Bailando por la libertad es un despropósito por donde se lo mire. Un panfleto
político de mala leche. Una de las peores películas de danza que se hayan
hecho. Una mezcla indigesta de Footloose
con algo de Billy Elliot (Dios me
perdone por entrometerlo en esta cosa) pasando por lo más flojito de la
filmografía de Enrique Carreras más una pizca de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, por eso de las
gasas y el desierto.
Se
supone que parte de una peripecia vital del joven bailarín Afshin Ghaffarian,
que por desafiar la prohibición de bailar, impuesta por el gobierno iraní, tuvo
que exiliarse en París.
En
el inicio parece que estamos en el primer capítulo de una serie de Cris Morena,
los jóvenes que quieren bailar son idealistas, quieren romper las reglas
establecidas, respirar libertad, así, estilo adolescente desenfrenado, con cero
inmersión en la realidad. Y del otro lado están los malos malísimos,
controladores civiles que se consideran la policía moral, dispuestos siempre a
molerte a palos, porque es así como se disuade a los no adherentes. Para poder
bailar en libertad, fuera de las restricciones, surge la idea de hacerlo en el
desierto y entonces…
Si
esta fuera una película iraní, hecha y derecha, sería respetable aunque la
visión parcializada fuera más que evidente, pero como es una película
financiada y distribuida por capitales ingleses se inscribe en la campaña de
demonización del gobierno iraní y de la cultura islámica.
Por
supuesto que desde mi occidentalismo me parece horrible prohibir el baile, pero
no por eso, desde una ignorancia dañina y frívola, incentivada por intereses económicos
que no me beneficiarán jamás ni por equivocación, voy a descalificar una
cultura, que tiene otras raíces, otra manera de ver la vida, muy distintas a
las nuestras. Ojo, no defiendo nada, solo separo la paja del trigo, que se
demoniza al Islam desde las Cruzadas. Así como los criticamos alegremente
diciendo que tendrían que hacer esto o aquello, creo que si los oyéramos, ellos
también tendrían cosas para criticarnos, por ejemplo, que la Iglesia es
verticalista y en vez de castigar protege a sus curas y obispos pedófilos, que
los Estados Unidos son reyes en hipocresía, que defienden la paz tirando bombas
a los países que obstaculizan sus negocios, y cosas así. A lo que voy es que
nadie es santo, en todos lados se cuecen habas y que hay que desconfiar siempre
de las versiones que describen solo una cara de las monedas. Y si encima esa
versión viene de un país pirata, más todavía.
Reece
Ritchie y Freida Pinto se entrenaron bien y uno puede hacer que cree que
bailan. Tom Cullen, en cambio, cuando comienza a moverse dan ganas de mirar
para otro lado. Debo confesar que Tom Cullen me desorienta, nunca sé si es una
actor personalísimo o de madera balsa.
El
guión, bueno, esa cosa con diálogos que escribió, es de Jon Croker, (insiste,
Jon, en algún momento quizá logres entender a esa cosita llamada personajes,
seres que se corporizan mejor a través de conflictos y no discursitos, y quizá
incluso te superes y entiendas que tienen motivaciones, casi como vos).
Dirigió, bueno, dijo que la cámara va allá o por acá, Richard Raymond.
En resumen, para espiar lo mala que es, un
ratito chiquito, chiquito, cuando llegue al cable (estos esquicios
pseudo-artísticos de agenda política interesada no tardan en llegar), claro,
eso sí, siempre y cuando no se tenga
nada, pero nada, mejor que hacer.
Gustavo Monteros
Gustavo Monteros
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