El médico: Y también a veces se dan los milagros.
La paciente: No en mi barrio.
El cine del finlandés Aki Kaurismäki (se pronuncia “oki
kourismaki”, perdón no puedo con la deformación profesional) es subyugante como
pocos. Sus personajes viven al margen, al día. De ayer. Les sobra casi nada y
sin embargo tienen siempre algo para dar. Desconfían de lo institucionalizado y
saben que sobrevivirán con la ayuda mutua. Van con el orgullo de los que tienen
poco y pueden perder todo sin merma ni mella de la dignidad. Tienen cosas un
poco anticuadas como si no pudieran poseer más que lo que los demás ya no
quieren.
La puesta en escena va en consonancia con los personajes. Los
planos son sencillos, secos. Los colores son definidos aunque un poco
saturados, más como mojones de color que persisten a fuerza de tozudez. La
música, que incluye al inolvidable Carlos Gardel, no subraya lo que pasa ni
anticipa lo que vendrá. Aparece cuando la situación ya está en marcha, como
para lo que se inició no se desande.
Todo es muy claro, mínimo, humilde aunque un poquitito
absurdo. Como si los personajes lo hubiesen visto todo y se tomaran un ratito
para decodificar lo que les toca y saber si deben transformar la sonrisa en una
mueca. Porque aunque lluevan sapos y pestes, no pierden el humor como si
estuvieran de vuelta de todo o a dieta de alprazolam y comprendieran que ya no
vale la pena tomarse nada muy en serio porque a la larga algo te salva.
El puerto es un cuento que celebra las dos
virtudes que primero se pierden cuando el neoliberalismo se enseñorea: la bondad
y la solidaridad. Y es también un homenaje al cine y la cultura francesa. Toman
calvados, hay una señora que se llama Arletty, el médico se apellida Becker
como el director Jean, los policías visten impermeable y sombrero como Maigret,
hay un bar que se llama La Marlene, una clienta de la verdulería es la Sra.
Flaubert, el inspector es ¡Monet!, etc. Y no es un detalle menor que el médico
sea interpretado por el actor y director Pierre Étaix y que un irreconocible
Jean Pierre Léaud, el actor fetiche de Truffaut, sea el denunciante.
Un lustrabotas, que fuera un ex escritor devenido linyera,
recuperado por una extranjera, sabe donde está un niño africano que se escapó
de la policía cuando abrieron el contenedor con rumbo a Londres y que por un
error informático quedó varado en Le Havre. Entonces…
El puerto es como el Segundo Vals de
Shostakovich (http://enunbelmondo.blogspot.com.ar/#!/2012/05/mi-corazon-eglogico-y-sencillo.html)
puede parecer melancólico pero es en esencia muy alegre.
Consejo de amigo, véanla, es una delicia. Pero véanla pronto,
el cine de autor es un milagro en nuestras pantallas y como todo milagro no
dura mucho ni se repite. Estas películas no suelen llegar a la segunda semana,
o sobreviven en horarios incómodos y casi imposibles.
Si hasta ahora no han tenido la suerte de conocer a Aki
Kaurismäki, aprovechen y no pierdan la ocasión. El señor es un maestro y
conocer a los maestros, perdonen que me ponga sufí, siempre mejora la vida.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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