Si Nueva York reluce como
el oro
y hay edificios con
quinientos bares,aquí dejaré escrito que se hicieron
con el sudor de los cañaverales:
el bananal es un infierno verde
para que en Nueva York beban y bailen.
Pablo Neruda
El drama persigue la empatía, la suspensión de nuestra
incredulidad, la identificación con los personajes, la conmoción ante su
desgracia. Que la empatía se dé en El
precio de la codicia es un milagro. No porque el guión o el film sean
malos, no, más bien todo lo contrario, sino porque estamos ante unos hijos de
putas tan redomados, del primero al último, que más que identificación con su
suerte o conmoción ante su destino, merecen nuestro repudio, nuestro desprecio,
que los lapiden, bah.
Sin embargo, el guionista y director, J. C. Chandor juega sus
cartas con astucia y la empatía se produce. La película transcurre casi por
completo en una entidad financiera, un banco de inversión. En la primera
escena, se hace presente en el lugar, un consejo encargado de despidos, esos
psicólogos expertos en dejarte en la calle con el mínimo de dolor para la
empresa. Y es un golpe artero porque ¿cómo no conmoverse de gente que pierde el
trabajo de la noche a la mañana? Que el trabajo que hacen sea abominable queda
en segundo plano. Después, cuando las máscaras caigan y dejen ver los rostros
miserables, cuando la mierda que hacen sea tan olorosa que ni hectolitros de
Chanel N° 5 podrían tapar, será imposible condolerse de ellos con plenitud,
aunque los comprenderemos un poquito, porque si como decía desde el título, la
vieja telenovela con Verónica Castro, Los
ricos también lloran, nosotros ahora podríamos agregar Los hijos de puta también tienen corazón. Como sea, el drama
comienza a funcionar porque la empatía está creada.
En los despidos iniciales que mencionábamos, a uno de los
primeros que rajan es a un experto en riesgos, Stanley Tucci, que alcanza a
entregarle a un protegido suyo, Zachary Quinto, una investigación candente en
la que trabajaba. Zachary Quinto completa la investigación que determina que la
burbuja financiera explotará porque se han pasado todos los límites. Con un
compañero, Penn Badgley, le avisarán a su jefe, Paul Bettany, quien a su vez
alertará al suyo, Kevin Spacey, que llamará a otros jefes, Demi Moore y Simon
Baker. Y Simon Baker hará venir al capo máximo,
Jeremy Irons. Entre todos deberán elaborar la estrategia que impedirá la
quiebra, que implica estafar a muchos, dejar a medio mundo fuera del juego y
despojar aún más a los pobres incautos de la calle. Salvarse a costa de la
caída de los otros, bah. Rodarán algunas cabezas, surgirán incómodas dudas
morales y se establecerán alianzas impensadas. El drama alternará con el
thriller y el interés no decaerá hasta un desenlace cruel. El sistema puede que
esté podrido, pero no nos engañemos, también lo están los hombres que medran
con él.
Chandor la pega en grande con el elenco. Se arriesga con los
jóvenes Quinto y Badgley y la pega. Quinto es carismático y corporiza un
personaje lúcido con reservas morales que sin duda se agotarán. Badgley está
muy bien como el tarambana al que parece que le importa poco, pero no. Con los
mayorcitos, Chandor va a lo seguro y obviamente también la pega. Tucci y Spacey
son todoterreno, pueden hacer hasta de Betty Boop y King Kong, y aquí, como siempre, deslumbran. Para cretino
seductor, tan perverso como elegante, nadie mejor que el gran Jeremy Irons.
Para mujeres duras que deben tragarse el sapo, Demi Moore se pinta sola y le da
buen uso a su cara huesuda. Paul Bettany renueva su carnet de cínico y vuelve
recordables unas cuantas líneas de su diálogo. Simon Baker perturba con un
personaje que se las ingeniará para salir a flote de todos los peligros. Sobre
el final, Mary McDonnell ratificará que sigue bella y que insiste con el
peluquero equivocado.
Chandor obtuvo con justicia una nominación al Óscar para el
mejor guión original (perdió ante Woody Allen y su deliciosa Midnight in Paris). Y el elenco ganó con
igual justicia el premio Robert Altman al mejor ensamble actoral en los
Independent Spirit Awards.
El precio de la codicia merece verse por la magnífica
manipulación que hace de nuestras emociones, lo que la convierte en única en su
tipo. Hasta ahora nadie había logrado conmover con una banda de personajes para
quienes es poco castigo sumergirlos en un río de pirañas, rescatar sus huesos y
triturarlos hasta perderlos en un gran basural. Que los trajes impecables, los
dientes perfectos, los relojes suntuosos no nos obnubilen, estos especuladores
son escoria, los perpetradores del hambre y la miseria mundial.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
Otras veces he pensado en escribirte algún comentario, pero no sabía si se podía. Tus críticas son tan jugosas como sólidas y entretenidas. Sigo tus consejos con devoción religiosa, aunque a veces me de por tener algún raye herético.
ResponderEliminarHace usted muy bien. Los rayes heréticos fortalecen la fe, ja, ja!!
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