La
comedia Dios mío, ¿pero que te hemos
hecho? de Philippe de Chauveron fue un gran éxito en el país que la
engendró, Francia. Sabrá el santo Dios mencionado en el título las ganas de
reírse que tendrían los franceses para celebrar semejante dechado de falta de
gracia, humor o ingenio.
El
único chiste (si se es de lo más benévolo) es el de la situación inicial. Los
Verneuil son un matrimonio maduro de la campiña francesa, híper conservador y
ultra católico. Y dicen todo el tiempo la frase del título porque sus hijas
eligen maridos que les prueban los límites de la tolerancia, una se casó con un
chino, otra con un musulmán y otra con un judío, y ahora la menor se casará al
menos con un católico, aunque el hombre ostenta un detalle no menor para los
Verneuil, es negro.
Este
planteo inicial sugiere que habrá comentarios raciales y religiosos arriesgados
que expongan los prejuicios y las cortedades de una sociedad que se cree amplia
y avanzada, pero no… aunque no les salga del todo, los Verneuil insisten en una
corrección política que les quita todo humor. A ellos, a la película, a los
espectadores.
Una
buena comedia es como una omelette, hay que romper unos cuantos huevos. El
humor es ruptura. De algún tipo. La inversión de la lógica social, política,
religiosa, o de lo que se elija para provocar risa. Los humoristas son en el
fondo moralistas que quizá, entre otras cosas, aspiren a la corrección
política. Dicha corrección es la meta final, no las herramientas primeras.
En
resumen, un esbozo de comedia sosa, que aburre mucho, mucho, mucho. Y mucho.
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