No
bien empieza, Al Pacino cita un dicho de Oscar Levant (un pianista de
excepción, el amigo “feo” de Gene Kelly en Un
americano en París (1951, Vincent Minnelli) ¿se acuerdan?): “Hay una delgada línea entre
el genio y la locura, y yo la borré”. La frase es como el epígrafe perfecto
para esta historia, porque Simon Axler (Pacino, por supuesto) es un actor al
que la magia se le ha muerto y el oficio mucho no lo ayuda. En medio de una
función de Cómo les guste de William
Shakespeare anda a las patadas con el famoso monólogo de las 7 etapas del
hombre, algo muy terrible de tan obvio, es como olvidarse el apellido propio,
el himno o número de la casa donde se vive, encima, para colmo de males, como
se acostumbra en estos tiempos de estupidez, los espectadores están más
pendientes de lo que pasa por sus telefonitos que lo que pasa en escena (¡¿para
qué carajo va alguna gente al cine o al teatro si se la pasa todo el tiempo
revisando los teléfonos?!, ¡quédense en sus casas y sean felices!, perdón, parte
de la estupidez contemporánea me subleva), de modo que al pobre Simon, no le
queda otra que ir al proscenio y dejarse caer literalmente de narices al foso
de músicos. El regreso a casa no es menos auspicioso, está más solo que la una
en un reloj parado. Termina en una clínica de recuperación psiquiátrica
dirigida por el Dr Farr (Dylan Baker, al que su natural cara de azoramiento
perpetuo le viene como anillo al dedo para este personaje). Allí, Simon, para su
desasosiego, conoce a Sybil (una deliciosa Nina Arianda) que quiere, por
haberlo visto interpretar a un eficiente asesino una vez, que le mate al marido
que se atrevió a meterle los cuernos con la niñera. De vuelta a casa, Simon
recibirá la visita de la hija de unos actores amigos, Pegeen (Greta Gerwig que
hace lo que puede con un personaje desagradecido) con quien iniciará una
relación muy particular. Y entonces, de a poco, nosotros, los espectadores,
comenzaremos a no saber si lo que vemos es realidad o si estamos dentro de la
enajenación de Simon.
El
trámite de seguir las desventuras de Simon es siempre atractivo, el único
problema es que la película nunca halla un estilo definido con el cual
perfilarse por completo. No es del todo una comedia negra sobre la inmanencia
de la muerte, ni una sátira sobre la fama, ni un drama sobre la dificultad de
un romance de marcada disparidad de edades. Es un poco de todo eso junto, y
nada de eso a la vez. Y quizá el problema radique en que el film o su director
nunca quieren sacar de la zona de confort a su protagonista, el gran Al, quien
no domina ni se siente cómodo en la comedia (la única vez que Pacino salió de
su zona de confort e intentó algo parecido a la comedia fue en Dick Tracy (1990, Warren Beatty) donde
payaseó al extremo, cosa que no debe haberle gustado, porque jamás lo intentó
de nuevo). Pacino, como todo gran actor dramático, se aproxima al humor por el
lado de la ironía, del sarcasmo, del gag físico, pero no termina de asumir o
comprender la dislocación, el delirio, el desparpajo que transforma al actor en
un comediante. Ojo, no me malinterpreten, Pacino sigue siendo Pacino, y todo lo
que hace es hipnótico y seductor, de calidad superlativa. En su grandeza
transforma las limitaciones para la comedia en una exploración de las riquezas
de su talento.
Dirigió
el desparejo aunque siempre atendible, Barry Levinson (Good morning, Vietnam, Rain man, Avalon, Bugsy). Y andan también
por ahí Dan Hedaya y Dianne Wiest como los padres de Pegeen (Dianne como
siempre desparrama talento), un regresado Charles Grodin es Jerry, el agente de
Simon; mientras que la magnífica Kyra Sedgwich y un novato Billy Porter hacen
de ex parejas de Pegeen. Ah, y la veterana Mary Louise Wilson, de luminosa
actuación en Nebraska (2013,
Alexander Payne) es la ama de llaves, que se roba una escena y la eleva al
eterno recuerdo.
En
resumen, Pacino es Pacino en una película no muy personal ni definida pero
digna. Y dado que se basa en una novela de Philip Roth (The humbling / La humillación)
y fue filmada con anterioridad, no podemos hablar de plagio, de citas ni
homenajes, aunque es imposible no notar evidentes coincidencias con Birdman. (Bah, quizá los creadores de Birdman deberían explicarlas)
Gustavo
Monteros
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