viernes, 16 de marzo de 2012

El precio de la codicia



Si Nueva York reluce como el oro
y hay edificios con quinientos bares,
aquí dejaré escrito que se hicieron
con el sudor de los cañaverales:
el bananal es un infierno verde
para que en Nueva York beban y bailen.

Pablo Neruda



El drama persigue la empatía, la suspensión de nuestra incredulidad, la identificación con los personajes, la conmoción ante su desgracia. Que la empatía se dé en El precio de la codicia es un milagro. No porque el guión o el film sean malos, no, más bien todo lo contrario, sino porque estamos ante unos hijos de putas tan redomados, del primero al último, que más que identificación con su suerte o conmoción ante su destino, merecen nuestro repudio, nuestro desprecio, que los lapiden, bah.

Sin embargo, el guionista y director, J. C. Chandor juega sus cartas con astucia y la empatía se produce. La película transcurre casi por completo en una entidad financiera, un banco de inversión. En la primera escena, se hace presente en el lugar, un consejo encargado de despidos, esos psicólogos expertos en dejarte en la calle con el mínimo de dolor para la empresa. Y es un golpe artero porque ¿cómo no conmoverse de gente que pierde el trabajo de la noche a la mañana? Que el trabajo que hacen sea abominable queda en segundo plano. Después, cuando las máscaras caigan y dejen ver los rostros miserables, cuando la mierda que hacen sea tan olorosa que ni hectolitros de Chanel N° 5 podrían tapar, será imposible condolerse de ellos con plenitud, aunque los comprenderemos un poquito, porque si como decía desde el título, la vieja telenovela con Verónica Castro, Los ricos también lloran, nosotros ahora podríamos agregar Los hijos de puta también tienen corazón. Como sea, el drama comienza a funcionar porque la empatía está creada.

En los despidos iniciales que mencionábamos, a uno de los primeros que rajan es a un experto en riesgos, Stanley Tucci, que alcanza a entregarle a un protegido suyo, Zachary Quinto, una investigación candente en la que trabajaba. Zachary Quinto completa la investigación que determina que la burbuja financiera explotará porque se han pasado todos los límites. Con un compañero, Penn Badgley, le avisarán a su jefe, Paul Bettany, quien a su vez alertará al suyo, Kevin Spacey, que llamará a otros jefes, Demi Moore y Simon Baker. Y Simon Baker hará venir al capo máximo,  Jeremy Irons. Entre todos deberán elaborar la estrategia que impedirá la quiebra, que implica estafar a muchos, dejar a medio mundo fuera del juego y despojar aún más a los pobres incautos de la calle. Salvarse a costa de la caída de los otros, bah. Rodarán algunas cabezas, surgirán incómodas dudas morales y se establecerán alianzas impensadas. El drama alternará con el thriller y el interés no decaerá hasta un desenlace cruel. El sistema puede que esté podrido, pero no nos engañemos, también lo están los hombres que medran con él.

Chandor la pega en grande con el elenco. Se arriesga con los jóvenes Quinto y Badgley y la pega. Quinto es carismático y corporiza un personaje lúcido con reservas morales que sin duda se agotarán. Badgley está muy bien como el tarambana al que parece que le importa poco, pero no. Con los mayorcitos, Chandor va a lo seguro y obviamente también la pega. Tucci y Spacey son todoterreno, pueden hacer hasta de Betty Boop y King Kong,  y aquí, como siempre, deslumbran. Para cretino seductor, tan perverso como elegante, nadie mejor que el gran Jeremy Irons. Para mujeres duras que deben tragarse el sapo, Demi Moore se pinta sola y le da buen uso a su cara huesuda. Paul Bettany renueva su carnet de cínico y vuelve recordables unas cuantas líneas de su diálogo. Simon Baker perturba con un personaje que se las ingeniará para salir a flote de todos los peligros. Sobre el final, Mary McDonnell ratificará que sigue bella y que insiste con el peluquero equivocado.

Chandor obtuvo con justicia una nominación al Óscar para el mejor guión original (perdió ante Woody Allen y su deliciosa Midnight in Paris). Y el elenco ganó con igual justicia el premio Robert Altman al mejor ensamble actoral en los Independent Spirit Awards.

El precio de la codicia merece verse por la magnífica manipulación que hace de nuestras emociones, lo que la convierte en única en su tipo. Hasta ahora nadie había logrado conmover con una banda de personajes para quienes es poco castigo sumergirlos en un río de pirañas, rescatar sus huesos y triturarlos hasta perderlos en un gran basural. Que los trajes impecables, los dientes perfectos, los relojes suntuosos no nos obnubilen, estos especuladores son escoria, los perpetradores del hambre y la miseria mundial.
Un abrazo, Gustavo Monteros

2 comentarios:

  1. Otras veces he pensado en escribirte algún comentario, pero no sabía si se podía. Tus críticas son tan jugosas como sólidas y entretenidas. Sigo tus consejos con devoción religiosa, aunque a veces me de por tener algún raye herético.

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  2. Hace usted muy bien. Los rayes heréticos fortalecen la fe, ja, ja!!

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