Durante
los primeros diez minutos de esta película se me encendieron todos los odios y
resentimientos de integrante de clase media que tuvo que trabajar desde siempre
para ostentar el dudoso orgullo de apenas mantenerse y la consecución de muy
pocos logros materiales. No era para menos, estaba ante unos neuróticos
malcriados e inútiles, herederos ricos que jamás habían trabajado en sus vidas.
Después, de a poco, mis resquemores cambiaron a algo parecido a la piedad. E
incluso antes de que se acentuaran los paralelismos con El jardín de los cerezos, ya me consideraba su hermano, porque nada
hermana más que la sensación de desamparo, de ser protagonista de un destino
que parece no tomar en cuenta tus deseos, contradicción fatal que no terminamos
de desentrañar nunca.
Lo
mismo me pasa con la obra de Chejov arriba citada, confesa influencia de este
film, arranco odiando a sus personajes para luego comprenderlos y hasta
identificarme con ellos.
Valeria
Bruni Tedeschi es una actriz maravillosa y éste es su tercer film como
directora y el primero en estrenarse en cine, los dos anteriores Es más fácil para un camello… (2003) y Actrices (2007) no tuvieron tanta
suerte. Un castillo en Italia se
estrenó en la edición 2013 del Festival de Cannes.
Este
castillo de Valeria Bruni Tedeschi tiene una fuerte carga autobiográfica. La
señora que hace de madre, Marisa Bruni Tedeschi, una pianista de renombre, es
su madre y quien hace de novio, Louis Garrel fue su novio. Bah, el castillo en
el que se filmó parte de la película es el castillo familiar que perdieron. Y
el hermano, Ludovic que interpreta Filippo Timi (el Mussolini de la genial Vincere, 2009, de Marco Bellocchio) un
personaje que muere de Sida, representa a Virginio, que murió de lo mismo en la
vida real.
La
película se estructura en tres estaciones: invierno, primavera y verano, y
entre otras cosas narra la progresión de la enfermedad del hermano, la pérdida
del castillo y de un Brueghel, las dificultades de la protagonista para
establecer relaciones afectivas, y la desconexión con el catolicismo, que no
querrían tener, pero que padecen tanto madre como hija.
La película es tan ecléctica como su seductora banda sonora, cambia de tono y hasta de género de una escena a otra. Quizá la idea de la sinrazón de la existencia sea la que la motorice.
En
resumen, una obra personalísima que a la vez atrapa e incomoda.
Gustavo Monteros
Gustavo Monteros
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