Los gemelos Ronald y Reggie
Kray son una leyenda en la historia criminal inglesa. Reinaron la mafia
londinense durante los años sesenta, o sea en pleno swinging London. Y como no
es cuestión de que el cine inglés pase por alto una leyenda, esta película se
inscribe en lo que ya podríamos denominar como la tradición Kray, y así como
hay una serie de filmes sobre El cuento
de Navidad de Dickens, los Kray van camino a ser igual de revisitados por
la cinematografía. Entre las numerosas películas ya existentes, mi memoria
rescata El clan de los Kray que Peter
Medak dirigió en 1990 con los hermanos Gary y Martin Kemp en los protagónicos.
En esta, los hermanos son interpretados por el mismo actor: Tom Hardy. (Otros
ejemplos de histriones que hicieron de gemelos: Jeremy Irons, Pacto de Amor, 1988; George Hamilton, La última locura del zorro, 1981; Bette
Davis, Una vida robada, 1946; Jackie
Chan, Twins and Dragons, 1992 y
Leonardo Favio, Todo el año es Navidad,
1960.) Como sea, para los admiradores de Tom Hardy, no hay nada mejor que dos
por el precio de uno.
Y sin más preámbulos digo
que esta película es muy buena y no es para menos, porque en el guión y en la
dirección está Brian Helgeland, que no será una marca como Tarantino o
Hitchcok, pero al que conocemos si vimos alguna película en los noventa. Fue el
coguionista de Asesinos, 1995, esa
con Stallone y Banderas; de, me pongo de pie, Los Ángeles al desnudo, 1995; el guionista de El complot, 1997, ¿remember? Julita Roberts, Mel Gibson y el
grandioso Patrick Stewart: de The postman
o El cartero, 1997, esa aventura
futurista con el bueno de Kevin Costner; ya en los 2000, para Clint Eastwood
guionó Deuda de sangre, 2002, con
Clint, Angelica Huston y Jeff Daniels, y, me pongo de pie otra vez: Río Místico, 2003, con los maravillosos
Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Lawrence Fishburne, Marcia Gay Harden y
Laura Linney; para el malogrado Tony Scott, guionó Hombre en llamas con Denzel y Dakota Fanning; también fue para Tony
la siguiente Rescate del metro 1-2-3
con Denzel (Washington, of course, ¿hay otro?) y John Travolta, 2009; para Paul
Greengrass guionó La ciudad de las
tormentas con Matt Damon y Jason Isaacs; y para el hermano mayor de Tony o
sea Ridley Scott, hizo Robin Hood con
Russell “vos cavernosa” Crowe y Cate “puro talento” Blanchett. (Perdonen los
que no son de andar down-memory-lane que me ponga “datoso” y por lo tanto
latoso, pero hay gente a la que le gusta rememorar películas que han visto).
Como guionista y director
hizo Revancha, 1999, una de las
mejores películas como actor de Mel Gibson, honor no mejor porque Mel-actor
tiene unas cuantas buenas; Corazón de caballero, 2001, delicia de
delicias con el recordado Heath Ledger, y Rufus Sewell, Paul Bettany, Mark
Addy, Alan Tudyk, entre otros; Devorador
de pecados o The order, 2003, una
de exorcismos y esas cosas, otra vez con el inolvidable Heath Ledger; y antes
de la que nos ocupa, 42 de 2013, una
de beisbol con Chadwick Boseman y Harrison Ford. Como pueden comprobar, alguna
que otra película, como guionista o director le vieron. Y sea cual sea la que
vieron, ya comprobaron su talento. De modo que para el memorioso, antes incluso
de los títulos, Leyenda viene con
ventajosa prosapia. A la que no solo desentona sino más bien, honra.
Esta vez el gimmick está en
contar la historia desde la perspectiva de Frances (la muy hermosa Emily
Browning) quien fuera esposa de Ronald (el “inestable” gemelo Reggie, como el
mismo lo declara con involuntario humor más de una vez, era gay). Y al ratito
nomás, para que nos vayamos acostumbrando a que habrá líneas brillantes,
Frances dice: “Créanme, se necesitó mucho amor para odiarlos como los odio”. Y
brillantes serán también las actuaciones del resto del elenco que mezcla a
próceres como Christopher Eccleston, Tara Fitzgerald, David Thewlis, Chazz
Palminteri, con talentosos recién llegados como Taron Egerton, Colin Morgan o
Chris Mason. Brillantes son también la recreación de época, el vestuario, la
fotografía y la música.
Y esta vez, sin ningún pero,
brillante está Tom Hardy en su doble composición. Hardy es un grande, pero hace
notar mucho que se esfuerza, que toma toda la sopa y hace todos los deberes. A
veces, como en La entrega o Crímenes ocultos, hasta parece actuar el
subtexto, como si aparte de actuar nos estuviera dando una conferencia o un
reportaje de lo que él opina del personaje. Como si a la vez fuera actor y
comentador. Aquí, como antes en El topo,
está muy bien y punto.
Sin embargo, tanta
brillantez sin casi opacidad no redondea una película inolvidable. Quizá sea
porque uno jamás crea empatía con ninguno de los personajes. Por cómo está
estructurada quizá deberíamos remitirnos a Frances o sea a la hermosa de Emily
Browning, pero algo se nos omite o no está presente del todo, ya que nunca nos
identificamos con ella, nuestro punto de acceso a la historia. El narrador,
esta vez, crea una distancia brechtiana que nos aparta de lo emocional, que nos
hace notar el ascenso, gloria y caída de los Kray, sin involucrarnos. Algo que
está muy bien cuando es buscado, y no parece ser este el caso. Ojo, que no
enamore, no desmerece ninguno de sus estimables logros. Sin ir más lejos,
compáresela con el tremendo bodrio de tema similar que nos propinaron el año
pasado, Pacto criminal o Black mass, con Johnny Depp, entre otros
notables, eso sí que era padecer una historia de mafia. Esta no entrará en el
cuadro de honor, pero si el tema interesa, perdérsela es… un auténtico crimen.
Gustavo Monteros
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