El
Tercer Reich llega a su fin. Hitler se ha suicidado para alivio de casi todos y
para pena de sus fanáticos seguidores, entre los que se cuenta la familia de
Lore. Papá es un jerarca de la SS y mamá, una secuaz aguerrida y diligente. Mamá
y papá terminarán en manos de los ejércitos aliados de ocupación, aprisionados
primero y quizá ejecutados después. Antes de entregarse, mamá le dice a Lore (Saskia
Rosendahl) la hija mayor, una adolescente, que si no regresa en tres días, tome
a sus hermanos (Liesel, una preadolescente, Günther y Jürgen, mellizos de unos
7 años y a Peter, bebé de pañales) y que atraviese la Selva Negra para
llevarlos a Hamburgo, donde vive la abuela. Lo cual se dice fácil y se hace
difícil, sobre todo con poca plata, sin papeles (por obvias razones) en un
territorio ocupado, en ciertas zonas, devastado y con muchos retenes. En algún
momento se cruzarán con Thomas (Kai Malina), un joven que se dice un judío
sobreviviente de los campos de exterminio.
Hay dos
viajes por supuesto. El que encaran físicamente y el que hace Lore en su
interior y que externamente va de la niña mimada del principio a la joven
rebelde del final. Lidiará con unas cuantas histerias (según la definición clásica
de la palabra) somatizaciones incluidas, la más álgida de ellas es la que le
provoca Thomas, a quien desea, pero a quien también odia y desprecia por
mandato social, familiar y cultural.
El film
se basa en la segunda de las tres nouvelles que integran el libro de la
británica Rachel Seiffert, The dark room
(El cuarto oscuro, de fotografía y no
de urnas, padrones y votaciones, al que nos remite tal título en primera
instancia por estos pagos). Y lo dirige la australiana Cate Shortland según los
preceptos del cine “sensorial”, estilo Terrence Malick, que consiste en filmar
ficción con las herramientas de un documental sobre insectos de la National
Geographic, con mucho yuyito, vientito, barrito, para “aproximar” mejor la
experiencia al espectador. La Shorthand, cuando deja que los hechos de la
historia se impongan, se acerca a Agnieszka Holland (Europa, Europa, 1990, In
darkness, 2011) quien ha contado mejor niños y Segunda Guerra, pero cuando se
la da por los subrayados, por los detalles, la cosa se pone “empalagosa” o “revulsiva”,
todo muy visceral, pero para el lado equivocado, el estomacal y el de la
arcada.
En resumen,
un film valioso, más allá de esteticismos y manierismos de moda, y
estupendamente actuado. Por suerte, la historia se erige y se sacude la caspa y
la hojarasca. Eso sí, no apto para quienes se incomodan con niños sometidos a
experiencias límites. Y los que se impresionan con detalles sanguinolentos,
pueden verla, Cate usa el sistema clásico, se acerca lentamente a lo que
impresionará, de modo que es posible entrecerrar los ojos.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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