Claire
es una hermosa y deslumbrante cuarentona, jugosa, rotunda, contundente, de
impecable gusto para la ropa interior que acentúa sus redondeces y de
discutible gusto para los accesorios, la bisutería, y la ropa en general.
Exactamente como Jennifer López (ni que fuera ella, mire).
Claire
(sí, sí, la mismísima J.Lo), madre de un adolescente (Ian Nelson), profesora de
literatura, especialista en Ilíadas y Odiseas, soporta con estoicismo la
separación de un marido infiel (John Corbett), separación que quizá derive en
divorcio, porque según su amiga, Vicky (Kristin Chenoweth) el hombre es de
insistir en el error imperdonable de cornamentarla, y mirá que hay que ser
calentón para tener ganas de desatar manos en otra mina después de haberlas
ahuecado en las sinuosidades de Jennifer.
En
la casa de al lado vive un viejito, que se está por operar, y para atenderlo
viene el nieto, un veinteañero musculoso (Ryan Guzman), que de tan perfecto (un
arreglatutti, que conjuga bien los verbos y con calle suficiente como para
convertirse en mentor del hijo de Jennifer, un alfeñique alérgico que padece
bullying) resulta sospechoso.
Después
de una cita que sale mal, Jennifer o Claire, pasada de vinito tinto, en un
momento de debilidad, accede a tener relaciones carnales con el vecinito. A la
mañana siguiente, cuando Jennifer quiere considerar lo que pasó como un touch
and go, al muchachito se le comienza a caer la máscara y a mostrar su verdadero
rostro de psicópata, al que los griegos de Homero le cayeron mal.
O
sea que estamos ante la reedición de uno de esos thrillers que en los noventa
se hacían de a tres por hora. Y como los yanquis, por más que se disfracen de
progresistas, son puritanos de alma, ven
con buenos ojos que en las ficciones sea el sexo lo que desate el peligro. Me
corrijo, no atrasan a la década del noventa del siglo XX sino directamente al siglo XVII.
El
guión es de una tal Barbara Curry, chica a la que habría que procesar, juzgar y
castigar por insulto a la inteligencia del público. Su trabajo es tan malo como
un dolor de muelas. Ni siquiera llega a ser
tan pero tan malo para que se vuelva divertido. Ni con la peor de las
voluntades se va a volver “de culto”, es solo malo a secas.
Todos
hacen como que actúan, que es lo mejor que pueden hacer. Tomarse en serio
semejante pavada sería suicida. Tras 20 años de carrera, la despampanante J. Lo
sigue siendo J. Lo, lo que no es poco, pero que en este caso es todo. El
vecinito Ryan Guzman no se perdió una sesión del gimnasio y luce abdominales de
libro, pero se perdió todas y cada una de las clases de actuación. Encima,
perdón, tiene menos atractivo que un pañuelo descartable usado. Sabrá Dios lo
que haya tenido que hacer para asomar la cabeza con tan poco talento, después
de todo, los gimnasios están llenos, y cualquiera con un mínimo de constancia
saca músculos. Bah, por ahí solo tuvo suerte. Esas cosas pasas y si ese fue su
caso, no tener talento ni para trepar por sexo, eso es más interesante que toda
esta película, bueno, de alguna forma hay que llamarla.
Rob
Cohen dirigió, bah, dijo esta cámara va acá y aquella allá.
En
resumen, a menos que se sufra de un agudo ataque de abstinencia de Jennifer
López que no hacía cine desde el 2013, huir de esta Cercana obsesión lo más lejos que se pueda. No, no, ahí no, más
lejos.
Gustavo
Monteros
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