sus autos de
ventanillas empañadas y esas cosas, pero no me involucró emocionalmente. Supuse
primero que tenía que ver con la casi maníaca reproducción de los modismos para
establecer relaciones en aquella época. Descarté después tal presunción. A
continuación supuse que quizá Rooney Mara había exagerado con la extrañeza,
aspecto que Carol describe como “sos un ser del espacio exterior”. Rechacé la
idea con rapidez porque no hay nada reprochable en Mara, que al igual que
Blanchett, se entrega al juego con libertad y talento. Me pregunté, entonces,
en qué momento en particular extrañaba
que no tuviera una respuesta emocional y pude establecer que para mí se
vinculaba con el momento de la separación. Cuando Carol no puede comunicarse
con Therese debo compartir el dolor que siente y no solo atestiguarlo, pero
Haynes se frena, no me deja, pone distancia. No lo critico, solo describo, es
una elección consciente de su parte, hubiera preferido que me arrastrara, que
fuera inolvidable como dos escenas que cité últimamente y que por eso me
vuelven a la memoria: la de del beso que no es entre Emma Thompson y Anthony
Hopkins en Lo que queda del día y la
de Meryl Streep desesperada por no poder bajarse de la camioneta en Los puentes de Madison.
En resumen, una
irreprochable historia de amor, que al menos a mí, perdón, no me enamoró.
Gustavo Monteros
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