Mi infancia se cae a pedazos, de a
poco nada queda de ella, nadie que atestigüe que fui un niño, que alguna vez me
senté en una butaca del cine Gran Rocha para ver que el telón que cubría la
inmensa pantalla se corría, el desierto refulgía y Maurice Jarré desgranaba una
melodía inolvidable. La película era Lawrence de Arabia y se quedaría a vivir
conmigo para siempre. Pero mi padre que me acompañaba y que en ese momento me
daba una caja de maní con chocolate, no. Y ahora tampoco su protagonista, Peter
O’Toole. La vida sigue, sigue y merece ser desandada. Pero desde hoy, aunque se
desgañiten los poetas, es más opaca. Esos ojos azules, a veces anestesiados de
alcohol, sabían un secreto que ya se ha perdido. Dios como siempre nos bendijo,
solo por un rato.
Gustavo Monteros
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