Hay personas a las que les gusta ver
sus profesiones reflejadas en la pantalla. Médicos que se deleitan con los
dramas hospitalarios. Abogados que se entusiasmas con los melodramas de
juicios. Policías que son Jake Gyllenhaal por un par de horas. Bomberos que ya
no se aburren en las vigilias porque las películas los hacen héroes de tiempo
completo. No es mi caso. Me gano la vida como obrero de la tiza y los dramas
escolares más que avivar me enfrían mis ganas de verlos. Después de horas y
horas en una escuela, no me fascina precisamente sumergirme en una ficción que
me devuelva a un aula. No porque esté peleado con la profesión, hubo épocas en
que lo estuve, no ahora, sino porque no creo a priori, Dios me perdone, que un film me revele nada que no
sepa hasta en los huesos. De modo que
comencé a ver a este profesor Lazhar con desgano casi, pero esta película tiene
un punto de inicio que le despertaría el interés a un ministro de educación, gente
poco propensa a involucrarse en las cuestiones áulicas.
Si Shakespeare arrancaba sus tragedias
con brujas y fantasmas para asegurarse de captar la atención de su volátil
público, esta película no se queda atrás. Un chico de unos 11 o 12 años
descubre que su maestra se suicidó colgándose de una viga del aula. ¡A la
mierda! Se sabrá después que el chico por una desavenencia que tuvo con la
maestra cree que pudo haber influido en su decisión fatal. ¡A la mierda! Dos. A
la clase la toma el profesor Lazhar, un exiliado que busca que lo consideren un
refugiado político en el Canadá, más precisamente en Montreal, lugar de la acción. El pobre perdió a su mujer
y a sus hijos cuando una bomba explotó en el edificio donde vivían. ¡A la
mierda! Tres. Contado así para el desmadre habitual de una peli española que se
resolverá con escenas tremebundas y ríos de lágrimas, pero no. El film se desarrolla
en tonos menores, con una sensibilidad discreta, una siempre bienvenida
sutileza y una nunca agradecida del todo delicadeza. Tampoco crean que les
arruiné el pastel, agriando el relleno con lo que les conté. No, es sólo el
marco para que se dé lo que verdaderamente importa.
El profesor Lazhar es como una mancha
de liquid paper que se extiende sobre un mantel negro. La paulatina inserción
de este hombre de bagaje cultural diferente en una institución cuyas reglas le
irán siendo reveladas desenmascarará unas cuantas hipocresías. La de un
progresismo tan declarado como endeble, una educación que se piensa abarcadora
y es tan regimentada como siempre, una corrección política que debe acatarse
sin cuestionamientos y que es por lo tanto tan rígida y falsa como cualquier
otro fanatismo. Lo bueno es que nada de esto se declama sino que emerge de las
situaciones. El film a través de su personaje principal indaga, cuestiona,
molesta. Exige que deje de darse todo por sentado, por descontado, porque tanta
complacencia esconde errores, que más temprano que tarde engendrarán reacciones
opuestas tan virulentas como monstruosas. Deja al desnudo, por ejemplo, que el
sistema educativo piensa más en la idealización de su propio modelo que en los
alumnos, sus “supuestos” beneficiarios. Y esto se logra, insisto, sin discursos
ni parrafadas. Basta la intromisión de un “diferente” para la verdad se revele.
Estas son algunas de las lecturas que pueden hacerse, hay muchas, tantas como
las que quieran buscarse, entre ellas, también, claro, la más evidente, la de
la pérdida, el duelo y el seguir adelante; lo maravilloso es que todas surgen
de una historia lineal y simple.
Mohamed Fellag es Lazhar, el gran protagonista. Sólo
podría describir su trabajo con justeza diciendo que da una actuación
“Brechtiana”. Si bien toda nuestra conmoción está con él en la escena de la
audiencia con los abogados, durante el resto del metraje hace uso de un ligerísimo
histrionismo teatral que distancia, que nos obliga a prestarle atención a los
detalles de su comportamiento y el del que lo rodean. No sé si el actor se lo
propuso o si actúa siempre así, lo incuestionable es que lo que hace le viene
idealmente bien a la película. Los niños Sophie Nélisse y Émilien Néron son
coprotagonistas de lujo. Sí, ya sé que dije por ahí que no hay que hacer
alharaca con los niños actores, porque cualquier chico que entienda el juego
puede actuar, pero estos tienen más méritos que el común, porque manejan
conflictos que intranquilizarían a la mismísima Meryl Streep.
Philippe Falardeau se revela como un
gran director. Monsieur Lazhar (2011)
es su cuarto largometraje. Antes hizo La
moitié gauche du frigo (2000), Congorama
(2006), C'est pas moi, je le jure!
(2008). Además de La course destination
monde, un documental para TV de 1989, Pâté
chinois, un mediometraje de 1997, Jean
Laliberté: A Man, His Vision and a Whole Lot of Concrete, un corto de
2002. Ninguno de los cuales, creo, se
conoció por estos pagos. Y ya filma para Hollywood, The good lie, con la ahora
escandalosa Reese Witherspoon. Habrá que seguirlo de cerca, se lo merece.
En resumen, una excelente película
para la “Señora Directora, Señora Vicedirectora, Señora Secretaria, Señores
Docentes, Señores No Docentes, Señores Padres… Alumnos.”
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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