Esta película está nominada
para cuatro Óscares: Mejor Película, Mejor Actriz Protagónica, Mejor Director y
Mejor Guión basado en material preexistente. Por supuesto, las probabilidades
habilitan a que gane todos, alguno o ninguno. Si existiera, debería ganar con
honores el Óscar a la película con la primera media hora más angustiante y
perturbadora. En la historia de la cinematografía no debe haber película que se
abra como esta, con tanto juego sobre las emociones negativas del espectador.
Se estimulan sensaciones de confinamiento extremo, enajenación, histeria. Si
nada se ha leído sobre la trama, conviene no hacerlo para “disfrutarla” más,
uno no sabe si se trata de un experimento, si la madre más que unos tornillos
flojos tiene toda una ferretería floja o si es un cautiverio. Como el hijo
tiene como única referencia de un mundo probable a la habitación, cuando la
cosa se pone espesa, uno puede evadirse y pensar en la caverna de Platón y esas
cosas. Y si uno sabe por lecturas o informaciones previas de qué viene la
historia, resiste la angustia y espera a que llegue la segunda parte, que no
está para musicalizar con canciones de Cole Porter, pero que al menos para mí,
es más liberadora. Digo, para mí, porque para otros, así lo han expresado en
sus crónicas, es más perturbadora incluso que la primera parte. Y sí, hasta que
el pibe en la escena final, gracias a la potencia sanadora de su sabia
ingenuidad (sí, cínicos míos, también hay sabiduría en la ingenuidad) no
despida la experiencia, no hay superación del horror vivido.
Por supuesto, también hay mucho amor y ternura
a raudales, pero es el horror que pueden concebir los humanos y la falta de
perdón, intransigencia estúpida en la que se puede caer, lo que pervive a la
salida. Uno se queda también, en un momento clave con la rapidez de reflejos
del dueño del perro (yo, al menos, cuando paseo el mío, me vuelvo lento y
tonto), y después, con la lucidez e inteligencia de la mujer policía para
“leer” con celeridad la situación, contrástese con la desidia y burocracia de
su compañero, que solo quiere sacarse el problema de encima, encomendándoselo a
la oficina correspondiente (uno querría que todos los policías fueran como esa
mujer policía, aunque se sabe que casi todos son como el patrullero en cuestión).
El chico Jacob Tremblay, un
“veterano” de 8 años al momento de la filmación, su personaje cumple 5 años en
la ficción, da una actuación conmovedora, muy, pero muy conmovedora. Brie
Larson, lisa y llanamente, se pierde en el papel, y más que verla actuar parecería
que la observamos en un reality show. No establece con la cámara ninguna
relación y eso es algo que yo extraño. Dice el director, Lenny Abrahamson: “Solemos
fetichizar cierto tipo de intensidad ostentosa en los actores: muchas
actuaciones parecen estar diciendo: miren qué criatura extraordinaria que soy”,
“En cambio Brie tiene la virtud de simplemente dejarse sumergir en el
personaje. No está todo el tiempo tratando de decirte qué gran actriz que es”.
Puede ser, pero hay algo en el medio, que puede traducirse como el no olvido de
la cámara. Una actuación muy para la cámara es puro exhibicionismo, y una
actuación solo para adentro es puro onanismo. Hay un equilibrio, Meryl Streep,
por ejemplo en la escena de la camioneta de Los
puentes de Madison County, se nos hace carne porque no olvida la cámara o
sea a nosotros, los espectadores. Brie Larson tiene mucho talento, pero por
ahora no nos toma en cuenta. Eso hace su actuación superlativa, aunque no
inolvidable. Quizá solo tenga inseguridad, ojalá sea eso, la inseguridad en
arte se cura con la frecuentación o la práctica.
Sean Bridges es el monstruo
y el director hace algo muy astuto con él, más que perfilarlo, lo contornea, se
lo adivina, más que se lo ve. La gigantesca Joan Allen con solo estar despliega
humanidad. El gran William H Macy, como el buen, bah, excelente actor que es,
no juzga a su personaje y entrega con plenitud su miserable dolor. Matt Gordon
es el dueño del perro, un no actor que debuta en el cine. Amanda Brugel es la
mujer policía y Joe Pingue es el patrullero que la acompaña. Wendy Crewson es
la entrevistadora de TV, y como corresponde al personaje, una desalmada. Cas
Anvar es el cálido Dr Mittal (Cas Anvar fue Dodi Fayed en ese bodrio llamado Diana, la princesa del pueblo). Tom
McCamus es Leo, la nueva pareja de Joan Allen, y Randal Edwards es el abogado.
En resumen, una película
dura, que requiere un poco de coraje, pero que no defrauda. Ah, como en el
original, el título tendría que ser Habitación
(Room); el artículo la determina
demasiado, en la cabeza del chico Habitación es un hábitat único, esencial,
casi. En fin, ya se sabe, los distribuidores de películas son tan sutiles como
un tren expreso. Agradezcamos que no le pusieran Jack y las habitaciones mágicas, por ejemplo.
Gustavo Monteros
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