Sólo mi amor por Meryl Streep me impulsa a ver La dama de hierro. Nunca un amor ha sido
más puesto a prueba. En lo personal, Margaret Thatcher figura en los mismos
niveles de detestabilidad que Hitler. Leo por ahí que Meryl dice ser consciente
del rechazo que genera Thatcher, y concluye: “Pero ese rechazo debo trabajarlo
desde el modo en que repercute sobre el personaje, no como prejuicio sobre él.”
Camino del cine, me repito la frase como un mantra. No alcanza para disipar el
disgusto que me produce ver esta película. Sé que intentarán justificarla
humanizándola. No se molesten, queridas, por lógica un hombre es un hombre, no
un monstruo. Pero hay hombres con comportamientos monstruosos y por ellos deben
ser juzgados. Hitler no dejará de ser un genocida porque amara a sus perros y
disfrutara de la compañía de Eva Braun. Thatcher no dejará de ser una mujer
miserable porque ahora esté gagá o porque su marido la quería. En tren de
entender podemos comprenderlo todo, pero ciertos hechos, por la mera protección
de la especie, deben permanecer imperdonables.
Por suerte, La dama de
hierro es en esencia una película fallida. Las tres muchachas detrás de
esta película (a partir de ahora, cuando les hable a ellas, les diré: Chicas),
la directora, Phyllida Lloyd, la guionista Abi Morgan y la actriz Meryl Streep,
caen en el ridículo de pretender hacer una película no política sobre una
política. Un absurdo. Como pretender hacer un policial sin crimen ni delito o
hacer una omelette sin huevos.
Chicas, entre muchas otras hazañas, la “señora” hizo moco el
estado de bienestar alcanzado por los que menos tienen, después de siglos de
lucha y sangre, para beneficio de los cuatro vivos de siempre, que no dudaron
en darle la espalda cuando las papas quemaban, total, si ya tenían otra vez los
bolsillos llenos, con los trabajadores sumidos en la precariedad, la miseria y
la esclavitud. Estos logros, chicas, requerían un punto de vista. No me hubiera
molestado si como muchos ex progresistas se hubieran vuelto más gorilas que los
que protegía Sigourney Weaver en la niebla. La pluralidad es democrática. Y
claro, las hubiera apoyado si le hubieran dado con un caño, pero lavarse las
manos y quedarse en ni chicha ni limonada es una cobardía que no esperaba de
ustedes. La semana pasada contaba que José Pablo Feinmann se quejaba de que
Clint Eastwood no hubiera hecho una película más “combativa” con Hoover; a mí,
en realidad, la ecuanimidad de Eastwood me importaba un comino. Hoover es un
personaje creado y aguantado por los yanquis, como nuestra sociedad creó y aguantó a Roca, para mencionar un personaje
del pasado y no abrir polémicas con los del presente (el delfín de los vetos,
por ejemplo) o del pasado cercano (Carlitos Primero de Anillaco, sin palabras).
Pero Thatcher es un personaje que tuvo relevancia directa en nuestra realidad y
no me conforma una “supuesta” ecuanimidad.
Chicas, como buenas feministas bienintencionadas que son,
declararon que salieron de este proyecto con una “cierta” admiración por la
Thatcher, por aquello de haber ganado un lugar en un mundo de hombres. Pero,
chicas, la victoria fue pírrica. No se ganó un lugar por imposición de lo
femenino sino por ser más masculina y feroz que los hombres. Para decirlo
clarito, por ser más hombre que los hombres. Chicas, pongámonos serios, ¿consideran
a ésa una victoria femenina?
Por más preparado que estuviera (había leído el guión que
estuvo publicado en la página oficial de la película y había visto las secuencias
pertinentes en Youtube), me costó ver las escenas de la guerra de Malvinas. No
se trata de la guerra de Crimea, un enfrentamiento ocurrido lejos en el tiempo
y la geografía, sino algo de lo que fui testigo y que costó sangre de
compatriotas.
Dos cosas son indiscutibles: el maquillaje y Meryl; no en
vano con nominaciones para el Óscar en las respectivas categorías. Meryl da una
caracterización impecable, quizá algo más glamorosa y con humor que el
original. La “dama” estaba más lejos del glamour que un puerco espín y tenía
menos humor que un caracol amargado. Meryl lleva años y varias nominaciones sin
ganarlo. Parece que este año lo logrará. Creo que en el fondo de su almita
buena, preferiría engalanar su historia personal con un tercer Óscar por un
personaje más encomiable y menos detestable.
Meryl, querida, no se me ocurre de qué otro modo podrías
poner a prueba mi amor, pero, por favor, por mi salud mental y física, no me
sometas a otro sacrificio. Ver La dama de
hierro fue una experiencia emocional devastadora, una experiencia
intelectual paupérrima y una experiencia física horrible que me mantuvo todo el
tiempo al borde de la nausea.
Un comentario frívolo para sacarme el gusto a acíbar: ¿Olivia
Colman, la actriz que hace de hija no tiene un aire a Carmen Maura?
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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