El
lobo de Wall Street es una opción inmejorable para comenzar el año
cinematográfico (aclaración necesaria, vi la estupenda Vida de Adèle en 2013). Es
la primera película que veo este año y ya que estoy en primeras veces, es el
primer film estadounidense adulto en muchos, muchos años. El regreso en plena
forma de un Scorsese vigoroso, enjundioso, renovado.
El
lobo de Wall Street es una película desaforada, pantagruélica, excesiva. Una
comedia ácida, cínica, que incluso en sus momentos dramáticos es sarcástica.
Trata de la iniciación, apogeo y caída de un corredor de bolsa real, Jordan
Belfort, allá a fines de los ochenta y durante todos los noventa. El hombre es
un reverendo hijo de puta interpretado con maestría por Leonardo Di Caprio, pero
como estamos en tierras de Scorsese es tan repulsivo como fascinante. Es el
film menos católico de Scorsese y no porque haya desnudos, orgías, y más drogas
que nunca, sino porque es el menos inmerso en la culpa omnipresente. Es el
retrato descarnado y por momento seductor de un mundo sin control entregado a
la codicia, al egoísmo, a la corrupción del poder y dado a todos los excesos de
sexo, alcohol y droga. Por lo tanto no es ningún cuento moral.
No baja línea, no apostrofa
personajes ni conductas, no subraya posturas, sino que muestra vertiginosamente
un mundo desquiciado que se fue bien al carajo. Es revelador el último plano
con ese público todavía ingenuo, ávido, expectante. Y es allí donde surge la
discusión ¿cómo es posible que ese tipo siga teniendo autoridad?, ¿cómo se
llega a eso? Hay respuestas obvias, la inmoralidad del capitalismo, el vacío
detrás del dinero a secas, las mentiras del sueño americano. Respuestas trilladas
si las hay, aunque por desgracia, vigentes y rugientes. Porque Jordan es otro
hombre que se hizo a sí mismo, que aprovecha la desregulación financiera para
amasar fortuna vendiendo humo, bien lo aclara el personaje de Mathew McConaughey:
“aquí (en Wall Street) no producimos nada, no construimos nada, vendemos y
hacemos que no dejen de comprar y nos quedamos siempre con la comisión”, o sea
el único que gana es el corredor, el intermediario. “¿Y los demás no ganan
nada?”, pregunta Di Caprio. “En los papeles”, responde McConaughey e insiste, “se
trata de que suban a la vuelta al mundo y no bajen jamás”. Ya se sabe, la Bolsa
es una timba en la que sólo los tahúres más avezados ganan, los demás, los que
no saben dejar de apostar a tiempo se quedan sin nada. La cuestión es que el
humo que trafican tiene, a la larga, consecuencias en el mundo real, gente que
se queda sin ahorros, sin casa, sin futuro. En esto, el film trabaja por
implicancia, no nos muestra esas consecuencias devastadoras, no lo necesita,
las conocemos demasiado bien. Nos muestra el brillante parque de diversiones
con su vuelta al mundo, su calesita, no la miseria que deja alrededor.
A los cinco minutos de iniciado el
film, y no exagero, sabemos que estamos ante una obra maestra. Y por suerte nos
quedan dos horas y 55 minutos más que se pasan a plena adrenalina. No nos
escamotea el gran Martin sus travellings magistrales, su musicalización
perfecta, la secuenciación impecable. Lo nuevo (o casi, porque algo de esto ya
aparecía en Después de hora) es la
comedia física, no daré ejemplos para no arruinar sorpresas, pero son fáciles
de identificar.
Y como en toda película de Scorsese,
las actuaciones son fabulosas. Todas. Sin embargo, es imposible no destacar el
delirado histrionismo de Mathew McConaughey, la naturalidad de Rob Reiner o la
suprema inspiración de Jonah Hill. Pero la sorpresa, créase o no ya que nunca
fue tacaño con su talento, la da Di Caprio. Los monólogos inspirativos y las
peleas filmadas en una sola toma lo muestran capaz de sostener, bastonear, calibrar
pasajes de cambiantes emociones, matices y subterfugios.
En resumen, una obra que perdurará,
que de tan creativamente libre parece setentista, aquella época dorada en que
la última palabra la tenían los creadores y no los fabricantes de pochoclos. Un
film que respira audacia, libertad, adultez, genio.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.