viernes, 20 de diciembre de 2013

La esencia del amor



Si la calidad de un melodrama lacrimógeno se mide por la cantidad de lágrimas que te hace derramar, concluyo que este film es excelente porque lloré océanos durante casi todo el metraje. La trama se centra en Arthur (Terence Stamp), un setentón duro, hosco, seco; casado (por aquello de la ley de los opuestos) con la luminosa Marion (Vanessa Redgrave). Tiene una tensa relación con su hijo James (Christopher Eccleston) y (por aquello de que los padres malos hacen buenos abuelos) se entiende como el champán con las ostras con su nieta Jennifer (Orla Hill). Arthur (toda la familia, bah) atraviesa un momento difícil (eufemismo si los hay) ya que Marion desanda el último tramo de una enfermedad terminal. Marion ama la vida y endulza el amargor en que está inmersa participando de un coro de ancianos, dirigido por la joven e incansable Elizabeth (Gemma Artenton), quien pone toda su sabiduría y empeño (gratis además) para compensar los malos ratos que le hacen pasar sus alumnitos de la secundaria (cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia). Antes de morir (no develo nada porque esto se sabe desde los títulos casi), Marion hace un solo en la audición pública para un concurso y será su legado para Arthur el duro. Allí comienza la historia a decir verdad, ¿aprovechará Arthur esta posibilidad de una redención?

Como corresponde al género, hay sensibilidad y manipulación intensa. Si estuviéramos ante un producto hollywoodense, lo descartaríamos por cínico, pero no, éste es un proyecto personalísimo del director Paul Andrew Williams, quien luchó largamente para conseguir financiación. A la postre tuvo suerte, los hermanos Weinstein se lo produjeron, lo que garantizó la satisfacción de todos los elementos técnicos y la consecución de un elenco de lujo.

Es precisamente el compromiso del elenco lo que hace que entremos en empatía con los personajes y la historia desde un principio.

Vanessa Redgrave, como ocurre frecuentemente, está superlativa. Canta con una voz endeble, apenas afinada, pero nadie interpreta como ella. Imposible olvidar su Bel di de la Madama Butterfly de Puccini, pelada, esmirriada, famélica, exhausta, en una campo de concentración ante un público de jerarcas nazis en Compás de espera; cualquier cantante decente puede cantar bien esta aria, pero interpretarla así, nada más ella, ni las más grandes de la ópera pudieron eso que ella logra. No me arrepiento de repetir: buena actriz que puede cantar es un peligro, agarrate que cabalgarás al ritmo que te marque, sólo cuando te suelte podrás darte cuenta que te despertó emociones que ni soñabas que existían. Aquí se despacha con una versión de True colors. Además la señora, por una cuestión de edad y de lugares comunes, ha estado moribunda en unas cuantas películas, de modo que sin sarcasmo alguno, podemos decir que nadie muere como ella.

Se suele ser injusto con Terence Stamp, no es nominado en las premiaciones ni figura en las listas de los más grandes actores cinematográficos y sin embargo lo es. A las pruebas (conste que menciono las más recientes) me remito: The hit, El siciliano, Vengar la sangre y su actuación más audaz y lograda: la impecable transexual de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto. Aquí, otra vez, está inolvidable.

Gemma (nunca un nombre estuvo mejor puesto) Aterton pertenece a la escuela de Sandra Bullock, desparrama sinceridad de un modo muy poco académico, salvaje casi. Christopher Eccleston está un poco exterior, suple interioridad con histrionismo, no es la elección más feliz para un melodrama, pero esta vez le alcanza. Orla Hill es la nieta, encantadora es decir poco.

En resumen: Préparez vos mouchoirs (Preparen los pañuelos).

Un abrazo, Gustavo Monteros
¿Se puede saber qué ataque de estupidez los aqueja a los distribuidores locales o a sus publicistas? Hace unas semanas rebautizaron Prisoners (Prisioneros) con el anodino e insignificante título de La sospecha. Ahora llaman a esta película de adecuado título original (Song for Marion - Canción para Marion) con el pedorro y rimbombante mote de La esencia del amor. Larguen el mate de fernet en ayunas, muchachos.

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