Como saben, procuro escribir cada semana sobre una de las
películas que se estrenan en La Plata. Esta semana me propuse escribir sobre Elefante blanco, el último film de
Trapero, pero entre ocupaciones y contingencias varias no llegué a verla todavía.
De allí que haya resuelto escribir sobre una película que está en cartel y que
se da desde hace algunas semanas. En su momento no escribí sobre ella porque se
estrenó al mismo tiempo que la maravillosa Una
separación y por evidentes razones preferí hablar de esta impar película
iraní. Pero me rindo al designio, quizá estaba en mi camino hablar de La fuente de las mujeres. Empecemos.
La fuente de las
mujeres de Radu Mihaileanu
podría definirse como una reformulación de la vieja y querida Lisistrata en versión fábula ambientada
en algún lugar de la península árabe. Como en la obra de Aristófanes, una
huelga sexual motoriza el relato.
Si en Lisistrata
las mujeres no volverán a cumplir con sus deberes maritales hasta que no acaben
la guerra, aquí no volverán a consentir tener relaciones hasta que no consigan
los hombres que el agua lleve al pueblo o vayan ellos a buscarla a la montaña.
Por una antigua tradición son las mujeres las que deben proveer el agua, trepar
las pedregosas laderas y bajar cargadas con los pesados baldes. La tradición,
según se cuenta, nació en épocas en que los hombres protegían las casas de
ataques de pueblos vecinos. Ya no hay guerra ni trabajo, los hombres se pasan el
día en el bar y las mujeres siguen cargando el agua como mulas. Pero la pesadez
de la carga y las caídas las hacen perder embarazos o las hacen parir niños
muertos. Eso será la gota que derramará no el vaso sino el balde en este caso.
Al cine de Mihaileanu (El
tren de la vida, Ser digno de ser, El concierto) le cabe lo que se decía
del cine de Claude Lelouch cuando yo era chico: los personajes y las situaciones
son tan atractivos, vitales y seductores que se le perdona todo lo demás. En el
caso de Mihaileanu serían las simplificaciones, los maniqueísmos, la ausencia
de todo rigor y el atrevimiento de meterse con temas riesgosos y tratarlos con
la levedad de los cuentos de hadas.
Sin embargo, uno se enamora de sus personajes. Y ya se sabe
el amor es demasiado difícil y azaroso como para buscarle defectos cuando se da
tan así de espontáneo y abarcador. Juro que intento hacer acopio de cuanto
cinismo he aprendido y no caer en sus trampas, algunas grandes como un océano
de tan obvias, pero hay un detalle, un matiz que me gana y ya no me importa
criticar sino entregarme al deleite. Me digo: no te dejes atrapar que eso no es
sino una ingenuidad profesional, una manipulación que de tan vieja ya es
berreta, y allí está otra vez ese detallecito inusitado que me pierde.
Se ha dicho que con esta película ha reducido los problemas
de la cuestión islámica a los pintoresquismos de una tarjeta postal, a la
superficialidad de un mensaje de galleta de la suerte. Quizá tengan razón y sean
injustos a la vez. No pretende un tratado filosófico sino contar una fábula,
con moraleja y todo. Está bien, podría circunscribirla en realidades menos
complejas, pero a él el talento le tira para ese lado, qué se le va a hacer.
En resumen: un film seductor, leve como una pluma y bello
como una boa de plumas que se desliza sigilosa sobre las curvas de una mujer
despampanante.
Un abrazo, Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.