De
entrada la cosa pinta bien. Es el debut de un guionista con trabajos impecables
en su currículum: Las alas de la paloma,
1997, Las cuatro plumas, 2002 y Drive, 2011. Sí, el anglo iraní Hossein
Amini sabe escribir un guión.
La
cosa sigue bien porque se basa en una novela de Patricia Highsmith, autora con
suerte en el cine, sus trabajos inspiraron películas notables: Extraños en un tren, Alfred Hitchcock,
1951, A pleno sol, René Clément,
1960, El amigo americano, Win
Wenders, 1977.
Y la
cosa inclusive mejora porque protagoniza Viggo Mortensen, uno de los pocos
actores contemporáneos que entiende el estrellato a la manera de la vieja escuela
hollywoodense, en algún recodo del camino comprendió que para ser estrella de
cine no basta con la apostura, el talento y la fotogenia, sino hay que dejarse
amar por la cámara, hallar los gestos que den mejor en pantalla, desprenderse
de los que enturbian la nitidez de la expresión y profundizar un perfil
intransferible de seducción o encanto. Y hoy es como el correlato de un Gary
Cooper.
Además
está filmada en Grecia y en Turquía, que se ufanan y con razón de tener
paisajes de ensueño. De modo que en los papeles, al menos, la cosa pinta
inmejorable.
Por
suerte y gracias a todos los dioses del Olimpo, el mitológico y el cinematográfico,
la cosa está a la altura de los papeles.
Estamos
en Grecia en 1962, un guía turístico estadounidense que habla muy bien el
griego, Rydal (Oscar Isaac) mientras le presenta la Acrópolis a un grupo de
turistas, observa con detenimiento a una pareja, Chester (Viggo Mortensen) y
Colette (Kirsten Dunst). Él le llama la atención en particular porque lo halla
parecido a su padre que acaba de morir. Colette contratará sus servicios, una
cosa llevará a la otra y acabarán en un entramado de celos, deseos, asesinatos
y fugas.
La
historia es apasionante y está contada con elegancia, fluidez e interés
creciente. Y el impecable guión hará que hasta retumben ecos de los mitos de
Teseo y Edipo, que deleitará a los helénicos, pero no ensombrecerá para nada el
deleite de los que jamás han oído sus nombres.
El
trío protagónico no ignora el secreto de la buena actuación y lo devela. La
música del vasco Alberto Iglesias es muy hermosa y para nada intrusiva,
dominante o ensordecedora. Todos los rubros técnicos son de una apabullante
excelencia.
En
los títulos finales, Hossein Amini agradece a Anthony Minguella y Sydney
Pollack, artífices de lo que terminó siendo el mejor Minguella, El talentoso Sr Ripley, también sobre
novela de la Highsmith. Lo hace porque inscribe De amor y dinero en el estilo de El talentoso Sr Ripley, o sea luminosa recreación de época, rubias
hermosas, deslumbrantes paisajes veraniegos, elegantísima ropa clara y mucho
sombrero. Otro peligro salvado, un estilo ambicionado y no logrado queda en un
artificio tonto y hueco, pero cuando se lo logra, se lo agradece y disfruta.
En
resumen, como nunca nos sobran ni el amor ni el dinero, sería aconsejable no
perderse esta desventura.
Gustavo
Monteros
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