Si pudieran oír los pensamientos de Julián
(Juan Minujin), quizá no lo meterían preso ni lo internarían en un
psiquiátrico, pero sin duda tendría que dar unas cuantas explicaciones. Y si
pudiera expresar aunque más no sea un poco de lo que piensa, por ejemplo decirle
a su padre (Daniel Fanego) que se la pasa elogiando a sus compañeros y nunca a
él, y a su colega de filmación (Leonardo Sbaraglia) que lo admira y que lo
envidia, sus neurosis no desaparecerían, pero al menos pasaría de ser un rey de
los neuróticos a un neurótico vasallo, (en algunos casos la pérdida de privilegios
es una bendición).
Aunque no lo parezca por lo que acabamos de
decir, a Julian Lamar no la va nada mal. Es un actor profesional en ascenso con
trabajo en teatro y cine, la familia lo quiere y lo apoya, pero el pobre no
puede disfrutar de su presente porque tiene la cabeza quemada por la obsesión
de estar en un lugar en el que por ahora no está, un sitio de más éxito,
prestigio y reconocimiento. Por fuera es un tipo amable, bastante integrado,
pero por dentro maneja un furia visceral que vuelca contra el que se le ponga a
tiro y, principalmente, por una cuestión de cercanía, contra él mismo.
Ese contraste entre el monólogo interior que
oímos y el afuera que vemos estructura la película. La neurosis galopante que
padece le impide establecer vínculos afectivos, una sexualidad plena y
capitalizar sus logros profesionales.
Hay una observación pormenorizada del mundo de
los actores, donde las inseguridades, las vanidades, las envidias, y las ambiciones
pueden que se patenticen más, pero que no
son exclusivas de los mismos y ahí radica la relevancia de la película, donde
la pintura del mundillo propio se vuelve universal.
El personaje no es ningún bastión de simpatía,
pero es imposible no empatizar con él. Sus impulsos autodestructivos serán
feroces, pero el patetismo que despierta es conmovedor.
Esta opera prima de Juan Minujín denota que es
la obra de un actor. El elenco que se completa con Guillermo Arengo, Esmeralda
Mitre, Esteban Lamothe, Sergio Pángaro y Julieta Vallina, aparte de los ya
mencionados, está perfecto. Mención especial para Pilar Gamboa, sensible y
deliciosa. Y Minujín, el gran protagonista de Un año sin amor y Zenitram, como
actor es hipnótico.
Una muy buena película argentina que desnuda
la trastienda de los actores y que ilumina conductas tan equivocadas como
humanas.
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