sábado, 4 de febrero de 2012

Los descendientes


Hay un dicho en inglés: “one man’s meat is another man’s poison”, que literalmente podría traducirse como “lo que a uno alimenta, a otro mata”, pero cuyo equivalente en español es el viejo y querido “Sobre gustos…”

Los descendientes podrá gustar a muchos, no es una mala película, pero a mí me dejó afuera. Lo que sigue no es una crítica, es sólo una explicación de por qué no me interesaba lo que pasaba en pantalla y me aburría casi todo el tiempo. El tema no era. Es más, el punto de partida es intrigante. Un padre (George Clooney) más interesado en su trabajo que en su familia, debe hacerse cargo de sus hijas, una de 10 (Amara Miller) y otra de 17 (Shailene Woodley) cuando su esposa cae en coma por un accidente. Pero hete aquí que la hija mayor le cuenta que está enojada con la madre porque la vio metiéndole los cuernos. Oh!

Es en las derivaciones de este entuerto donde me perdieron. El tono elegido es el de una comedia dramática. En mí, el drama era efectivo, pero la comedia me resultaba forzada, rebuscada, ridícula. Y en las situaciones en que drama y comedia se mezclaban, el quicio se me incineraba por lo torpes y tontas que me parecían, como cuando el querido George increpa al matrimonio amigo por no haberle contado que era un cornudo. Ni que decir del viejo golpe bajo de presentar un personaje tarambana que uno detesta al instante, pero al que después se le desnuda un drama, que nos deja como miserables por haberlo odiado. Las manipulaciones en arte son lícitas, pero hay límites. Insisto, mucha gente puede navegar cómodamente en este continuo fluir de comedia y drama, pero yo no terminaba de encontrar el Norte. Las transiciones me olían a frívolas, las motivaciones a superficiales, los personajes a desangelados, las decisiones a convencionales. La brújula me funcionaba en el drama puro, me conmovía, pero como predominaba el pretendido tono humorístico, estaba perdido la mayor parte del metraje.

George Clooney está bien y bastonea lo mejor que puede el ritmo que le da el guionista y director. Y si su trabajo no se potencia es porque la cuerda a tocar no es la más agradecida para su temperamento actoral. Lo tragicómico no es el registro que le queda más cómodo. Al resto del elenco, en menor caso y responsabilidad, le pasa lo mismo.

Por lo expresado queda claro, creo, que la película no me gustó. Y eso que los films anteriores de Alexander Payne me dejaron recuerdos imborrables. Tanto La elección, comedia feroz si las hay, en la que Reese Witherspoon desbarataba la vida de Mathew Broderick; Entre copas delicia que reverdeció los laureles de Virginia Madsen, solidificó la carrera de Sandra Oh, puso en el mapa a Thomas Haden Church y catapultó al gran Paul Giamatti; y Las confesiones del Sr. Schmidt que nos regaló una maravillosa caracterización del inmenso, en todo sentido, Jack Nicholson, son películas muy buenas, que reveo con gusto cuando me las cruzo en el cable. George Clooney no tuvo tanta suerte como los actores mencionados, bah, puede que gane su segundo Óscar como actor, pero su personaje no perdurará en la memoria, ya que no tiene mística ni carnadura, será un cornudo más en la historia del cine.

Hay películas con suerte a la hora de los premios, ésta es una de ellas, ya ganó unos cuantos y quizá se quede con algunos más, pero cuando el viento en popa amaine, se descubrirá que si bien no es mala, es una película más profesional que inspirada.
Un abrazo, Gustavo Monteros

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