Entre tragos y amigos de Eric Lavaine es otra comedia coral de amigos. Otra más. De tanto
que se reproducen, más que un género, ya
podríamos decir que son una epidemia.
La
comedia coral de amigos no persigue precisamente la originalidad, todo lo
contrario. Hallaremos siempre en ellas, las crisis de la edad, los adulterios, los
temores, las cobardías, las revelaciones, los aprendizajes, las módicas
epifanías a las que podemos aspirar los seres no extraordinarios de esta vida.
El
secreto de una buena comedia coral de amigos, bah, de todo género ficcional en
realidad, es mezclar personajes interesantes. Los de Entre tragos y amigos no son particularmente interesantes, pero
tampoco del todo obtusos. Están en esa medianía que, según como estemos, puede
ser indolente o francamente exasperante.
La
trama se centra en Antoine (Lambert Wilson) un cincuentón que a pesar de
cuidarse, comer sano, no beber ni fumar, y hacer deporte, igual tiene un
infarto. Cuando se repone decide hacer lo contrario a lo que venía haciendo. Entonces
se pone a fumar, a beber, a comer fritos y esas cosas. Y las risas, bueno, las
sonrisas, bueno, las casi sonrisas serían provocadas por cómo este nuevo
comportamiento afecta su pareja, se refleja o repercute en las relaciones con
sus amigos. El trámite de verla no es
desagradable, el hermoso paisaje montañoso francés, algún detalle
logrado, una que otra réplica que, con buena voluntad, puede parecer graciosa
lo hacen llevadero.
Eso sí, cuesta reconocer la tradición francesa de la
comedia en los ejemplos que nos llegan. No se trata de remitirse a Moliere o
Marivaux, ni siquiera a Feydeau, que llevó los enredos de lo que nosotros llamamos
vodevil a sus primeras cimas, pero estos esquicios pobres en un cine y en un
teatro que fueron gloriosos decepcionan mucho. Ellos que tuvieron a un De
Brocca, a Sacha Guitry, a Fernandel, a De Funes, a Bourvil (y solo nombro a los
que me vienen a la memoria en este momento). Ellos que supieron llevar la
hechura de los vehículos de lucimiento para estrellas a un arte con sus piezas
de teatro de Boulevard (sin ir más lejos la ex diva telefónica desempolvó un
ejemplar de hace más de treinta años para su vuelta al teatro: Piel de Judas de Barillet y Gredy).
Ellos, todos los que sabían hacer comedia, se deben morir de vergüenza. Está
bien, Le prénom en cine y en teatro
(otro éxito de la cartelera teatral porteña) fue una excepción. La golondrina
que no hace verano. En el drama se puede mentir, se puede pergeñar uno más o
menos efectivo con un par de trucos, pero con la comedia no se puede. Si no hay
talento, no hay comedia.
Además
del todoterreno Lambert Wilson, le ponen el cuerpo y las ganas: Franc Dubosc,
Florence Foresti, Guillaume de Tonquedec (que estuvo en Le prénom), Lionel Abelanski, Jérôme Commandeur, Sophie Duez,
Lysiane Meis, Valérie Crouzet y Lucas Lavaine, algo de simpatía insuflan.
En
resumen, se la puede dejar pasar, pero si se la ve, no duele.
Gustavo
Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.