Cuando Hollywood no era más que un
naranjal soleado y las películas mudas se hacían con la celeridad con que se
hierven las salchichas del hot-dog, surgió entre los productores la manía de
reducir los argumentos a unas cuantas oraciones, tales como las de la famosa
enunciación: chico conoce chica, chico pierde chica, chico recupera chica, y su
variación: chico conoce chica, chico pierde chica, chico no recupera chica. La
costumbre persiste hasta hoy y si tuviera que reducir el argumento de The master a sus esencias diría que es:
Tornillo Flojo conoce a Manipulador Irresponsable, Manipulador Irresponsable
pierde a Tornillo Flojo, ¿Tornillo flojo vuelve con Manipulador Irresponsable? Ojo,
aunque por hacerme el vivo parece que equiparo el argumento a la fórmula de
romance 1 y 2, no hay aquí ningún Secreto
en la montaña, no, entre Tornillo Flojo y Manipulador Irresponsable hay una
cosa como de amistad a secas, más de padre e hijo, o como el título sugiere más
de maestro y discípulo.
Tornillo Flojo es Freddie Quell
(Joaquin Phoenix), un marinero que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y más
que uno tiene varios tornillos flojos. Ya venía medio “Tocame un vals” de
antes, pero la guerra terminó de “Soltarle la cadena”. Y por esas cosas de la
vida, del destino y de los argumentos de las películas conoce a Manipulador
Irresponsable o sea Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), un charlatán
mayúsculo que podría o no (más bien no, según declara el guionista y director,
porque estamos en la década de los 50 en los EE UU y estos personajes abundaban)
ser L. Ron Hubbard, el creador de la Cientología. La cosa es que Manipulador
Irresponsable ha inventado una especie de filosofía religioso-científica
llamada La Causa, y por medio de
sugestión o de hipnosis te conecta con los millones de vidas que tuviste antes,
y si sorteas las trampas de malvados alienígenas, puede que ese contacto te dé
algo de felicidad y hasta te cure de algún mal grave. Y no va que Manipulador
Irresponsable toma a Tornillo Flojo bajo su tutela como un proyecto personal.
Algo que es alternativamente aceptado o rechazado por la Esposa Tenebrosa (Amy
Adams) de Manipulador Irresponsable.
Y dado que estamos en una película de
Paul Thomas Anderson (Juegos de placer,
Magnolia, Embriagado de amor y Petróleo
sangriento), a quien se le dan muy bien los líderes, los pioneros y las
familias disfuncionales, la relación entre los protagonistas es misteriosa,
profunda, embriagadora. Los tres actores mencionados, nominados para su
correspondiente Óscar, dan cátedra y sientan precedente de cómo actuar en una
película.
También, como en toda película de
Anderson, pueden destilarse reflexiones de por qué los Estados Unidos son como
son, cosa que a mí ya no me importa, porque por más que me diera la cabeza para
llegar al epicentro de la contradicción caminante que son, igual van a seguir
invadiendo países, matando de hambre a medio mundo y destruyendo las reservas
naturales. De todos modos, la premisa tiene validez universal, porque locos y
mesiánicos hay en todos lados.
Ojo, no es una película fácil, la
querida Vicky Lago jamás la va a presentar con sus diminutivos en su ciclo de
películas vespertinas, porque puede incomodar, desconcertar y exasperar; y
aunque la observación de las conductas de los personajes es artera, las
habituales “lecciones de vida”, que tanto pregona la talentosa actriz, están
más lejos que el Polo Norte.
En lo personal confieso que me
resistía a entrar en el juego que propone Paul Thomas Anderson, el film
comienza contándonos por qué Tornillo Flojo es Tornillo Flojo y los retratos de
locura me dan una tristeza infinita y me devastan, pero cuando Tornillo Flojo
sube al barco, con sus lucecitas y los invitados bailando el mambo o el calipso
y la banderita ondeando y la cámara los ve irse, me inundó una sensación de
belleza, como de cuadro de Edward Hopper, y entré. Al ratito nomás comienza la
relación con Manipulador Irresponsable y el asunto se vuelve más oscuro, aunque
más claro en lo vital (si ven el film comprobarán que este disparate en el que
parezco caer no es tal). Cuando terminó, me encariñé con Phoenix y su Tornillo
Flojo, no sé si con el tiempo llegaré a quererlo tanto como al peligroso Travis
Bicke, taxista, que hizo una vez un tal Robert De Niro, pero este loco tiene,
allá atrás, bien en el fondo, una inocencia que desarma.
En resumen, ojalá puedan entrar en el
código personalísimo que Paul Thomas Anderson maneja, si lo logran podrán
disfrutar de un mundo sencillamente fascinante.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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