Inquebrantable es
de esas películas que cumplen con lo que prometen, en este caso una aventura
épica sobre un sobreviviente extraordinario. Se basa en la vida y hechos reales
de (uno más y van miles) Louis Zamperini. El hombre fue un niño problemático
que zafó de ser un delincuente, gracias a que su hermano descubrió su talento
como corredor y lo instó a entrenar. Participó de las Olimpíadas de Berlín de
1936 y en 1941 se alistó para combatir por los Aliados. El B-24 en el que
volaba cayó al Pacífico. Él y dos supervivientes más flotaron a la deriva en un
par de balsas, casi sin provisiones ni equipamiento durante más de un mes y
medio. Uno de ellos no sobrevivió. Fueron rescatados por un barco japonés y
enviados a un campo de prisioneros, donde los sometieron a privaciones y
torturas. Toda esta odisea fue contada en un libro por el propio Zamperini,
Hollywood compró los derechos y se rumoreó con que Tony Curtis, ídolo absoluto
por aquellos tiempos, lo interpretaría. El proyecto no se concretó. Durante
años se barajaron nombres de actores para su supuesta realización, Nicolas Cage
estuvo entre ellos. Hace unos pocos años, la periodista Laura Hillenbrand
volvió a contar la historia de Zamperini en otro libro que se transformó en un
gran éxito de ventas. Algunos célebres guionistas bosquejaron guiones hasta que
partiendo del firmado por el gran Richard LaGravanese, con revisión de nada más
y nada menos que de los hermanos Coen, se decidió que la película se haría.
Luego
de vencer reticencias diversas, aceptaron que fuera el segundo trabajo de
Angelina Jolie como directora. El primero había sido la interesante y despareja
In the land of blood and honey (En la tierra de la sangre y la miel)
sobre el sufrimiento de las mujeres durante la guerra de los Balcanes entre el
92 y el 95). Jolie concreta aquí un trabajo elocuente y prolijo (demasiado
prolijo especularon algunas críticas con el afán de desmerecerlo) en el que el
imbatible espíritu de Zamperini emerge con contundencia gracias, también, a la
irreprochable faena de su protagonista Jack O’Connell. O’ Connell, uno de los
actores jóvenes británicos con más carisma, ya venía probándose protagónicos
con envidiable autoridad (Private
Peaceful, The liability, ’71, Starred up, para Hollywood hizo de hijo de
unos de los héroes de 300: El origen de
un imperio). El muchacho, aparte de su simpatía y probable apostura, exhibe
un singular talento para la actuación, lo que le augura una buena carrera, de
persistir su suerte en ligar buenos papeles.
A la
hora de evaluarla dos peros se imponen. Uno extrapelícula, y es que en estas
tierras se estrena con poca diferencia de Un
pasado imborrable (The railway man)
que narra similares experiencias en campos de prisioneros en el Japón) lo que
le da una involuntaria sensación de deja vu. El otro es la discutible decisión
sobre las pilosidades faciales durante el mes y medio que los náufragos pasan
en el mar, las barbas y bigotes
permanecen imperturbables a pesar del paso del tiempo.
En resumen, una buena película, espectacular,
conmovedora, motivacional, inspiradora, nada que no prometa desde el mismo
título. Si se la elige por lo que es, no defrauda para nada.
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