Este
horror surgió, como tantos otros horrores, de una buena intención. Cuenta Andy
Mulligan, autor de la novela en la que se basó esta cosa, que trabajando de
maestro en Filipinas fue con su clase de visita a un basural, y al comprender
luego que habían visto a quienes trabajaban ahí como a animales en un
zoológico, se propuso entonces concebir una historia que los tratara como seres
humanos. ¿Hizo transcurrir la historia en Inglaterra, su país natal? No, mejor
que transcurra en Brasil ¿dónde sino hay corrupción política, pobreza
estructural y brutalidad policíaca? Porque Inglaterra será sinónimo de doble
moral y de piratería desvergonzada, pero lo que esta historia necesitaba era
las características de un país bananero ¿y dónde hay muchas bananas? En Brasil,
ya lo decía el sombrero de Carmen Miranda.
Creo
que esto es lo más enojoso e insultante de esta película: la mirada de
superioridad moral, de esto solo puede pasar en el tercer mundo. Y lo irónico
es que cuando la historia se desvela, uno entiende que en realidad pudo pasar
en cualquier lado, porque la codicia no es un invento sudamericano.
Un chico
que vive de la basura encuentra una billetera que busca con desesperación un
político corrupto a través de un policía tan pero tan malo que en el fondo
hasta quizá sea bueno. Con la ayuda de dos amiguitos, descifrará los enigmas
que hay en la billetera y hará que lluevan billetes. Y la CNN que, como todos
sabemos es tan pero tan objetiva como independiente, dará a conocer al mundo
los entretelones de la corruptela. Hay también una misión en la que un cura (Martin
Sheen) es tan pero tan misericordioso que tiene que apaciguar en whisky tanta
piedad. Y está también una chica (Rooney Mara) que enseña inglés (la lengua
madre, padre y abuela) sin saber ni una palabra de portugués (¿para qué si es un
idioma de subdesarrollo?) y de tan pero tan ingenua es medio bobalicona.
Dirigió Stephen Daltry (Billy Elliot, Las horas, El lector, Tan fuerte y tan cerca) a esta
altura un especialista en dirigir niños. La película es eficiente, profesional,
pero indigerible para los que pensamos que no somos (ni nunca seremos) lo que
el primer mundo dice que somos.
Gustavo Monteros
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