Si la calidad de un melodrama
lacrimógeno se mide por la cantidad de lágrimas que te hace derramar, concluyo
que este film es excelente porque lloré océanos durante casi todo el metraje.
La trama se centra en Arthur (Terence Stamp), un setentón duro, hosco, seco;
casado (por aquello de la ley de los opuestos) con la luminosa Marion (Vanessa
Redgrave). Tiene una tensa relación con su hijo James (Christopher Eccleston) y
(por aquello de que los padres malos hacen buenos abuelos) se entiende como el
champán con las ostras con su nieta Jennifer (Orla Hill). Arthur (toda la
familia, bah) atraviesa un momento difícil (eufemismo si los hay) ya que Marion
desanda el último tramo de una enfermedad terminal. Marion ama la vida y
endulza el amargor en que está inmersa participando de un coro de ancianos,
dirigido por la joven e incansable Elizabeth (Gemma Artenton), quien pone toda
su sabiduría y empeño (gratis además) para compensar los malos ratos que le
hacen pasar sus alumnitos de la secundaria (cualquier parecido con la realidad
no es pura coincidencia). Antes de morir (no develo nada porque esto se sabe
desde los títulos casi), Marion hace un solo en la audición pública para un
concurso y será su legado para Arthur el duro. Allí comienza la historia a
decir verdad, ¿aprovechará Arthur esta posibilidad de una redención?
Como corresponde al género, hay
sensibilidad y manipulación intensa. Si estuviéramos ante un producto
hollywoodense, lo descartaríamos por cínico, pero no, éste es un proyecto
personalísimo del director Paul Andrew Williams, quien luchó largamente para
conseguir financiación. A la postre tuvo suerte, los hermanos Weinstein se lo
produjeron, lo que garantizó la satisfacción de todos los elementos técnicos y
la consecución de un elenco de lujo.
Es precisamente el compromiso del
elenco lo que hace que entremos en empatía con los personajes y la historia
desde un principio.
Vanessa Redgrave, como ocurre
frecuentemente, está superlativa. Canta con una voz endeble, apenas afinada,
pero nadie interpreta como ella. Imposible olvidar su Bel di de la Madama
Butterfly de Puccini, pelada, esmirriada, famélica, exhausta, en una campo de
concentración ante un público de jerarcas nazis en Compás de espera; cualquier cantante decente puede cantar bien esta
aria, pero interpretarla así, nada más ella, ni las más grandes de la ópera pudieron
eso que ella logra. No me arrepiento de repetir: buena actriz que puede cantar
es un peligro, agarrate que cabalgarás al ritmo que te marque, sólo cuando te
suelte podrás darte cuenta que te despertó emociones que ni soñabas que
existían. Aquí se despacha con una versión de True colors. Además la señora,
por una cuestión de edad y de lugares comunes, ha estado moribunda en unas
cuantas películas, de modo que sin sarcasmo alguno, podemos decir que nadie
muere como ella.
Se suele ser injusto con Terence
Stamp, no es nominado en las premiaciones ni figura en las listas de los más
grandes actores cinematográficos y sin embargo lo es. A las pruebas (conste que
menciono las más recientes) me remito: The
hit, El siciliano, Vengar la sangre y su actuación más audaz y lograda: la
impecable transexual de Las aventuras de
Priscilla, reina del desierto. Aquí, otra vez, está inolvidable.
Gemma (nunca un nombre estuvo mejor
puesto) Aterton pertenece a la escuela de Sandra Bullock, desparrama sinceridad
de un modo muy poco académico, salvaje casi. Christopher Eccleston está un poco
exterior, suple interioridad con histrionismo, no es la elección más feliz para
un melodrama, pero esta vez le alcanza. Orla Hill es la nieta, encantadora es
decir poco.
En resumen: Préparez vos mouchoirs (Preparen los pañuelos).
Un abrazo, Gustavo Monteros
¿Se
puede saber qué ataque de estupidez los aqueja a los distribuidores locales o a
sus publicistas? Hace unas semanas rebautizaron Prisoners (Prisioneros) con el anodino e insignificante título de La sospecha. Ahora llaman a esta
película de adecuado título original (Song
for Marion - Canción para Marion) con el pedorro y rimbombante mote de La esencia del amor. Larguen el mate de
fernet en ayunas, muchachos.
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