Terminaron
las vacaciones de invierno y el reino de los Minions, los dinosaurios, los
Píxeles, las mentes habitadas, y los
hombres hormigas comienza a declinar. Ya no dominan hegemónicamente la
cartelera, y en las brechas se cuelan propuestas para adultos. (Aunque nos
hayan postergado, que se hayan roto unos cuántos récords es bueno, nos alegra,
significa que la gente tiene plata en el bolsillo y ánimo para gastarla).
Llega
un film italiano que no veré (al menos por ahora), pero que merece ser
reseñado. Se trata de Mía madre de
Nanni Moretti. ¿Por qué no lo veré? Principalmente por dos motivos. Uno, no me
gusta el cine de Nanni Moretti. Adelante, sus seguidores, lapídenme, mándeme a
la horca, a la silla eléctrica, fusílenme, alquítrenme y emplúmenme, háganme
caminar la plancha o inyéctenme letalmente, porque seguirá sin gustarme.
Concibo a los artistas como seres con los que se dialoga. A través de sus
obras, claro. Y el diálogo puede ser fructífero, fluido, fugaz o inexistente.
En el fondo no es muy distinto que dialogar con cualquier otro mortal. Y así
como uno no dialoga con todo
el mundo (con la gente que no nos cae tan bien, por ejemplo, o con algunos que
nos aburren a morir, también) no se dialoga con todos los artistas. Nada hay más subjetivo que el arte (de
ambos lados, del creador y del consumidor/espectador) y debería estar permitido
decir sin ambages “no me gusta”, “no me interesa”, “no es para mí” a cualquier
propuesta artística sin importar lo genial que pueda ser. Sin embargo, existen
fuertes presiones culturales que, en algunos casos, te aplastan si te atrevés a
decir que Borges de tan
pedante parece que siempre te está sobrando, que el cine iraní es más aburrido que
sentarte a esperar a que vuelva la luz después de un corte de corriente
eléctrica, o que Liliana Herrero canta como un samurái al que le pisaron la uña
encarnada. Y si a pesar de toda la ciega bendición
crítica que ostentan estos ejemplos mencionados, te munís de coraje y decís lo
que pensás, recibís una mirada de seco desprecio que te convierte en un paria
cultural sin remedio. Y si no podemos sustraernos a este fascismo avasallante,
al menos no caigamos en la trampa de ver lo que no queremos, lo que no nos
interesa, lo que no es para nosotros. De ahí que con simpleza digo: Nanni Moretti
puede que sea un genio (no tengo intención ni elementos para refutarlo), pero a
mí me deja afuera, ¿y qué?
Y
dos, porque no tengo ganas en este momento de revisitar el vacío y el dolor que
deja la muerte de una madre, ya que según parece la cosa es así (transcribo
gacetilla) “Margherita (Margherita Buy) es una directora de cine y está rodando
una película con el famoso actor estadounidense Barry Huggins (John Turturro),
bastante problemático en el plató. Fuera del rodaje, Margherita se esfuerza en
no derrumbarse ante el empeoramiento de la enfermedad de su madre (Giulia Lazzarini) y la rebeldía
de su hija adolescente. Su hermano (Nanni Moretti), como acostumbra, es
irreprochable.”
En
resumen, no la veré, pero entiendo que muchos de ustedes quieran verla. Más
allá de mi vehemencia inicial, sé por experiencia lo enriquecedor que puede ser
un diálogo con Moretti. Dialogué con él con Habemus
Papa y fue una experiencia feliz.
Un
abrazo,
Gustavo
Monteros
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